lunes, 4 de febrero de 2013

UNA MULA Y UNA MUJER

Te escribo, te canto, te dirijo, te hago un punto de cruz o un mobbing. ¿Soy o no una artista multidisciplinar?


Hace ya un rato largo que leer la prensa es una cosa absolutamente delirante, una sucesión de gags, un cúmulo de despropósitos, un chorizo de invenciones locas... A veces tengo que mirar la barra del navegador para cerciorarme de que no he saltado sin querer a El Mundo Today o derivados. Pero, de todas las cosas que he leído últimamente con asombro y perplejidad, la más delirante es la historia de Amy Martin. Ya sabréis todos de qué va. Fundación Ideas paga 3.000 euros por artículos a una tal Amy Martin, cuya identidad es anónima y desconocida. Una vez saltadas las alarmas -ni aunque resucitara Cervantes le pagarían eso por una columna- el director de la Fundación, Carlos Mulas, pone cara de bobo y dice que ahí no hay irregularidad, y lo niega todo -un clásico-. Al dia siguiente, su mujer, una tal Irene Zoé Alameda confiesa ser la misteriosa Amy, haber engañado a su mismísimo marido y haber utilizado ese seudónimo para preparar un personaje para su próxima novela -Zoé Amy es escritora, por lo que se ve-. Pide perdón a todos por los daños causados. Y ambos se retiran a sus aposentos. Mientras, Caldera -vicepresidente de la Fundación- dice que él no piensa dimitir, que no sabía nada (otro clásico incomprensible: si no sabes qué cojones pasa en la Fundación que presides, igual es que no pasas por ahí ni una vez al mes y entonces no mereces que te paguen ni un puto duro) y destituye a Mulas. Y ahí, que yo sepa, se queda la historia. Como siempre y tras ocupar no pocas páginas en la prensa, la historia de Mulas y Zoé se desvanece, no sin antes habernos enterado de algunos suculentos datos: él hizo su tesis sobre la corrupción, ella sobre la novela neopicaresca; a los diez meses de dirigir el Instituto Cervantes en Estocolmo, Zoé fue destituida por no dar la talla -maltrataba a sus empleados impidiéndoles hablar se rumorea-...

Con este post, quiero reivindicar esta historia y estos caracteres dignos de alguna novela romanesca o de la Ilustración.

* Recuperar la tradición de usar seudónimo es algo que, claramente, merece subvención, cosa que esta muchacha bien sabía. La creación de un alias literario y su consiguiente personaje es una auténtica proeza, mucho más en esta era del facebook, el twitter, y el mira-mira-mírame tan llena de exhibicionistas y egomaníacos que no quieren ocultar su identidad bajo ningún concepto.
* Zoé, como los grandes artistas renacentistas, es una creadora multidisciplinar. Cineasta, cortometrajista, ensayista, música (tenía un grupo 'retrofuturista'), novelista... Zoé sabía -once again- que merecía subvención. El Ministerio de Cultura, también. Así sus cortos recibieron cantidades astronómicas para tratarse de cortos de corte amistocasero. Una maravilla.
* Cual enamorada y clásica pareja de forajidos, Mulas y Zoé, Butch Cassidy y Sundance Kid, urden una coartada descacharrante e insensata para salvarse la otra al uno. Hermosa historia en la que comparten amor y sablazos a instituciones varias. Una versión remozada, digital e ibérica de Bonnie and Clyde.

Por todo esto, considero que es de justicia, que en el SOBRE del ganador del próximo premio PLANETA se lea: Amy Martin por la novela Una mula en Suiza. O mejor que alguien haga una película con este guión, es demasiado grande para no inmortalizarlo.

LOS LADRONES SOMOS GENTES HONRADA

Ay, ¿quién maneja mi carro, quién? Que a la deriva me lleva, ¿quién?

