miércoles, 25 de febrero de 2009
LA FLECHA DEL TIEMPO
Vals con Bashir es una brillantísima película bélica, sí, claro, vaya descubrimiento. Me ha remitido directamente al horror adolescente que experimenté cuando leí Sin novedad en el frente de Erich María Remarque. Y, ojo, los dibujos animados, lejos de alejar la barbarie, la acercan hasta hacerla casi masticable.
Pero Vals con Bashir es algo más. Un montón de preguntas. Incógnitas como: ¿por qué olvidamos unas cosas y recordamos otras?, ¿por qué se nos confunden algunos recuerdos cercanos y otros, bien lejanos, se dibujan con precisión inaudita?, ¿por qué inventamos involuntariamente vivencias y negamos otras que sí sucedieron? Los mecanismos de la memoria, como los caminos del señor, son insondables. Y de eso va también Vals con Bashir. Una reflexión sobre la memoria o sobre la ausencia de ella; sobre el dolor de los recuerdos; sobre cómo nuestro portentoso cerebro filtra, borra y rehace el pasado a su capricho, o más bien al servicio de un no tan caprichoso mecanismo de protección inconsciente. ¡Qué listos somos cuando no pensamos!
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martes, 24 de febrero de 2009
MANUAL DE USUARIO
Tres recomendaciones antes de ver El luchador (y a mí que me ha recordado mucho a 8 millas, el bastante aceptable seudobiopic de Eminem que para la mayoría fue un telefilme de serie B. No sé si el paralelismo me viene dado porque tanto The Ram -el personaje interpretado por Mickey Rourke- como Marshall Bruce Mathers III gastan agua oxigenada como tinte para su maltratada cabellera...):
1. Bajar las expectativas: la película está bien, pero todo el mundo parece haberse puesto de acuerdo en situar el listón demasiado alto. Hay momentos Estrenos TV y hay demasiadas historias paralelas que a mi juicio resultan superfluas, cuando no innecesarias. Todo habría sido mejor si Aronofsky se hubiera centrado en documentar con rigor de antropólogo la figura del luchador y los entresijos de este deporte -¿o es, en realidad, un ritual?- tan extraño y que a los europeos nos resulta, como poco, incomprensible, chocantemente incomprensible (una especie de lucha de gladiadores coreografiada y medio pactada).
2. No estar en plena digestión durante el visionado del film: que nadie piense que esto es como los combates de pressing catch que ponen en alguna cadena nacional. Nada de eso. La cosa va de casquería fina. Sangre a borbotones, brutalidad a espuertas y salvajadas de lo más cafre. Avisados quedáis.
3. Abstenerse de encontrarle a Mickey Rourke ninguna semejanza física: todas las que pasarán por vuestra cabeza tendrán nombre de cantante aflamencado tipo Falete o de artista transexual cupletero entrado en años y residente en la Andalucía más profunda. Evitar pues a toda costa jugar a los parecidos razonables: arruinarán la -por otra parte soberbia- interpretación de Rourke.
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lunes, 23 de febrero de 2009
LLAMANDO A JUSTICIA POETICA
Cuando uno no es hincha enloquecido de ningún club, lo suyo es ir con el más débil. Por aquello de la emoción, por aquello de que no siempre ganen los mismos, por aquello de la justicia poética. Así que siempre he sentido debilidad por el Estudiantes, ese equipo que vive al borde y cuya fiel afición está acostumbrada a padecer. Tras un inicio de temporada bastante flojo, los del Ramiro parecieron recomponerse, tanto y tan bien, que se metieron en la Copa del Rey; tanto y tan bien que, cuando nadie daba un duro por ellos, se colaron en las semifinales de la Copa (pasando por encima del DKV Juventut, Ricky incluido). Ante un vencedor cantado -el Unicaja de Málaga del siempre eficiente Aíto-, el Estu hizo soñar durante 37 minutos a su sufriente demencia. Un partido duro, eléctrico, rapidísimo, emocionante y una primera parte que rayó la perfección por parte del Estudiantes (a pesar de las pérdidas de balón, hay que ver la cantidad de bolas que extravían estos chicos por el camino): defensa asfixiante, Popovic en estado de gracia, un Brewer más que correcto y un Iturbe que no enchufaba triples, los dibujaba en al aire. Pero dio igual, el Unicaja es mucho Unicaja. Solidez férrea frente a una irregularidad digna del mejor ciclotímico. La posibilidad de milagro se desvaneció cuando Berni firmó un triple imposible, al límite. Fin de la ilusión. Flop. El Estu perdió por los pelos, siete (71-78), que podrían haber sido dos o uno o ninguno, pero perdió. Una noche más, la justicia poética brilló por su ausencia. Y, por supuesto, al día siguiente ganó el TAU. ¿Quién si no?
