martes, 31 de marzo de 2009

F.F.




Un día mi amiga L. y yo dijimos, tras una ingesta masiva de pistachos, chocolate negro y cerveza: 'la felicidad es algo discontinuo'. Eureka. Habíamos encontrado el secreto de la felicidad -o eso creímos durante un espacio de tiempo aún no definido- al descubrir su debilidad. Como algunos superpoderes, la felicidad se activa a ratitos. Lo suyo es estar atentos para entonces tirarse encima y solazarse. Incluso, con un poco de entrenamiento, se aprende a reconocer los síntomas que van a desencadenarla. Y uno va aguzando las orejitas, afilando los colmillos, erizando el pelo del cogote, atusándose los bigotillos. Relamiéndose. ¡LLEGA UN MOMENTO F.F.! Así bautizamos el hallazgo: F.F, que no es otra cosa que Felicidad Fragmentada.


Este pasado sábado en El Sol. Concierto de Nixon. Momento F.F (y me da que fue algo colectivo, lo cual es un fenómeno rarísimo, perseguido por científicos de todo el mundo).
Qué bien las canciones nuevas del disco nuevo de Nixon (Museo Británico es perfecta), qué bien las canciones antiguas de los discos antiguos de La Costa Brava, qué bien las canciones (auténticos himnos de doble lectura: al pie de la letra para algunos, con su dosis de ironía para otros), qué bien el buen rollo que irradiaban los chicos arriba (tan contagioso para los de abajo), qué bien ver a Richi el hombre -momentáneamente- feliz (le robo una frase: 'tengo felicidad intermitente y es como la luz de neón de un hotel que, que se ve de lejos'), qué bien el público, qué bien escuchar Banderas Rojas y su 'ya sé que estás ante las dudas, que es como estar ante las dudas', qué bien que salieran tantas veces, qué bien que la vida siga igual. Qué bien. Y qué rebonito. Así que gracias.

lunes, 30 de marzo de 2009

LÓGICA APLASTANTE


No milito en el ipodismo. Tuve uno hace tiempo. Me lo regalaron. Pero se fue deshaciendo. Los auriculares fueron los primeros en perder sus poderes. Luego algo le pasó a la batería. Y a la pantalla. Se quedó ahí en una estantería.Un amigo me dijo: 'mételo en un cajón, no le hagas caso, no lo fuerces, no aprietes todos los botones, no lo cortocircuites. Cuando lo saques de su retiro, estará como nuevo'. Sonaba bien. Hasta lógico. Lo intenté. El remedio no funcionó. Me acostumbré a vivir sin él y él a no vivir conmigo. Redescubrí el placer de escuchar la ciudad, de oír el ruido amortiguado de las calles desde la bici. Un rumor sordo. Me volvieron a llegar las respiraciones mientras caminaba por la Gran Vía y retazos de conversaciones. Sobre todo eso. Trozos de vida ajenos. Nítidos y claros, algunos; otros, deconstruidos y a medias, listos para ser completados. Rellenar los huecos.

Dos.
Recientes.

Semáforo cerca del Hotel Miguel Ángel. Ella, rubia con el móvil en ristre.
- ¿Un perro?
- ...
- Pero, mamá, ¿para qué quieres un perro?
- [Aquí imagino a su madre, al otro lado del teléfono, explicando que le gustaría un dogo plateado para pasearlo con una correa roja por el barrio, o un setter de color fuego para peinarlo las tardes de domingo, o un bulldog francés para estrujarle la piel mientras ve El diario de Patricia]
- Pero, si ya tienes alarma, mamá, ¿para qué quieres un perro?

