lunes, 29 de diciembre de 2008
AL OTRO LADO DEL ESPEJO
Las expectativas suelen ser sinónimo de decepción. Ahora, qué maravilla cuando aquellas se frustran para mejor. Domingo por la tarde. Filmoteca. "El misterio Picasso" de Clouzot. Lo que prometía ser un documental sobre el pintor se revela una pequeña y delicada obra de arte. Picasso ausente (salvo en dos o tres ocasiones, y tratado por el director de forma tan irreverente, y tratando su genio de una forma tan liviana). Sólo trazos.
A un lado, Picasso; al otro, la cámara. Entremedias, una tela semitransparente sobre la que Pablo iba garabateando. El resultado: cómo si se pintara directamente sobre la pantalla transformada en un lienzo inmaculado y gigante. Como si un pincel invisible fuera deslizándose, dejando líneas, manchas de color, siluetas. Y vemos cómo bajo un cuadro de Picasso, hay decenas. Vemos cómo se va haciendo, deshaciendo, quitando, poniendo, pegando, borrando. Un complejísimo proceso para normalmente llegar a la sencillez absoluta. Un alucinante y precioso work in progress. Cada cuadro, cada dibujo (la mayoría destruida tras la grabación), va acompañado de una pieza musical para la ocasión. Clásico, jazz o flamenco según corresponda.
Picasso y sus calzones apenas si aparecen. La palabra la tienen los pinceles. Pero cada aparición del malagueño es un derroche casi infantil de vitalidad, carnalidad, optimismo, ilusión y sencillez.
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viernes, 26 de diciembre de 2008
LEER EN DIAGONAL
Qué emoción más particular produce la de recibir un libro que uno ha encargado. Ya sea vía postal o vía amistosa. El último me llegó de la segunda de las maneras. Comment parler des livres que l’on n’a pas lus?, de Pierre Bayard ( Cómo hablar de los libros que no se han leído, editado aquí en Anagrama). Con semejante título, tan provocador y políticamente incorrecto, no podía sino adelantar toda la cola de mis lecturas pendientes. El libro arranca, por cierto, con una cita de Wilde (empiezo a pensar que padezco manía persecutoria): “Nunca leo un libro del cual debo escribir una crítica: se deja uno influenciar tanto”.
Según iba pasando las páginas, pensaba hacer una entrada acerca de este curioso libro (que nadie se llame a engaño -expresión retro donde las haya-: este no es un manual de autoayuda, sino un ensayo, a ratos bien sesudo). Quiero creer que hay mucho de ironía irreverente en los postulados de Bayard y que su intención no es la de ensalzar la no lectura, sino la de desacralizar el, para muchos neófitos, arduo y terrorífico acto de leer. Potenciar la lectura a través de métodos un tanto sui géneris, a saber, que cada cual tiene su forma de leer, de recorrer un libro o de pasearse por él. Y que todas estas categorías de lector -o de no lector- tienen el mismo peso y el mismo derecho para opinar sobre un manuscrito: los que lo leen de cabo a rabo (según, el señor Bayard, los menos, debe ser que yo y unos muchos más no entramos dentro de sus ‘estadísticas’), los que simplemente lo hojean y los muchos otros (la mayoría, siempre según el francés) que se limitan a leer lo que otros han escrito sobre el texto en cuestión.
Pero a lo que iba, pretendía yo escribir un post sobre el libro, más a medida que avanzaba, se me iba complicando la cosa. ¿Cómo sintetizar en unos párrafos toda una teoría articulada en más de 150 páginas? Imposible. Así que recomiendo su lectura (íntegra, a retazos, o inventada) a los que alguna vez se hayan preguntado si se puede considerar leído un libro que han por completo olvidado, a los que no entiendan que la memoria de sus lecturas esté hecha tan a retazos, a los que se desesperen ante la imposibilidad de compartir sus lecturas y el recuerdo de éstas con sus parejas o amigos, a los que veneren u odien el papel de la crítica literaria, a los que coleccionen anécdotas (como que Valéry era un consumado no lector o que el ferviente lector Wilde era, sin embargo, un devoto defensor de la no lectura), a los que necesiten razones para no atreverse con alguno de los ‘clásicos’, a los que simplemente quieran reflexionar sobre el hecho de la lectura, a los que languidezcan y se torturen ante la idea de todo lo que les queda por leer.