Encaro mi sexta mudanza en catorce años. He tenido que pararme un rato para ver cuántas habían sido y me ha parecido una aberración de culoinquietismo. Para mi tranquilidad debo decir que casi todas se produjeron en los siete primeros años de abandonar la madriguera. Como siempre que afronto uno de estos cambios me sobrevienen dudas gigantescas. Primero, de orden memorístico (ostras, no me he fijado si había toallero, y horno no lo tengo claro, y joder, ¿cuántos radiadores había en el salón?). Estas dudas son perfectamente comprensibles: la loca carrera del alquiler es así, tienes el mismo tiempo para decidirte en dar la señal que para elegir entre los chicles Splash o los normales en la cola del super. Luego, viene las dudas de orden más existencial: ¿no será muy ruidoso?, ¿por qué se iría el anterior inquilino?, ¿esa taberna no estará demasiado cerca?, ¿ese salón podrá con todas mis cosas? Todo lo cual no hace sino reforzar mi velada certeza de que soy un neurótico control freak(er). Tanto, que esta mañana mientras leía el maravilloso post de mi amigo el Milodón (intentando dejar de pensar en el número de estanterías que cabrían en mi nuevo salón) se me ha ocurrido que, en realidad, lo de atribuirle significado al azar es por puro controlfrikismo, más que por autoengaño (hagan una pausa aquí para leer el milodoniano post y entenderán de qué hablo). Esta ocurrencia, me temo, no me ha venido así en plan revelación, entre sorbos de café y galletas María.

Mapa, una película-peliculón de León Simimiani.

Me ha venido tras ver Mapa, la peli de León Siminiani que acaban de estrenar y que yo que vosotros iría a ver (es una de las cosas más potentes y prodigiosas que he visto en tiempos). No voy a hablar aquí de Mapa porque es una peli que hay que descubrir, y sobre todo, porque lo que mola es hablar de ella después. Pero a lo que iba es que Mapa me hizo pensar en el neurótico que todos llevamos dentro (y me hizo entender, ya puestos, el porqué del éxito global de Woody Allen). Ese intraneurótico es el que intenta controlar lo incontrolable, el que no admite imprevistos y el que no gusta, ni gasta malabares y equilibrios. Y estaba yo pensando esto, mientras miraba por la ventanilla de un tren de cercanías que atravesaba el Pardo, cuando me he dicho 'no, todos no, esos que dicen gobernarnos -robarnos, digamos nosotros-, esos no pueden ser neuróticos'. Porque me imagino yo a un neurótico digamos civil, normal, del pueblo, -que no popular- metido en semejantes fregados, y veo un amasijo de nervios descomunal, una madeja de tics andantes, una sospecha en 3d, un paranoico de las sombras... Que si me habrá reconocido la prostituta rusa, que si sería suficiente el sobre de Pepito, que si lo de los 3.000 euros por columna va a ser un cantazo... Vamos que el neurótico de la calle, antes de fundirse los fajos en Chanel, cocaína y Don Perignon habría sido víctima de un monárquico ictus. Así que la explicación había de ser otra. Mecido por el traquetreo del tren, de pronto se me apareció la solución a tan insigne problema. No es que los políticos sean seres superiores capaces de controlar su yo paranoico. No. Ni siquiera es que tengan menos moral que la mayoría. No. Es que su ladrón se comió a su neurótico. Me explico. Igual que creo que todos llevamos un neurótico dentro, también creo que todo llevamos un ladrón dentro. Que si fotocopias a tutiplén en la fotocopiadora de la empresa, que si mira qué rotus tan chulos pues voy y me llevo quince, que si uy y para qué querrán tanto papel higiénico en la oficina, que si mi amigo es un zoquete pero ese despacho le sentaría genial, que si anda que están robando a ese de ahí pues casi mejor él que yo... Así que, abstrayéndome de cuestiones morales (empiezo a creer que la ética murió y permanece sólo en grupitos aislados y dispersos, por mucho que me tope con miembros de esa resistencia con cierta frecuencia), creo que en todo fulano habitan un neurótico y un ladrón. En la mayoría de los casos el neurótico tiene amordazado y maniatado al ladrón, impidiéndole cualquier movimiento y sobre todo que parlotee. En el caso de los políticos -me resisto a llamarles 'nuestros políticos' porque de míos, salvo la pasta, poco- el ladrón se comió al neurótico y no dejó ni los huesos. Así que, tras cuarenta minutos en el cercanías viendo cervatillos, llego a mi destino feliz de ser un puto paranoico.