Tren de cercanías. Un niño terriblemente listo habla con su hermana mayor en 'esa' edad.
Él: ¿Para qué sirve la heroína? (Juro que esta pregunta fue formulada así. A bocajarro. Nada en el aire había dado pie a semejante disquisición).
Ella: No lo sé, supongo que es droga.
Él: Ya, pero esa droga tiene que servir para algo.

viernes, 27 de marzo de 2009

SÓLO DIOS LO SABE


Ay, cómo me gusta Stanley Donen. Pero cómo me gusta. Algunas de mis películas favoritas las hizo este hombre. Musicales inolvidables, comedias perfectas (¡qué guiones, qué réplicas!), espionaje sofisticado y esa cosa tan desoladora y lúcida llamada Dos en la carretera... Ayer vi The grass is greener (Página en blanco ¿?). Qué buena. Funciona como un reloj. Un Cary Grant sublime, un Robert Mitchum muy en su papel, la maravillosa Jean Simmons mutada para la ocasión (¡esos estilismos y ese maquillaje!) en una refinada Elizabeth Taylor (contrasentido donde los haya: Liz pudo ser muchas cosas, pero fina, jamás) y la infumable Deborah Kerr. Me encantó, sí, a pesar de Deborah Kerr. Detesto a esta actriz con toda la fuerza de mi corazón. Nunca entendí la manía de darle papeles de adúltera, el empeño de hacerla pasar por mujer que se debate entre dos pasiones, la fijación por convertirla en fémina provocadora de toda clase de incendios e inflamaciones. Quizá por el contraste entre ese aspecto recatado y mohíno y la fiera ardiente que latía -culpable, torturada e indómita- debajo. Pues no. Ni por esas. Deborah, tan frígida, tan gélida, en el centro del volcán con Burt Lancaster en De aquí la eternidad; Deborah, con su rostro tan inexpresivo, dudando entre un irónico y perfecto Cary Grant y un tosco y adinerado Robert Mitchum (duda, que de entrada, a mí me parece rocambolesca) en Página en blanco; Deborah, metida a hermana carnal en Sólo el cielo lo sabe; Deborah con su pinta monjil cautivando y derritiendo el corazón de un aventurero y curtido Stewart Granger, y por dos veces (El prisionero de Zenda y Las minas del Rey Salomón). ¿Alguien se lo cree? ¿Alguien se traga a ese témpano de hielo simulando estar devorada por el deseo? ¿A alguien le parecen verosímiles sus caídas de ojos y su mano en frente acudiendo a una cita secreta? ¿Alguien, en fin, es capaz de vislumbrar entre tanta impostura la llama del remordimiento? Sólo Dios (y alguno más, por lo que se ve) lo sabe. Yo no. Deborah, que yo recuerde, sólo me parece bien en Buenos días, tristeza. Ahí me parece ella. Meticona, controladora, castradora y manipuladora. Fría y calculadora. Ahí está. Perfecta. Esa es mi Deborah. Represion y contención. Pintando negros en aguas de azules imposibles. Poniéndole tapias a un cielo infinito. Cubriendo pudorosamente pieles salvajemente desnudas. Ahí me la creo, tan estirada, tan elegante, tan perfecta, tan seria, tan poco amiga de la improvisación. Ahí está, brillante, dando una feroz y severa réplica a una atolondrada y preciosa (como nunca) Jean Seberg. Como a Ingrid Bergman (Billy Bragg & Wilco), a Susan Sarandon (Les Innocents), a Fanny Ardant (Vincent Delerm) o a Florinda Chico (Los Enemigos), algún grupo debería escribirle una canción y titularla La antorcha humana.