Tras haberlo leído, sólo puedo decir que Bayard me ha obligado a pensar, me ha indignado, me ha hecho reír y me ha entretenido (pero si sale hasta Bill Murray ilustrando una de sus teorías...). Cómo hablar de los libros que no se han leído es la obra de un cínico con recursos o de un sofista profesional. Hay que cogerlo con pinzas, pero cogerlo al fin y al cabo, aunque sólo sea por polemizar con uno mismo. Bayard olvida algo fundamental: que si muchos leemos, no es para impresionar, sino por el mero e indescriptible placer de la lectura per se. Dice Bayard, “leer es quizá y sobre todo olvidar”. Puede, pero, ¿y qué? No importa lo que se olvida, importa lo que queda, por mucho que sólo sea una inasible sensación flotando. Cada lectura nos ha hecho ser, nos hace ser, y nos hará ser lo que somos. Y, finalmente, monsieur Bayard (a la sazón, profesor de literatura francesa en la Universidad de París), detrás de su ingeniosa cortina de humo, usted no me engaña: sólo alguien que ha leído mucho y a conciencia, es capaz de escribir un libro así; sólo alguien que se ha tirado -parafraseando a la Duras- días enteros en los libros, puede entender un texto con sólo echarle un vistazo. Me temo que para ser uno de sus no lectores hay que haber sido un feroz, sino enfermizo, lector (puede que incluso para seguirle a usted en sus disquisiciones haya que serlo).
Notas a pie de página:
Al hilo, recomiendo el entretenido Cómo cambiar tu vida con Proust, de Alain De Botton. Encierra la sabiduría de Proust sin tener que emprender la magna hazaña de leerlo (aunque con Marcel hay que atreverse: merece la pena). Por cierto, el último libro de De Botton, La arquitectura de la felicidad, es una maravilla: rezuma serenidad.
Y, por supuesto, Cómo leer y por qué, del genial Harold Bloom (aunque sólo sea por su prólogo introductorio).
Según iba pasando las páginas, pensaba hacer una entrada acerca de este curioso libro (que nadie se llame a engaño -expresión retro donde las haya-: este no es un manual de autoayuda, sino un ensayo, a ratos bien sesudo). Quiero creer que hay mucho de ironía irreverente en los postulados de Bayard y que su intención no es la de ensalzar la no lectura, sino la de desacralizar el, para muchos neófitos, arduo y terrorífico acto de leer. Potenciar la lectura a través de métodos un tanto sui géneris, a saber, que cada cual tiene su forma de leer, de recorrer un libro o de pasearse por él. Y que todas estas categorías de lector -o de no lector- tienen el mismo peso y el mismo derecho para opinar sobre un manuscrito: los que lo leen de cabo a rabo (según, el señor Bayard, los menos, debe ser que yo y unos muchos más no entramos dentro de sus ‘estadísticas’), los que simplemente lo hojean y los muchos otros (la mayoría, siempre según el francés) que se limitan a leer lo que otros han escrito sobre el texto en cuestión.
Pero a lo que iba, pretendía yo escribir un post sobre el libro, más a medida que avanzaba, se me iba complicando la cosa. ¿Cómo sintetizar en unos párrafos toda una teoría articulada en más de 150 páginas? Imposible. Así que recomiendo su lectura (íntegra, a retazos, o inventada) a los que alguna vez se hayan preguntado si se puede considerar leído un libro que han por completo olvidado, a los que no entiendan que la memoria de sus lecturas esté hecha tan a retazos, a los que se desesperen ante la imposibilidad de compartir sus lecturas y el recuerdo de éstas con sus parejas o amigos, a los que veneren u odien el papel de la crítica literaria, a los que coleccionen anécdotas (como que Valéry era un consumado no lector o que el ferviente lector Wilde era, sin embargo, un devoto defensor de la no lectura), a los que necesiten razones para no atreverse con alguno de los ‘clásicos’, a los que simplemente quieran reflexionar sobre el hecho de la lectura, a los que languidezcan y se torturen ante la idea de todo lo que les queda por leer.