lunes, 28 de enero de 2013

VUELVE EL HOMBRE

El otro día solté así un poco a lo loco que Justin Timberlake era el nuevo Michael Jackson y casi me arrancan mi tapiresca piel a tiras por semejante afirmación. Como la polémica me gusta sólo a veces (han de darse dos condiciones claras e inseparables para que entre al trapo: que el tema de batalla me importe realmente y que con quien tenga que lidiarlo, también me importe mucho; si sólo se da una de las dos cosas, por mí somo si se cagan en Darwin), pues eso, que como soy un melindres para esto de las filosofías de bar-atillo, preferí retirarme a mis aposentos y guardar un prudente silencio. Pero, como también soy un animal de mucho rumiar y darle al magín, seguí dándole vueltas a esta teoría mía que, en ningún caso, me resultaba descabellada (teoría, por cierto, bastante refrendada si se hace una rápida búsqueda en Google de ambas personas; hay incluso un fotomontaje con la cara cortada de ambos divos). Casualmente, dos días después de este abortado debate, leí en algún lugar una nota de prensa con la fecha ya definitiva del lanzamiento del nuevo disco de Justin (demos gracias). En la foto que acompañaba la susodicha nota y promocionaba el nuevo clip, Justin lucía -luce, la fotaca sigue intacta- pantalón tobillero negro, calcetines blancos y mocasines negros (Tom Ford, mediante). Mira tú qué casualidad. Me recuerda a alguien, no sé, cosas mías... Así que ahí van mis parecidos razonables para afirmar, contra viento y marea, que: a. el regreso de Justin es el regreso del año (por delante, con todos mis respetos, del Duque Blanco); b. Justin es el heredero 'natural' de Michael Jackson; c. es un 'artista total' (a la manera del rey del pop).

¡Bravo, tapir! Sabía yo que tú te darías cuenta...

 1. Justin también fue repelente estrella infantil. Allí estaba él en el seguramente horrible programa The Mickey Mouse Club, junto a otros miniengendrines como Britney Spears, la Aguilera o Ryan Gosling. Está claro que el ratón tenía olfato...



2. Justin le da cosa mala al bailoteo. Y se sale. No en vano empezó en esto siendo un integrante de una boy band ('NSync) que se marcaban más dancings que escalas.



3. Justin sabe, como lo supo Michael Jackson, que lo importante está en la mezcla, o sea que sin un superproductor no eres nada. Quincy para Jacko, Timbo para Timber.

4. Justin, como Michael, no se 'conforma' con ser una de las mejores mentes musicales del panorama (que nadie piense que Justin es sólo Justin, se esconde y hace cameos cada dos por tres; estos siete años de silencio han sido de un mutismo relativo), además es empresario y actor (podría dedicarse a ello si le diera la gana, y encima lo hace entre no tan mal y muy bien según lo que le toque).



5. Y, para rematar mi despechado argumentario, sólo diré que cuando tuvieron que cancelarse los conciertos de Londres por la repentina muerte de Michael, Justin fue considerado como el posible perfecto sustituto. Por algo sería (y no creo que sólo por su capacidad para el falsete).

* Pero eso es lo de menos, lo de-más es que Justin, como Michael, tiene un talento apabullante -de esos que sólo tienen algunos elegidos que consiguen hacer fácil lo imposible-, sabe sacarle todo el brillo a lo negro, te obliga a bailar y que parezca que sabes hacerlo, alumbra canciones que se quedan y que se escuchan en loop del subidón que dan, consigue ponerte por las nubes y hacerte sentir el rey -sino del pop, de cualquier otra cosa-, y sobre todo es siempre elegante -mucho-, fino -finissimo- y preciso -milimétrico, diríase-.

Hay a quien no le ha entusiasmado el single de adelanto de su nuevo disco. Yo ya me lo sé de memoria...