miércoles, 25 de marzo de 2009

LA COSA


Iba a decir que no me gustan las películas de terror. Pero iba a ser una mentira. Porque iba a contar que en realidad no he visto casi nada de este género. Iba a confesar que este pavor incontrolable a cualquier cosa que salpique sangre es algo atávico, que me viene desde infante y que no ha mermado, en ningún caso, con el paso de los años. Iba a reconocer que no he visto La semilla del diablo, ni El resplandor, ni La Profecía. E iba a añadir, en un arrebato de osadía: "Ni pienso" (verlas). Y entre el 'iba a' y el 'hice', fui a ver Pánico en el transiberiano, no sin antes preguntar a fuentes sobradamente informadas y dignas de mi confianza: "Pero, ¿me va a dar miedo?" "No, no, imposible". Respuesta no satisfactoria. Ya me la han jugado en más de una ocasión. Fotogramas absolutamente inocuos para algunos, a mí se me han quedado en la retina volviendo una y otra vez para torturarme en las noches de luna llena. Auuu. "En serio, ¿no me va a dar miedo?", "Imposible. Ni siquiera a ti puede provocarte pavor". Correcto. Mucho más cuando comprobé que Pánico en el transiberiano llevaba colgando la tranquilizadora etiquetita de "serie B". No me importa que se sepa cuán pusilánime soy en materia de cine: me he ahorrado así no pocos disgustos y exasperantes insistencias. Con el confort que produce saberse al amparo del inquietante mal, allá que me fui. Sin crucifijos, ni ajos. Año 1973, rodada en los estudios Madrid y en la sierra de Navacerrada (a la sazón provincia china de Szechuan) por el granaíno Eugenio Martín, con Christopher Lee (¡!), Peter Cushing (¡¡!!), Telly Savalas (¡¡¡!!!) y Silvia Tortosa (¡¡¡¡!!!!), entre otros. Delirante. Deliciosamente delirante. La historia, a caballo entre la ciencia ficción y el darwinismo ("La evolución es un hecho, y no hay ninguna moralidad en un hecho" brama -en tono quedo, eso sí- Lee en una secuencia), tiene algo más que su punto (recordaría en algo a Alien si no fuera porque Gene Martin -aka Eugenio Martín- la hizo seis años antes que Ridley). La estética y la ambientación, tan maravillosamente acabadas, recuerdan las producciones de la Hammer. Los personajes son fascinantes, incluso los secundarios -¡ese santón pasado a las filas del mal en un tris!-. Los hallazgos técnicos, entre entrañables e ingeniosos. Puede que ésta sea mi cautelosísima entrada a un nuevo mundo. Con calma y pies de plomo. Tampoco hay que pasarse, que creo que los Gusiluz ya no se fabrican...

miércoles, 18 de marzo de 2009

SERÍA UN MUNDO MÁS FUERTE, MÁS FUERTE Y HERMOSO DONDE MORIR


Hace siete años un buen amigo me regaló Watchmen. "Si no te gusta será cierto que tienes un problema con el medio. Si sí, esta es la bienvenida a un nuevo mundo". Y tanto. Fue el primer cómic en el sentido adulto y real del término que leí. Me enganchó, me maravilló, me extasió, me volvió del revés. Como todos los neófitos, leía y leía y leía. Y pasadas veinte páginas, reparaba en que, oh mierda, no había prestado atención a los dibujos, ni a las trazos, ni a las viñetas. Retrocedía, avanzaba, echaba el freno de mano, volvía a dar marcha atrás. Recuerdo noches enteras en vela. Engullendo. Aún hoy sigue siendo el mejor cómic que he leído nunca.

Así que cuando empezó a rumorearse que se iba adaptar al cine, tuve miedito. Me parecía imposible que semejante historia pudiera ser llevada a la gran pantalla sin perderse. Pero bueno era Zack Snyder (¡cuánto y cómo disfruté 300!). Pero, aún así, buf...