Tras haberlo leído, sólo puedo decir que Bayard me ha obligado a pensar, me ha indignado, me ha hecho reír y me ha entretenido (pero si sale hasta Bill Murray ilustrando una de sus teorías...). Cómo hablar de los libros que no se han leído es la obra de un cínico con recursos o de un sofista profesional. Hay que cogerlo con pinzas, pero cogerlo al fin y al cabo, aunque sólo sea por polemizar con uno mismo. Bayard olvida algo fundamental: que si muchos leemos, no es para impresionar, sino por el mero e indescriptible placer de la lectura per se. Dice Bayard, “leer es quizá y sobre todo olvidar”. Puede, pero, ¿y qué? No importa lo que se olvida, importa lo que queda, por mucho que sólo sea una inasible sensación flotando. Cada lectura nos ha hecho ser, nos hace ser, y nos hará ser lo que somos. Y, finalmente, monsieur Bayard (a la sazón, profesor de literatura francesa en la Universidad de París), detrás de su ingeniosa cortina de humo, usted no me engaña: sólo alguien que ha leído mucho y a conciencia, es capaz de escribir un libro así; sólo alguien que se ha tirado -parafraseando a la Duras- días enteros en los libros, puede entender un texto con sólo echarle un vistazo. Me temo que para ser uno de sus no lectores hay que haber sido un feroz, sino enfermizo, lector (puede que incluso para seguirle a usted en sus disquisiciones haya que serlo).
Notas a pie de página:
Al hilo, recomiendo el entretenido Cómo cambiar tu vida con Proust, de Alain De Botton. Encierra la sabiduría de Proust sin tener que emprender la magna hazaña de leerlo (aunque con Marcel hay que atreverse: merece la pena). Por cierto, el último libro de De Botton, La arquitectura de la felicidad, es una maravilla: rezuma serenidad.
Y, por supuesto, Cómo leer y por qué, del genial Harold Bloom (aunque sólo sea por su prólogo introductorio).
miércoles, 24 de diciembre de 2008
IN MEMORIAM
No sé qué fue antes si la película o el libro. Creo que fue primero la pantalla y luego el papel (orden que, por mi experiencia, resulta ser el adecuado o, al menos, el que ahorra bastantes decepciones). De la película recuerdo el bonito blanco y negro, la presencia increíble de Gregory Peck que fue (lo supe luego, leyendo a Harper Lee) el mejor Atticus Finch que uno pueda imaginar. Y los niños. Y una tristeza inmensa y emocionante. Luego el libro, del Círculo de Lectores. Con un bonito dibujo en la portada. Una cama estrecha. Horas delante de aquellas páginas. Cuando había un examen al día siguiente y estabas supuestamente estudiando. Cuando los libros eran la mejor manera de ver, de escuchar y de viajar. De descubrir, en suma. Recuerdo que lloré. Hay poco libros que (me) produzcan tal efecto. El otro día leo que se ha muerto Robert Mulligan. El director de Matar un ruiseñor. Me viene algún fotograma a la memoria. Intacto. Revisando su filmografía, me doy cuenta de que no he visto casi ninguna de sus películas. O quizá sí. Quizá son de esas que echaban en la tele y no recuerdas, de esas que al vover a ver y según va transcurriendo el metraje, encienden luces en tu recuerdo. Diminutas conexiones. Pequeños chispazos. Sí vi la última. Verano en Louisiana se llamó aquí (Man in the moon, en verdad. Nunca he entendido esa maldita manía de retorcer y distorsionar los títulos hasta hacerlos casi irreconocibles. Me parece un entretenimiento de lo más perverso). Reese Witherspoon adolescente. Y me vienen otra vez escenas a la cabeza. Lumínicas. Fue una tarde estival de hace 17 años en los cines Ideal con dos amigas del colegio. Me quedo con la sensación de suavidad que me dejó. Adiós, mr. Mulligan.
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lunes, 22 de diciembre de 2008
EL CONTADOR DE HISTORIAS
Que si es un facha, que si ¿qué es eso del último director clásico sobre la faz de la tierra?, que ¿qué siginfica lo de director de oficio? No sé. Ni idea. Sin meterme en consideraciones garcianas, tengo que reconocer que El intercambio no me ha parecido ni tan mal (sí, a pesar de Angelina Jolie). Pero, claro, a mí es que Eastwood como director suele parecerme bien. Al menos las que he visto, que no son ni de lejos, todas. Mystic River me gustó. Incluso Million Dollar Baby. Y, por supuesto, Sin perdón. Ya las Banderas me aburrieron un mucho. Y las Cartas, otro poco, aunque no tanto. A posteriori, todas tienen peros (incluso, alguna durante; incluso, alguna, muchos). Imagino que en el arte de contar bien una historia suele entrar el de saber hacer trampas (esas que luego y con la discusión, se convierten en peros, pequeños o gigantescos). Pero cuando veo las pelis de Clint me llevan, me hacen llorar y me emocionan. No puedo, ni quiero evitarlo.
Notas a pie de página:
Si me dicen que el anuncio del muñeco Nenuco de estas Navidades se rodó hace 50 años, me lo creo. ¿Qué mensaje es ese?