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miércoles, 18 de febrero de 2009
ENSAYO Y ERROR
Vi Seven en el cine. O sea, en 1995. La recuerdo con horror. Tuve pesadillas durante meses. Y durante años sostuve que el guionista de semejante cúmulo de barbaridades era un psicópata que había elegido un oficio supuestamente legal.
Luego vi The game que no me pareció mal. Película con truco final que no soporta un segundo visionado. Pero sí el primero. Y eso ya es bastante. Luego, El club de la lucha. Película con truco final que no sólo aguanta un segundo visionado, sino que lo implora y lo exige. Una película antisitema de esas que a mí me chiflan. O sea, tocacojones: hecha dentro del sistema por excelencia (leáse Hollywood) y con grandes del star system. Muy bien. Luego ya me salté La habitación del pánico (el título me daba eso: pánico y la presencia de Jodie Foster no hacía sino acrecentarlo -el pánico-). Hace dos años me reencontré con Fincher y su Zodiac. Absolutamente brillante. Así que llevo dos semanas (las transcurridas desde que vi El curioso caso de Benjamin Button) preguntándome ¿POR QUÉ? ¿Era realmente necesario que el señor Fincher hiciera esta especie de pastelón con mensaje (mensaje, por otra parte, confuso: da la sensación de que ahí alguien se ha hecho la picha un lío y que lo que comienza siendo un alegato a favor de la vejez termina convirtiéndose en su contrario, o no, o sí pero no, ay, no sé)? Una amiga la definió como una 'película para abuelas'. Yo creo que ni siquiera.
Nota a pie de página:
Confieso, eso sí, que hubo alguna escena involuntariamente hilarante (ese momento en el que Brad Pitt parece protagonizar un anuncio de Agua Brava a bordo de su velero...). Casi me ahogo de la risa en muestra de agradecimiento.
Luego vi The game que no me pareció mal. Película con truco final que no soporta un segundo visionado. Pero sí el primero. Y eso ya es bastante. Luego, El club de la lucha. Película con truco final que no sólo aguanta un segundo visionado, sino que lo implora y lo exige. Una película antisitema de esas que a mí me chiflan. O sea, tocacojones: hecha dentro del sistema por excelencia (leáse Hollywood) y con grandes del star system. Muy bien. Luego ya me salté La habitación del pánico (el título me daba eso: pánico y la presencia de Jodie Foster no hacía sino acrecentarlo -el pánico-). Hace dos años me reencontré con Fincher y su Zodiac. Absolutamente brillante. Así que llevo dos semanas (las transcurridas desde que vi El curioso caso de Benjamin Button) preguntándome ¿POR QUÉ? ¿Era realmente necesario que el señor Fincher hiciera esta especie de pastelón con mensaje (mensaje, por otra parte, confuso: da la sensación de que ahí alguien se ha hecho la picha un lío y que lo que comienza siendo un alegato a favor de la vejez termina convirtiéndose en su contrario, o no, o sí pero no, ay, no sé)? Una amiga la definió como una 'película para abuelas'. Yo creo que ni siquiera.
Nota a pie de página:
Confieso, eso sí, que hubo alguna escena involuntariamente hilarante (ese momento en el que Brad Pitt parece protagonizar un anuncio de Agua Brava a bordo de su velero...). Casi me ahogo de la risa en muestra de agradecimiento.
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lunes, 16 de febrero de 2009
CADENA DE FAVORES
Un amigo con bastante buen gusto en general -en particular para cuestiones literarias- me recomendó tras leer mi entrada sobre 'La clase' el libro 'Como una novela', de Daniel Pennac. "Te gustará". A veces, soy obediente. Fui esa misma tarde y lo encontré y lo devoré.
Sobre lo que supone leer: "Una lectura bien llevada salva de todo, incluso de uno mismo. Por encima de todo, leemos contra la muerte".