Watchmen es el reino de lo mediocre, de la nostalgia, de la decadencia. Superhéroes con bajezas morales dignas de un mortal. Bienvenidos a un mundo que es el nuestro en el que hasta los superhombres son cutres. Watchmen tiene un trasfondo imposible. O eso pensaba yo. Así que pobre Zack. Además de enfrentarse a una trabajo titánico, tenía un handicap doble: los lectores de cómics se le iban a echar encima, lo iban a descuartizar, se iban a rasgar las vestiduras e iban a hacer gala de todo su talibanismo (que es bastante) para condenar a priori el film; los que no sabían de qué demonios iba eso de los Vigilantes, iban a salir rabiosos y decepcionados como si les hubieran dado gato por liebre, viendo una pandilla que de superhéroes tienen poco más que los trajes, los disfraces y la parafernalia, unos losers. Así que la papeleta era difícil de resolver. Eso sí, el material que tenía Snyder era bueno, jodidamente bueno. Tanto como endemoniadamente complicado.

No quise pensar más, ni darle más vueltas. Me fui a verla. Sin haber releído el cómic, ni pensar en hacerlo acto seguido. Sentarme en la butaca y dejarme llevar. Sin planteamientos de partida. Puse el contador a cero y dejé los prejuicios aparcados en la puerta. Y bien. Watchmen funciona, entretiene y capta esa zona de sombras y claroscuros en la que se mueven esos superhéroes tan incorrectos, tan poco heroicos. Puede que haya alguna concesión a la galería, puede que parte del discurso apocalíptico de Moore se haya perdido por el camino, puede que algo de lo más profundo del cómic no esté en las casi tres horas de la película. No lo sé, no me acuerdo, ni quiero. Qué demonios... Es una película. Si se deja uno de partidos tomados, disfruta. Si uno no se dedica a comparar sistemáticamente cada fotograma con la viñeta, resulta tan desoladora como en su momento lo fue para mí el cómic. Simplemente se trata de disociar.


Nota a pie de página:

La secuencia inicial de los títulos de crédito, obra maestra.
El personaje de Rorschach, magistral.

martes, 17 de marzo de 2009

RADIOGRAFÍA DEL DESASTRE



Me habían dicho que el libro era infinitamente mejor, que la película no lograba captar la esencia de la novela de Yates. No lo sé. No la he leído. Pero probablemente haya algo de cierto: los libros siempre (salvo contadísimas excepciones) son mejores que sus adaptaciones a la pantalla.

Me habían dicho que la elección de Di Caprio era fallida, que habría hecho falta alguien con más peso. Ni de coña. Hace mucho tiempo que Di Caprio puede hacer lo que le venga en gana. Y bien.

Me habían dicho que era una película hecha para la galería, para los Oscars, con interpretaciones de esas dirigidas a hacer orgasmar a los venerables críticos, una película con vocación de cine de qualité. Para nada. Revolutionary Road es de una sobriedad apabullante.

Me habían dicho que me gustaría tanto como me destrozaría. Cierto.

Revolutionary Road es una película incómoda de ver, te lleva a lugares a los que no quieres ir porque ya has estado en ellos unas cuantas veces; te hace escuchar frases demasiado familiares; te hace presenciar escenas que inevitablemente has protagonizado en alguna ocasión. Te coloca ahí. Solo. Con tus expectativas. Con tus frustraciones. Con una mediocridad conocida: la tuya. Sin trampas. Sin melodramas. Sin mirar hacia otro lado. Sin juicios. Dos horas obligado a mirar de frente. Sin los escapismos a los que acostumbras. Sin los escaqueos que dominas. Eres ella o él, o ambos. A la vez o a ratos. Eres la vecina que solloza aliviada cuando comprueba que la farsa continúa. Eres ella cuando va al bosque a enterrarse y vuelve derrotada. Eres él cuando no se atreve. Eres ella cuando finge que todo está bien. Eres el vecino tranquilo que sólo quiere mirar un rato por el agujerito. Eres él cuando asume que las cosas son así y que quizá así estén bien. Eres ella cuando no sabe mirar. Eres él cuando aprende a encajar las piezas.