Más malas noticias: para la nueva entrega de Batman, se rumorea que Robin será interpretado por Shia LaBeouf (¡!) y el villano por Eddie Murphy (¿?). Michael Caine y Christian Bale siguen (demos gracias...)
Notas a pie de página:
Si me dicen que el anuncio del muñeco Nenuco de estas Navidades se rodó hace 50 años, me lo creo. ¿Qué mensaje es ese?
Más malas noticias: para la nueva entrega de Batman, se rumorea que Robin será interpretado por Shia LaBeouf (¡!) y el villano por Eddie Murphy (¿?). Michael Caine y Christian Bale siguen (demos gracias...)
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domingo, 21 de diciembre de 2008
NO DESCONGELES LA NEVERA CON UN BOLÍGRAFO*
La vi hace mucho tiempo. Cuando no sabía que Tom Waits era Tom Waits; ni Raúl Juliá, Raúl Juliá; ni Frederic Forrester, Frederic Forrester; ni Harry Dean Stanton, Harry Dean Stanton. Natassja Kinski, sí. Y Coppola, también.
Corazonada pertenece a esa categoría de películas -categoría quizá inventada por mí porque suele sucederme- que TIENEN que gustarte (películas de culto las llaman) y que finalmente y en resumidas cuentas suelen ser un rollo. Esta no. Corazonada es disfrutable de principio a fin. Mágica. Maravillosa. Teatral. Cómica. Luminosa. Preciosa. Diferente. Un moderno e irónico cuento de hadas con una estilizada estética adorablemente kistch (arrancaban los ochenta...). Una hermosa y agridulce fábula musical sobre el amor. Un sueño. Ya se lo decía el propio Coppola a su equipo: “Si dudáis entre hacerlo realista o bonito, hacedlo bonito”.
Hasta ahí la película. Acto seguido, vuelvo a verla. De nuevo. Entera. Esta vez, con los comentarios del director. Sencillamente magistral. Coppola siempre me ha caído bien. Porque es un genio, un visionario, un soñador y un megalómano. Porque es tenaz en su temeridad (empeñó bienes personales y los perdió por terminar Corazonada; y después, después le tocó vender su estudio Zoetrope y se pasó de los 40 a los 50 pagando deudas: siete películas en siete años tratando de tapar los agujeros tras asumir tanto riesgo). Porque está loco. Y porque algunas de las ‘intrahistorias’ de sus rodajes son tan buenas o más como las películas en sí (recomiendo el libro Con el corazón en tinieblas, escrito por su mujer Eleanor Coppola, durante la infernal filmación de Apocalypse Now).
Los extras de Corazonada, para verlos. Todos. Fascinantes los entresijos de la filmación (¡la manera en que la cosa se le va de las manos a Coppola que pretendía hacer una película ‘sencilla’!). Formidable la revolución que supuso a nivel técnico para la industria del cine. Increíble la creación de la fábrica de sueños Zoetrope a imagen y semejanza de los viejos y familiares estudios de los años 30 y 40 (Coppola siempre ansioso de trabajar con SU clan, o en su defecto, de fabricarlo para la ocasión). Emocionante cómo los empleados aguantan sin salario, convencidos de que todo saldrá adelante y que hay que seguir con la corazonada y hacerla real. Dramático el desenlace final: Corazonada fue un descalabro, ni el público, ni la crítica la quisieron; herida de muerte, sólo estuvo algunas tristes semanas en cartel (Francis decidió retirarla unilateralmente)... Todo esto, por no hablar del brillante capítulo dedicado a un joven y guapisimo Tom Waits.
Corazonada: un hombre y su sueño.
Notas a pie de página:
- Quiero una chapita como la que sale en uno de los extras: “I believe in Francis C”.
- No entiendo por qué a muchos de los fans de Moulin Rouge no les entusiasma Corazonada. La pesadísima pesadilla estética de la Kidman y el pobre Ewan es deudora (aunque no le haya cundido demasiado) de esta obra maestra de Coppola. Y, hablando de ‘homenajes’, el director confiesa algún que otro ‘robo’ en Corazonada (la primera escena, sin ir más lejos, está ‘fusilada’ de Ciudadano Kane). “Róbales a los mejores”. Francis dixit.
(Y qué partidazos esta temporada de la Liga ACB).