Sobre los pésimos métodos de iniciación a la lectura que se aplican en escuelas y familias (tan malos que, lejos de disipar el miedo a leer, lo potencian): "El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con algunos otros, como el verbo amar, el verbo soñar..."
Sobre ese falso mito de que el leer ocupa tiempo: "En el momento en el que uno se plantea si tiene tiempo para leer, es que no tiene ganas de hacerlo. Si estudiamos la cuestión de cerca, nadie tiene tiempo de leer. La vida es un obstáculo permanente a la lectura. (...) El tiempo de la lectura siempre es tiempo robado -como el tiempo de escribir, por otro lado, o el de amar-".
Sobre el silencio: "¡Qué gran goce del lector, ese silencio de después de la lectura!"
Sobre el milagro redentor de leer: "(...) el refugio del libro contra el crepitar de la lluvia, el silencioso deslumbramiento de las páginas contra la cadencia del metro, la novela disimulada en el cajón de la secretaria, la breve lectura del profesor cuando los alumnos se marchan, y el alumno del fondo de la clase leyendo a escondidas antes de entregar su examen en blanco..."
Sobre los derechos del lector: El derecho a no leer, a saltar páginas, a no terminar un libro, a releer, a leer cualquier cosa, al 'bovarysmo', a leer en cualquier lugar, a picotear, a leer en voz alta, a callarse.
Sobre el porqué de leer: "El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive en comunidades porque es gregario, pero lee porque se sabe solo. La lectura es una compañía que no ocupa el lugar de ninguna otra, pero que ninguna otra compañía sabría sustituir. (...) Nuestras razones para leer son tan extrañas como lo son nuestros motivos para vivir".
Devorándolo pues, y habiéndome atenido a la máxima de Pennac de 'contar' a los demás lo que uno lee (y perdón por la traducción: es mía e improvisada), sería injusto no dar las gracias (por la recomendación) y qué mejor manera que hacerlo en palabras del propio Pennac:
"Lo que hemos leído de más hermoso, se lo debemos casi siempre a un ser querido. Y es a un ser querido a quien se lo diremos primero. Quizá, justamente porque la esencia del sentimiento, como el deseo de leer, consiste en 'preferir'. Amar es, finalmente, regalar nuestras preferencias a aquellos a los que preferimos. (...) Cuando un ser querido nos recomienda un libro, es a él a quien buscamos primero entre líneas, sus gustos, las razones que le han empujado a darnos ese libro, los signos de una fraternidad".
Suscribo, estimados y preferidos lectores.
miércoles, 11 de febrero de 2009
EL HOMBRE MODERNO
Cuando Madeleine conoce a George, la primera noche, le espeta: "¿Dónde has estado todo este tiempo?". Él responde: "Pfafftown, North Carolina". La respuesta precisa a tan maravillosa pregunta está en la película 'Junebug'.
A veces sucede también con libros, con canciones y con películas, que uno se pregunta: "¿y dónde ha estado todo este tiempo?", o mejor, "¿y dónde estaba yo?". Cosas que son para ti. Claramente. Y que llevan esperándote toda la vida. Lo fantástico es que siga ocurriendo. Que los descubrimientos no cesen. Y las lagunas no terminen jamás de llenarse. Acaba de ocurrirme. Así que escribo aún con la sensación de adrenalina que todo feliz hallazgo (me) provoca. Irremediablemente.
¡Viva Dino Buzzati! ¡Viva una y cincunetaytantas veces! Las mismas que cuentos, y por tanto razones, tiene 'Le K' -creo que aquí editado como 'El colombre', Acantilado-. Buzzati se mueve como pez en el agua entre la ingenuidad, la moraleja -que no moralina-, la ironía, el pesimismo, la crueldad, la ternura, la sátira y lo kafkiano. Siempre con una lucidez extraordinaria. Todo rebosa una tristeza serena como de fábula oriental, de esas cortitas que se cierran con un 'esto es lo que hay'. Pero claro escritas por un italiano, lo que le confiere alguna dosis extra de mala leche. Mala leche, encantadora, eso sí. Buzzati es perfecto, en su forma y en su fondo. Incluso en los cuentos previsibles. Un reflejo sin drama y sin ira de la angustia del hombre moderno. Metafísica en pantuflas. La muerte, los celos, la vanidad, el consumismo, la vejez, la identidad, la ambición, el destino... La traca final (en la edición francesa, no sé en la de Acantilado): un delirante viaje a un supuesto infierno que se asemeja demasiado, ay, a nuestro mundo. Y me callo ya. Porque es a Buzzati al que hay que leer. No a mí.