Revolutionary Road se queda. En la cabecita. Dando vueltas. Como un ratón en su jaula. Preguntando. Destapando. ¿Qué querías ser? ¿Qué se suponía que debías ser? ¿Qué querían los demás que fueras? ¿A quién hiciste caso? ¿Qué es lo real? ¿Es mejor lo que imaginaste? ¿Qué supone madurar? ¿No es más listo, y más feliz en suma, quien se resigna? ¿No es de un infantilismo atroz aferrarse a los sueños? ¿O no? ¿O supone una cobardía terrible incorporarse a filas? ¿Cuántas decisiones se toman por eliminación? ¿Qué es perder? ¿Qué es ganar? ¿Qué tienes? ¿Qué necesitas? ¿Qué quieres? ¿En qué momento deja uno de vivir? ¿O es que, despues de todo, vivir era esto, y ni tan mal?

lunes, 16 de marzo de 2009

CLARO Y MERIDIANO


"Llegué a Turin bajo la última nieve, como sucede con los saltimbanquis y los vendedores de turrón". Ya está. En la primera frase, casi en la primera palabra, Pavese ya te ha hecho entrar en su mundo, ya te ha contagiado de su atmósfera triste, ya te ha colocado donde quería. Entre mujeres solas. Un libro implacable, como acostumbra; asfixiante y sin grietas. Desencanto y escepticismo. Derechazo a la mandíbula. Un extraño derechazo. Porque Pavese golpea, pero desde el recato, con distancia. Te atiza, pero con un pudor que lo vuelve casi más doloroso. Hace daño y sabe donde tiene que dar. Pero lo hace como si tal cosa. No te prepara. No te avisa. No le ves venir. Todo es tan sencillo que parece mentira que duela tanto. Menudo cabrón. Entre mujeres solas me ha traído el aire de Muerte de un ciclista, Buenos días tristeza y La dolce vita. Tres películas que seguramente no tienen mucho que ver entre sí, pero que me han venido a la mente, las tres juntitas, de la mano. Quizá porque huelan igual -a cosas feas, que se deshacen y que apestan por mucho que se perfumen- y sepan parecido -un regusto amargo-. La decadencia de una clase que fue hermosa, el esnobismo vacuo de ciertos artistas, la belleza usada para túmedasyotedoy, las fiestas con final triste, la despreocupación que acaba en deseperación. Y todo ese retrato despiadado lo consigue Pavese con una economía de recursos encomiable. Descripciones como martillos y diálogos como tiroteos. Lo dicho: un cabrón.

jueves, 12 de marzo de 2009

TRASVASES


¿Qué no has visto Ed Wood? ¿QUÉEEE? Ojos como platos, manos aleteando entre humo, bufidos, gesto de estupefacción y misericordia. Pena.
¿Qué no has visto La última película, de Bogdanovich? ¿QUÉEEE? Aletas nasales inflándose, respiración entrecortada, mueca de sorpresa, mirada de lástima. Pena.
Lejos de sentir este tipo de actitudes como un insulto, un reproche o un desprecio (lectura que muchos dan a esas retóricas preguntas), yo las interpreto como una necesidad de compartir. Entusiasmo. Generosidad. Así que bienvenidas. Y más si las deficiencias en cuestión se solventan pronto.
La primera fue resuelta por la misma persona que ojoplateó ante mi no visionado de la cinta de Burton. Una bolsa de papel con el DVD de Ed Wood dentro. Gracias.
La segunda me la ventilé en pantalla grande. La Filmoteca, sin saberlo, ofició de fontanera y remendó el escape. Gracias.
Ambas en blanco y negro. Ambas maravillosas. Ambas hermosas. Una, luminosa y esperanzada a pesar de todo; la otra, triste y devastadora, con todo. Ambas para ver otra vez, sin sonido. Como si fueran mudas. Sombras y luces. Sólo la fotografía. Ed Wood, tan antigua. La de Bogdanovich, tan Avedon. Una, sobre lo que supone hacer cine; una declaración de amor. Otra sobre el sexo, sobre lo que se tiene, lo que falta, lo que se pierde y lo que queda.
Así que gracias a los que, abriendo bocas y ojos como platos, me seguís gritando a voz en cuello: ¿¿QUÉEE??