Un buen y listo amigo mío me escribe así sobre esta polémica: "No sólo estoy de acuerdo, sino que estoy muy de acuerdo. Es más, me parece que Justin es ahora lo que Michael no quiso ser y podría haber sido. Vamos, que se negaba a ser producido por Timbaland, Neptunes, etc. por cabezonería, algo que yo creo que podría haber sido mítico, porque las últimas cosas del tipo eran una full y esta gente le podría haber dado un barniz moderno la mar de chulo".

domingo, 13 de enero de 2013

SOBRE RUEDAS


(ATENCIÓN: SPOILERS VARIOS)
Esta tarde, de manera completamente fortuita, me he hecho una doble sesión paralítica. De óxido y hueso de Jacques Audiard y La vida sigue igual de Eugenio Martin. Peliculas que narran ambas la historia de dos accidentados que acaban en silla de ruedas (la una peor que el otro, pero bueno); sus superaciones personales; sus amoríos y sus éxitos y fracasos y tal y cual. Pues bien, tras este azaroso experimento, estoy en disposición de afirmar que Audiard se ha inspirado en Martín para su filme, vulnerando y mancillando el original -y su espíritu- en una versión bastante desmejorada que mucho tiene que envidiar a su antecesora. ¿Qué digo, inspirado? ¡Es la misma película! Los paralelismos son asombrosos, las coincidencias pasmosas. Para demostrar semejante dislate, enumeraré semejanzas y diferencias antes de que mi cerebro tapiresco borre de sus circuitos toda información tetraplejiquilla.

1. Apartado pelo: Charo López-1, Marion Cotillard-0. El pelazo de la primera no juega en la misma liga que el pelo ralo y ratil de la francesa.
2. Trios a tuttiplen: mientras Yulio resuelve sus líos de faldas de forma desenfadada y gigolil, el de la otra las lía pardas y hace unas gañanadas de fliparlo, provocando muchos conflictos y dolores. Pasan cosas en discotecas en ambos filmes, aunque en la setentera bailan más y con más gracejo y sepsismo.
3. Sobredosis de drama: los personajes que aparecen en la peli de Audiard están todos al borde; en la de Martín sólo algunos -e incluso así llevan Lacoste-, pero hasta los que son huérfanos y tienen un pasado tremendívoro, lo cuentan como si tal cosa y se lo ventilan en una frase del guión. La vida sigue igual es un drama ligero; De óxido y hueso es un torbellino de drama, una acumulación de calamidades, un agujero negro de infortunios, un no parar de tristezas, un venga toma una y espera que te doy otra y mira que me he dejado esta por el camino y ahora voy y mato también a la abuela que resulta que la muy puta era nazi.
4. Inquietudes culturales: Yulio lee a Pedro Salinas mientras se recupera, Marion se revuelca en el suelo, no lee.
5. La Manga del Mar Menor es nuestra Cannes.
6. Vestuarios: todos repiten muchos looks todo el rato, lo cual es muy bien. A Marion se le ven las tetas, en la otra sólo se ven muslos; pero los secundarios de la española son todos muy guapos y van muy aseados, en la otra no. (La búsqueda de la veracidad se comió la higiene).
7. Infancia: en la de Audiard, maltrato infantil; en la de Yulio, mucho amor por los infantes, sobre todo si están pochers (por cierto, el niño llamado Chimo, es Chimo Bayo en su más tierna y desvalida infancia, ahí lo dejo, pero estad atentos).
8. Humor: Pajares-1, franceses-0. Pajares haciendo de amiguete gracioso de Yulio tiene alguna secuencia bastante mítica; en la peli de Audiard no hay ni un rescoldo atomil para la chanza y el chascarrillo.
9. En un caso la gente se prepara para ver una gran peli del gran Audiard, en el otro se disponen a ver una chorrada del cantamañanas ese. El gusto que dejan ambas experiencias cinematográficas es dispar: metálico como el sopor oxidado, el uno; liviano como una mousse, el otro.
10. A Yulio le ayudan la guitarra y una rubia en bici, a Marion le vienen en danza los peces y un empotreitor en moto. Al final, el empotreitor gana un título dando hostias, y Yulio gana un premio canturreando su más célebre tonadilla.