lunes, 9 de febrero de 2009
TESTIMONIOS (II)
Hola, me llamo Antoni. Y soy cantante. Pero de esos de voz finita, como de llorar. Yo, bueno, hacía mis discos y me decían frik. Así, frik. En todo el jeto. Friki. A mí me daba igual porque soy de Niuyor que es una ciudad bonica y requetellena de luces. Y yo pues me movía en el undergroun que es una cosa que a los artistas y al faranduleo nos va mucho, y si somos de la gran manzana, pues más. Así que yo ahí, con mis travestis y mis transexuales, haciendo mis gorgoritos y mis performances. Todo muy moderno. Un día, pues fíjate, voy y grabo el Aim a bird y todo el mundo se vuelve majara. Yo ya había hecho más discos antes. Pero seguía en el undergroun ese, en lo subterráneo por así decir. Y de pronto, ya te digo, el Aiam a berd. Y que si la nueva Nina Simone, que si la voz cristalina, que si le emoción de no sé qué, y venga de tontunas. Yo a mi bola. Yo como siempre. Frikiiiii. Con mis pelos revueltos y mi cara palidísima y mi look -que aquí le decimos así a los trapos que se pone uno- de Frankenstein, y mis jerseys con agujeros y mis zapatones de gótico paralítico. Y así, ¿no? Y cuando tocaba, yo con mi mochilica a todas partes. Pues no me decían los guachos que la dejara en el camerino, que esto no era un tugurio del Bronx Vamos, que me verían cara de gañán los muy... Que si para las cuatro mierdas que llevas, Antoni, no me seas agarrao. Y yo, que no, cabrones, que mi mochila no la suelto, que mira lo que le pasó al Pocholo ese. Venga de disgustos. Frikiiiii. Fue una época lindísima. La recuerdo y se me humedecen las cuencas de los ojos como cuando el pesao de Marco no encontraba a su madre. Es que yo flipaba vamos. Luego ya me alisé el pelo. Alisado japonés, que es una cosa que te dura una jartá de tiempo. Y me eché unos potingues en la cara que me dejaron la piel tiesísima. La becaria, me decían. Ya ves. Y las pestañas extralarch que cuando me ponía las bifocales no veas tú la que se liaba. Frikiiiiiiiiii. Hice una chorrada con unos gayers. Salió bien. La gente la sudó ahí en la pista. Venga de bailar y de bailar. Nos llamamos Hercules, que es un nombre que a mí me pareció chocantísimo, pero nos dijeron que en Europa iba a pitar. Yo sonreía todo el rato. Y ahora he hecho The crying light. En la portada, va una viejuna como disecada. Y yo, otra vez con la voz de castratti. Todo muy afectado. A mí me parece que ya güele, pero mi manacher, me decía que no, que p'alante, y me cantaba eso de no cambié, no cambié. Que no os gustaba la voz con tembleque, pues toma dos tazas.
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viernes, 6 de febrero de 2009
EL GATO AL AGUA
En 2006, Pajaro Sunrise eran Yuri y Pepe y sacaron un primer disco que no estaba mal, una voz bonita y alguna canción, pero había cosas que no acababan de... Que chirriaban. Quizá esos experimentos a lo Postal Service, quizá esos otros a lo Spin Doctors.
En 2009, Yuri se ha quedado solo y ha sacado el doble álbum Done/Undone. Sólo puedo decir que es una auténtica maravilla. Un disco hecho sin complejos, sin prejuicios. Hay muchas palmas (¡bien!) y muchos coros preciosos y algunas bases e instrumentos hechos con la boca. Hay ecos de Lou Barlow, de Sodastream, de Neil Halstead, de Tom Waits, de Etienne Daho, de Roy Orbison, de Springsteen, del Micah P. Hinson más calmado o de Simon & Garfunkel. Hay comedia musical. Hay grupos vocales. Hay 'disco' de los ochentas. Hay pop. Hay folk. Hay cosas que suenan a los 50 y otras que recuerdan a dibujos animados antiguos. Hay juguetes. Hay una versión INCREÍBLE del Hungry Heart de Bruce (también una de David Berman. Dice Yuri: "En cierto sentido, las dos versiones que incluye –una por disco- también cierran una etapa de mi vida: la que va de agosto de 1991, cuando con doce años recién cumplidos escuché por primera vez The River, a enero de 2008, ya alejadísimo de Springsteen y rendido admirador de los Silver Jews". ¿Cómo encajamos esto, brigadier, en mi teoría de los conjuntos?). Y todo cuadra. Y todo sin estridencias. Y todo con esa voz maravillosa de Yuri. Para sentarse y escucharlo. Muy quieto. Sin hacer nada.