miércoles, 11 de marzo de 2009

EL MUNDO POR MONTERA


Dragolandia. Jo, qué bueno es el blog de Sánchez-Dragó. Enorme de verdad. Es leerlo y troncharme. Soy fan. Muy fan. Debo tener un extraño sentido del humor. También Gran Torino me pareció divertidísima -hasta que deja de serlo porque hay que ponerse serios y darle a todo esto una profundidad que igual no necesitaban ni el personaje, ni los espectadores-. Pero, de verdad, qué grande es el blog de Dragó. En una de sus entradas ('Confesión ingenua' se llama la joya) dice nuestro amigo Fer: “No entiendo a los blogueros. Me dirán que yo también lo soy. Cierto, lo soy, si por bloguero se tiene a quien escribe un blog, pero me refería a otro tipo de personas. Llamo yo blogueros a quienes comentan por escrito lo que escribe el autor de un blog. Es eso lo que no entiendo". Termina la diatriba sobre lo absurdo de este ingenio (que para mí que le da sus buenos dineritos) con un “Nací hace setenta y dos años. Soy de otra época. Mi mundo no es de este reino.” Mira, como el del señor Kowalski (Gran Torino para los amigos). Igualito, igualito. Los blogueros que para algo son expertos en eso del anonimato en la red y hacen lo que les viene en gana, lejos de arredrarse ante semejante declaración, arremetieron -algunos con grácil ingenio- contra Dragó. Petulante y alguna otra cosa en esa onda le espetaron. Pero... !Oh, hallazgo! Uno de los susodichos lectores de blogs a los que nuestro protagonista de hoy dice no entender le tacha de "egótico". Nótese bien: EGÓTICO. Leáse bien: EGÓTICO. ¿Es o no es un término maravilloso? ¿Es o no un vocablo sonoro? Digánlo en voz alta en sus casas y trabajos: EGÓTICO. Egótico me egotiza. ¿Es o no un insulto contundente y sin parangón digno de figurar en la RAE, en el Casares y en el María Moliner? Egótico. Suena bien. Suena fenomenal. Una fabulosa mezcla entre ególatra y gótico. Y es que Fer es un poco gótico, no porque se gaste lentillas de gato y chalequitos de cuero y botas recontrachapadas, sino porque su rostro empieza a asemejarse al de un vampiro. Será porque su reino no es de este mundo, será por las ferlosianas anfetaminas o será porque es un depredador sexual (él lo dice, yo no invento) que se alimenta de la sangre de muchachas y no tan muchachas. Ay, la carne. Esa que le ha llevado a escribir menos de lo que hubiera querido. Es lo que tiene correr tras las faldas: desconcentra. El tiempo pasa deprisa, ay. Pero, ojo, que Dragó es de lo más exquisito. Nada de chicas con pantalones, que fumen, masquen chicle y tal... Recomiendo leer la lista completa de noes y síes. Delirante. Puede que sea un anuncio encubierto, un aviso a navegantas: si reúnes los requisitos, escribe. Aunque claro, y pensándolo un rato -corto, cortísimo- él no te leerá: nunca lee su blog, ni a los que en él escriben... Qué lío. Pero mí lo que de verdad me gustaría es que el señor Kowalski/Gran Torino y el señor Dragó se encontraran en Barrio Sésamo (puede que su reino sea el de Jim Henson, después de todo) y sustituyeran por una vez a los dos viejunos cascarrabias del palco. Sería memorable.



Notas a pie de página:

Y leed, leed más, leed sobre las alcachofas y los pececillos y su tía. No tiene fin...

