sábado, 28 de febrero de 2015

COMO DECÍAMOS AYER...

Advierto que este post va a cambiar (y mucho) tu percepción de ciertas cosas. Y no precisamente a mejor. Razón por la cual es posible que abstenerse de su lectura sea lo recomendable.
Mientras las gentes discuten cosas como el rostro de una actriz (¿maquillaje o ultraje?), la felicidad del hombre (¿DIOS o BOE?), los colores de un vestido (¿tonos bautizo o mortuorios?) o la bufanda de un político (¿elegante seriedad o derroche incoherente?), debo comunicaros, estimados lectores, que algo realmente grave está sucediendo: una epidemia, una plaga, un cambio de paradigma... A saber... Tan sutil es su desembarco que resulta difícil de explicar; pero tan masiva es su absorción que una vez entendida, complicado no detectarla por doquier.
Allá voy.
Últimamente se ha instaurado la (diría moda, pero me quedaría corto) costumbre de meter el adverbio 'como' en cualquier lugar, varias veces en una frase, sin motivo y sin sentido. Sin comerlo, ni beberlo, el 'como' antecede cualquier vocablo. Matiza, enfatiza, compara, rebaja, tantas son sus funciones que, en definitiva, no sirve para nada. No penséis que esto es una locura tapiresca (hasta yo, pobre animalillo indefenso he caído en las garras del funesto vicio de la comomanía): chicos y chicas de cualquier espectro social, económico y cultural se afanan en usar la palabra 'como' como (valga la redundancia) si fuera -más que una muletilla- una inspiración tan vital para el discurso como el aire para los pulmones.
Lo mejor es un ejemplo. 
"Estaba como contenta, ¿no? Pero entonces hizo algo como muy raro y yo me empecé como a rallar y ya estaba otra vez como mal. Pero no fue como otras veces, esta vez era todo como peor, y yo supe que era como el final". 
"Pero es que me lo decía como queriendo darme a entender que estaba como cabreado, pero sin decírmelo. Como si intentara disimular. Pero no. Y, claro, es como que te sientes idiota en esas situaciones. Porque parece que es como quien estuviera cabreado al final fueras tú, ¿no?"
"Esto es un poco como cuando vas en el metro y está petado y dudas entre bajarte y esperar al próximo o seguir. Estás como incómodo pero piensas que al menos ya estás como un poco yendo al sitio, y eso te hace como pensar bueno, venga, sigo".
Esto así escrito os sonará a chino... Diréis: 'no sucede', 'no es posible', 'esto es una exageración'. NO. Yo sólo os digo que desde que reparé en este incómodo y estúpido vicio, no paro de darme cuenta de que mucha más gente de la que pensaba (incluido un humilde tapir) lo tiene impreso a fuego en sus estructuras gramaticales... Será que estamos en una época de alta indefinición y que nada es del todo algo y que todo es un poco como...
Otro día os hablo del 'en plan' y del 'un poco' (en muchas ocasiones, acompañado del como), pero mientras, os aconsejo que leáis esto, si no queréis acabar así:


jueves, 19 de febrero de 2015

EL QUE AVISA...

Hay algunos especímenes en el planeta (entre los cuales me cuento) que gustan de recibir avisos de pisos y trabajos teniendo ya ellos los suyos propios y estando más o menos satisfechos en sus correspondientes niditos de amor/explotación. Las causas de este comportamiento no me interesan demasiado. Simplemente sucede. Y en esas que andaba yo mirando mis pisitos diarios, mis trabajitos cotidianos, cuando en una de las ofertas de empleo me encontré con esto: "Deberá ser capaz de generar empatía y asegurar la comunicación fluida con el resto de los departamentos, flexible y con alta tolerancia a la frustración". Por un momento pensé que era un anuncio de contactos que se había infiltrado entre los salchicheros anuncios de empleo: las exigencias de la oferta son más de pareja estable que de trabajo remunerado... Y deseé muchísimo conocer a la persona que había redactado este anuncio porque pedir a alguien alta tolerancia a la frustración es una gozada. Encierra tantas cosas en una frasecita mínima, así lanzada al azar. Primero supone que el candidato tiene a bien conocerse un poco (quiero decir que uno sabe -y, a veces, ni siquiera- si es egoísta, hijoputilla, paciente o valiente, pero eso son palabras mayores), pero hay toda una serie de cualidades piscológicas adheridas a esa exigencia que suponen un considerable ahorro de tiempo y espacio a la hora de definir el perfil del candidato. Pero mucho mejor aún, es una velada y ventajosísima declaración de intenciones: este trabajo es como el mito de Sísifo, frustración asegurada, ya te avisamos, chato, no se admiten quejas a posteriori. Genialidad absoluta. 

Y si no fuera yo alguien de natural poco envidioso, dos libros que me acabo de leer me habrían producido honda frustración por aquello de contar cosas tan interesantes y tan bien.



Uno es Espejo de sombras de Felicidad Blanc (en el que por cierto he descubierto entre la vida de esta señora y la mía propia espeluznantes puntos de concomitancia). Felicidad era la madre de los Panero y este libro son sus memorias en las que cuenta cosas tremendas con una serenidad y una parsimonia pasmantes. Cuando lo estás leyendo te pasa que quieres escribir como ella y lo intentas, pero no te sale claro, porque aunque parece fácil, no lo es. Hay una frase en la que dice: 'Una tarde me coge de la mano: "¿Sabes? Desde que te he conocido tengo una sensación rara. No te veo joven, te veo con arrugas, ya vieja, paseando por las murallas de Astorga, terminada ya la vida" No ha podido decir nada mejor. Me he enamorado de él'. Nótense las dos últimas frases. No ha podido decir nada mejor. Me he enamorado de él. Siguiente asunto. Bum.




El otro es Las ganas de Santiago Lorenzo, que es un libro que yo, tapir obtuso, que no leo ficción, y menos actual, desde hace una década, he tenido que leer dos veces seguidas de lo que me hinchado a reír, entre otras muchas cosas que te suceden cuando andas inmerso en esta lectura. No voy a contar aquí nada de la historia porque tiene su chicha y a más sopresa, más goce; pero sí diré que está escrito que es una cosa de un placer extremo. Tú vas y lo lees así como con prisas y con nervios (porque pasan cosas en la vida de Benito, el prota, que te interesan mucho y que quieres saber todo el rato, un poco como si de pronto te estuvieran contando la vida de tu vecino al que has visto mil veces pero del que no sabes absolutamente nada de su sarta de aventuras desastrosas y lamentochistosas), pero al mismo tiempo, tú que no eres tonto, percibes lo maravillosamente bien de dios que está escrito y te paras a ratos y te dices 'copón', pero sigues porque verdaderamente no hay fuerza en el mundo que te haga parar. Y entonces, cuando lo acabas te das la segunda ronda, la del paseíllo, la del voy y me fijo en toda la desfilada de palabras que salen. Es otro libro que también te dan ganas de escribir igual, pero que tampoco te sale. Claro.