Nota a pie de página:
Ah, por cierto, sí, canta en inglés. ¿Y? Nunca he entendido esa caza de brujas contra los grupos españoles que no cantan en castellano.
jueves, 5 de febrero de 2009
CHOQUE GENERACIONAL
Ante todo y para ahorrar tiempo a los que vayan con prisas: podéis pasar directamente a la última línea. Todo lo que hay que saber sobre La clase está ahí.
Y es que no hay nada que se le pueda reprochar a La clase. Es sencillamente perfecta.
Formalmente, es de esas películas que dan una sensación de naturalidad total. Rebosa verdad por los cuatro costados (no sólo por los actores, que no son tales) sino por cómo está rodada. Sin trucos, ni trampas. Una sencillez y una claridad abrumadora cuando se está viendo, pero en realidad minuciosamente montada y rodada (el rodaje se hizo permanentemente con tres cámaras: una grabando siempre el profesor, otra siempre al chaval que llevara el peso de la escena; y una tercera, libre, tomando detalles o rostros que pudieran aportar algo a la escena una vez en la sala de montaje. El resultado de tan complejo proceso es, sin embargo, de una frescura impresionante).
Y lo demás... La clase no pontifica, no juzga, no emite veredictos. Básicamente porque no los hay, ni puede haberlos. Educación y adolescencia son batallas sin fin. Pequeñas victorias, grandes derrotas. No hay buenos, ni malos. No hay vencidos, ni vencedores. No hay mártires, ni verdugos. Nadie gana. Por un lado, está la evidente pérdida de respeto a la 'autoridad', por otro está el problema de la educación. Una educación, que al igual que la industria discográfica, no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y mantiene estructuras absolutamente arcaicas y espantosamente rígidas -incluso en la avanzadísima Francia-. De ahí el título Entre les murs, Entre las paredes (como siempre traducido aquí a la buena de dios). Profesores y alumnos encerrados en un espacio en el que inevitablemente sigue ocurriendo lo de siempre: los profes son los enemigos a batir y los alumnos, los energúmenos a domesticar. Adolescentes con todo revolucionado sintiéndose obligados a permanecer entre cuatro paredes y sin comprender los motivos y sin resignarse. Profesores intentando inculcar algo de la mejor de las maneras, unas veces; perdiendo la paciencia, otras. Los unos. Y los otros. Condenados a no entenderse.
Simplemente hay que verla.
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martes, 3 de febrero de 2009
LUCES Y SOMBRAS
La ceremonia de entrega de los Goya es de esas cosas sobre las que todo el mundo despotrica y que todo el mundo dice no ver por pereza, pero que al día siguiente son foro de discusión en trabajos y transportes públicos. "Sólo lo vi a ratos, pero me pareció espantosa, cutre. Patética". Como yo sí me la tragué enterita (incluso con la llegada de las estrellas al recinto) y como lo confieso sin rubor y como hace mucho que no veía ninguna (llevaba diez años sin tele) y como no me resisto (pero tampoco quiero aburrir al personal con lo que todo el mundo ya ha dicho y criticado y destacado) y como tampoco pretendo hacer nada sesudo, pero insisto no me resisto, aquí van mis diez highlights del evento:
1. La alfombra verde. Simplemente no acabo de pillar el concepto. Por el simple hecho de que Jameson sea patrocinador o algo, ¿hay que cambiar el tradicional y aceptado rojo por un absurdo y deslucido verde? ¿Si el patrocinador fuera Revilla, sería la alfombra de color salchichón?
2. Ciertas declaraciones pre-gala sobre la inutilidad de dichos premios amparándose en que el arte no es medible y que la competición en materias tan elevadas no tiene sentido. Que yo recuerde dijeron tal boutade Belén Rueda (quien, por cierto ganó uno por Mar Adentro), y, creo, Javier Fesser (quien se llevó unos cuantos sin rechistar).