Y, claro, el dato: su blog está en la edición digital de El Mundo. http://www.elmundo.es/elmundo/blogs/dragolandia/index.html

jueves, 5 de marzo de 2009

LA CAJA DE LOS REGOMELLOS


Ni fútbol, ni día del espectador, ni ná de ná. Los miércoles vuelven a ser el día grande de la semana laborable. Sólo por una cosa: la tercera temporada de Muchachada Nui.

Así que ahí van mis diez motivos para ser ultrafan de la troupe chanante:

- Por su humor surrealista y absurdo. Es una genialidad absoluta que alguien piense esas chorradas, y encima las escriba, y encima las ruede, y encima hagan gracia

- Porque ahora cuando veo a celebrities, mi juicio se nubla. Y ya no veo a Bono, ni a Cindy Lauper, ni a Madonna, veo a Joaquín Reyes caracterizado como ellos

- Porque ya era hora de que alguien usara referentes de los 80 en adelante: Los Goonies, Bunbury, Björk, Lynch...

- Porque han acuñado términos sin los cuales la comunicación sería ya mucho más complicada (viejuno, por supuesto; pero también asobinado, guacheras, regomello, tunante, tontuna)

- Porque desde Faemino y Cansado, el mundo del humor españó era un páramo

- Porque el fuckyou de Karpov, las bolsitas de té de Indurain, el arteartearte de Yoko Ono, el "superñoño, el superhéroe más blando que la mierda de pavo", Enjuto Mojamuto, la cárcel del r&r de Loquillo, la mancha de los Cárpatos de Gorbachov, el Retrospector, la cinta VHS y el cargador de Nokia y todos los aparatos que hablan -¡esas voces!- y....y... y... son ya clásicos. Es pensarlos y me troncho

- Porque se lo pasa uno en grande comentando los capítulos y porque rápidamente se establecen cienes y cienes de links con gentes que acabas de conocer

- Porque hacen lo que les da la gana y lo hacen en la 2 de la Española (un poco de agitación en la aburrida, gris y patética parrilla televisiva). Hasta salen en la gala de los Goya y -lejos de acoplarse al discurso academicista o de rebajar sus dosis de chanantismo irreverente- siguen siendo ellos, riéndose de todo

- Porque no tienen sentido del ridículo y sí del gamberrismo

- Por las canciones (después de Vivo con tu madre e Hijo de puta, hay que decirlo más, el Le llaman conejo me ha parecido lo más brillante que he escuchado en meses) y por el grafismo


Lo único malo es el castigo horario...

martes, 3 de marzo de 2009

LA SANTISIMA TRINIDAD
























Leer un cuento y releerlo y atacarlo de nuevo y no entender.
Escuchar un disco una y otra vez y que, sistemáticamente, se te escape entre los dedos.
Mirar un cuadro un puñado de veces y no ver nada.
Tan desesperante como estimulante.
De pronto, un día, las piezas encajan.
Los oídos se abren, los ojos desencriptan y las neuronas se disparan.
Estás dentro.
Y atrapado.
Felizmente atrapado.
Bingo.
Premio a la constancia.
Hay mundos en los que cuesta entrar.
Tanto como conocer a algunas personas.
Andrew Bird, M Ward, Patrick Watson -y, por supuesto, el gran escapista Jeff Buckley- pertenecen a esa categoría de músicos que no son evidentes, de esos que tienen un universo propio y nada obvio, de esos que se resisten en la primera escucha -a veces incluso en sucesivas y repetidas ocasiones-, de esos que exigen dedicación exclusiva -nada de compartirlos con actividades domésticas o bibliófilas-. Hay que estar a lo que se está. Pero, ay, qué placer infinito cuando uno consigue introducirse; qué grandiosa recompensa cuando uno transita por esos mundos como si siempre hubieran sido suyos; qué asombroso fenómeno seguir descubriendo una y otra vez pequeños detalles, escuchando sutiles matices; qué fenomenal ese milagro que parece perpetuarse ad infinitum. Recomiendo el esfuerzo. Merece sobradamente la pena.