3. El arranque de sinceridad de Benicio del Toro quien confesó no haber visto ninguna de las películas premiadas, ni tan siquiera de las nominadas, pero prometió hacerlo. Tras estas declaraciones, se metió en un frondoso y surrealista jardincillo sobre el arte de actuar. Si alguien lo entendió, por favor que nos alumbre.
4. El auditorio en pie ante Jess Franco. Aplausos, ovación y cabeceos de aprobación. Me juego lo que sea a que más de la mitad del selecto público invitado no había visto ni una sola película del tipo en cuestión.
5. Muchachada Nui poniendo el necesario contrapunto. Grandes, como siempre. Lo mejor fue la aparición de toda la troupe para entregar un premio con un Joaquín Reyes vestido de hombre elástico. Tan serio. Y cómo movía su maneto de palo con toda naturalidad para saludar o mover el micrófono. El director absurdo hablando en inglés inventado tampoco se quedó corto.
6. La durísima rivalidad entre Miriam Díaz Aroca y Carmen Machi por acaparar el premio a la peor vestida de la noche. La primera lucía un espeluznante vestido con reminiscencias folclóricas que se ajustaba a su cuerpo serrano con una media color carne como de abuela MUY antigua. La segunda arrampló con los visillos de sus antepasados para hacerse unos cuantos trajes a cual más horroroso.
7. En el apartado masculino, Corbacho no presentó rival: sus dos combinados eran terroríficos. El primero con gorrita morada a juego no tenía gracia; pero el que eligió para entregar su premio era una pesadilla estética: un caleidoscopio gigante color azul piscina. 48 horas después me sigo preguntando qué pretendía.
8. El padre de uno de los de La excepción. Un hombre negro con una cara simpatiquísima que al ser mencionado por su hijo en los agradecimientos se levantó y se quedó mucho rato de pie sonriendo y saludando al respetable. La escena se repitió cada vez que, por azar, le enfocaban.
9. Las caras de la audiencia: desde los morreazos que se estaba metiendo Verónica Echegui con su acompañante hasta el gesto de comprensible estupor de Alex de la Iglesia que se tornaba en carcajada cada vez que se daba cuenta que había sido pillado 'in fraganti' por la cámara de turno.
10. La confusión de Carmen Machi soltándole una gracieta a Raúl Arévalo sobre su presunto parecido con Sean Penn. En dicho chascarrillo confundió a Harvey Milk con Harvey Keitel. No sabemos qué habría opinado de todo esto el Señor Lobo de haber estado presente...
1. La alfombra verde. Simplemente no acabo de pillar el concepto. Por el simple hecho de que Jameson sea patrocinador o algo, ¿hay que cambiar el tradicional y aceptado rojo por un absurdo y deslucido verde? ¿Si el patrocinador fuera Revilla, sería la alfombra de color salchichón?
2. Ciertas declaraciones pre-gala sobre la inutilidad de dichos premios amparándose en que el arte no es medible y que la competición en materias tan elevadas no tiene sentido. Que yo recuerde dijeron tal boutade Belén Rueda (quien, por cierto ganó uno por Mar Adentro), y, creo, Javier Fesser (quien se llevó unos cuantos sin rechistar).
3. El arranque de sinceridad de Benicio del Toro quien confesó no haber visto ninguna de las películas premiadas, ni tan siquiera de las nominadas, pero prometió hacerlo. Tras estas declaraciones, se metió en un frondoso y surrealista jardincillo sobre el arte de actuar. Si alguien lo entendió, por favor que nos alumbre.
4. El auditorio en pie ante Jess Franco. Aplausos, ovación y cabeceos de aprobación. Me juego lo que sea a que más de la mitad del selecto público invitado no había visto ni una sola película del tipo en cuestión.
5. Muchachada Nui poniendo el necesario contrapunto. Grandes, como siempre. Lo mejor fue la aparición de toda la troupe para entregar un premio con un Joaquín Reyes vestido de hombre elástico. Tan serio. Y cómo movía su maneto de palo con toda naturalidad para saludar o mover el micrófono. El director absurdo hablando en inglés inventado tampoco se quedó corto.
6. La durísima rivalidad entre Miriam Díaz Aroca y Carmen Machi por acaparar el premio a la peor vestida de la noche. La primera lucía un espeluznante vestido con reminiscencias folclóricas que se ajustaba a su cuerpo serrano con una media color carne como de abuela MUY antigua. La segunda arrampló con los visillos de sus antepasados para hacerse unos cuantos trajes a cual más horroroso.
7. En el apartado masculino, Corbacho no presentó rival: sus dos combinados eran terroríficos. El primero con gorrita morada a juego no tenía gracia; pero el que eligió para entregar su premio era una pesadilla estética: un caleidoscopio gigante color azul piscina. 48 horas después me sigo preguntando qué pretendía.
8. El padre de uno de los de La excepción. Un hombre negro con una cara simpatiquísima que al ser mencionado por su hijo en los agradecimientos se levantó y se quedó mucho rato de pie sonriendo y saludando al respetable. La escena se repitió cada vez que, por azar, le enfocaban.
9. Las caras de la audiencia: desde los morreazos que se estaba metiendo Verónica Echegui con su acompañante hasta el gesto de comprensible estupor de Alex de la Iglesia que se tornaba en carcajada cada vez que se daba cuenta que había sido pillado 'in fraganti' por la cámara de turno.
10. La confusión de Carmen Machi soltándole una gracieta a Raúl Arévalo sobre su presunto parecido con Sean Penn. En dicho chascarrillo confundió a Harvey Milk con Harvey Keitel. No sabemos qué habría opinado de todo esto el Señor Lobo de haber estado presente...
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lunes, 2 de febrero de 2009
LA TEORÍA DE LAS CONJUNTOS
El señor Springsteen provoca aquí (no sé en el resto del mundo mundial) reacciones de lo más adversas: o se le odia o se le ama. La cosa se divide en dos conjuntos, perfectamente separados, y que en ningún caso, entran en intersección. A saber:
Conjunto A: compuesto por los seguidores acérrimos del Boss. Suelen tener de treintaypico para arriba. Normalmente el disco de Bruce es prácticamente el único que se compran al año y normalmente los conciertos del Boss son los únicos a los que van. Carecen de sentido crítico para con su ídolo.
Conjunto B: formado por gente que consume habitualmente música (normalmente independiente -leáse desconocida para el gran público-). Están a la última y no toleran que 'sus' grupos entren en las listas de ventas. Normalmente si osas afirmar ante ellos que Springsteen tiene grandes discos, enarcarán la ceja (izquierda, derecha o ambas, según sea su dominio de dicho arte), su rostro se tornará gélido y harán gala de un catálogo de gestos que pasará del estupor a la indiferencia o la burla terminando con un despectivo aire de superioridad. Y todo esto, y habitualmente, sin gran conocimiento de causa. Habrán escuchado poco o nada de Bruce, defendiéndose con un lacónico y lapidario "no me interesa". (Pero, curiosamente, y ante la prueba de poner a estos sujetos del grupo B a escuchar -por la fuerza, claro- el Nebraska, el 90% de ellos se arrugarán en el sofá hasta casi desaparecer, y, finalmente, musitarán en un inaudible hilillo de voz: 'bueno, no está mal').
Ni tanto, ni tan calvo.
No pertenezco a ninguno de los dos grupos. Poseo no menos de cinco discos de Springsteen, considero que este tipo tiene álbumes intachables y otros infumables, le he visto dos veces en directo (una, inolvidable, hace años en Gijón; y otra, olvidabilísima, en el Bernabeú este verano) y no soporto a Clarence Clemons. Así que libre del fanatismo de los primeros y de los prejuicios de los segundos, diré que el último disco de Bruce, Working on a dream, me ha parecido un poco chuchurrío. Sí, vale, tiene un par de temazos. Venga va, tres. Pero falta energía e imaginación. Es un poco 'déjà vu, déjà écouté'. Después del potentísimo Magic, uno se esperaba algo más. Ahora, qué chulas las sesiones de grabación que aparecen en el dvd de la edición bonita del disco (y, atención, al surtido de tocados que exhibe Bruce).
Notas a pie de página:
¡Cómo se parece Jason Butler, el malo malísimo de El intercambio, a Stephen Morris, el batería de Joy Division!
Qué bien que ayer arrasara Camino, y qué bien que ayer arrasara Nadal (a pesar de los lagrimones del suizo -ah el héroe al que los dioses del Olimpo le retiraron la gracia- y a pesar de que el partido fuera bastante más aburrido que la semifinal Verdasco - Nadal).
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