* La frase que da título a esta entrada pertenece a una de las canciones de Waits para Corazonada.
jueves, 18 de diciembre de 2008
MY WAY
Nunca he sido fan de Wong Kar Wai. Salvo la mágica "In the mood for love" (incluso con su irritante repetición de escenas de lluvia a cámara lenta), siempre he encontrado al director chino demasiado relamido, esteta, artificioso, impostado, manierista y afectado para mi salud. Todo tan estudiado que termina pareciendo una mariposa pinchada en la pared. Hermosa pero sin vida. Vaya pues por delante que no comulgo con la sensibilidad wongkarwainista.
"My Blueberry Nights" es como una montaña rusa: sube, baja, remonta ligeramente de nuevo, se hunde en los abismos, para elevarse justo al final. Vaya mareo. Y yo sin Biodramina.
Mientras la noria gira, cosas pasan por mi cabeza:
- Wong Kar Wai se gusta demasiado. Como tantos otros directores, se ha flipado consigo mismo y con su universo. Esto beneficia poco o nada la película.
- El casting de actores es malo. No veo los personajes, sólo un desfile de celebrities: Jude Law, Norah Jones, Natalie Portman, Rachel Weisz o ¡Cat Power! Se salva el bueno de David Strathairn, al que como a Michael Caine, resulta imposible hundir.
- Jude Law cada vez se parece más a Jose Coronado
- A Natalie Portman le sienta rematadamente mal el rubio
- Parece que contar una sencilla historia de amor ya no es suficiente. Lástima...
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martes, 16 de diciembre de 2008
TAPIROFLEXIA
Hay libros que por un motivo u otro te saltan a la cara. El sábado uno se salió de su estantería en la librería en la que andaba husmeando. Porque era precioso, porque estaba editado por Reino de Redondela (ese invento tan divertido y decimonónico del señor Marías) y porque lo firmaba Richmal Crompton. El libro en cuestión se llama Bruma. Y no es gran cosa (lo mejor son los apéndices finales que no forman parte del libro sino de la “leyenda” ideada por Javier Marías y sus secuaces). Historias de fantasmas que se dejan leer y punto. Pero no importa. Cualquiera que haya crecido con Guillermo Brown tiene una deuda eterna e impagable con Richmal Crompton. Cualquiera que haya enterrado su naricilla una y otra vez en aquellos libros de tapas brillantes y rojas de la Editorial Molino, papel un poco amarillento, tipografía tan bonita e ilustraciones siempre un poco mal impresas, sabe lo que significaron aquellas historias aquellos días. Cualquiera que haya pasado largas tardes en el cobertizo con los “proscritos” Douglas, Enrique, Pelirrojo o el perro Jumble (y cito de memoria, nada de Google) amará por siempre jamás a esta autora de la cual no se sabe casi nada salvo que inventó uno de los mejores personajes de la literatura infantil. Guillermo era irónico, rebelde, divertido, y con un punto anarquista. Maquinaba sin cesar, se reía de todo e inventaba cada día a su medida. Todos queríamos ser él. Ninguno queríamos parecernos a Humbertito, a Ethel o, peor aún, a alguno de sus pretendientes. Estábamos nosotros y estaban ellos. Me recorrí no pocas tiendas de caramelos buscando el famoso agua de regaliz que Guillermo y sus muchachos bebían hasta la indigestión. Un día lo encontré. Era una especie de cantimplorita de plástico. Del color del regaliz rojo. Lo compré. Le di un sorbo. Ni era regaliz, ni estaba bueno. Pero mereció la pena. Por unos momentos me sentí un proscrito.
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lunes, 15 de diciembre de 2008
CONFIANZA CIEGA
Domingo y lunes.
"Buscando un beso a medianoche" y "Somers Town".
Ambas en blanco y negro.
Ambas bendecidas por la crítica.
Ambas independientes.
Salgo de la primera decepcionada.
Salgo de la segunda sin que me hayan convencido.
Los cinco primeros minutos de "Buscando un beso..." me hacen creer en la posibilidad de estar ante una versión modernizada de "Clerks". Error. La película encadena sin mucha gracia tópico tras tópico. Es aburrida, pastelosa, previsible. ¿Lo peor? El parecido más que razonable de la protagonista con Amaia Montero. ¿Lo mejor? Las dos canciones de Overkill River de la banda sonora. Y con eso está todo dicho. ¿Quién dijo que era la mejor comedia independiente en años? ¿Y quién osó compararla con el "Manhattan" de Woody Allen? Un poco de respeto, por favor.
"Somers Town" está bien rodada, los actores están bien y la historia no está mal. Pero no engancha. Carece de emoción. Tiene trucos demasiado utilizados. Es entretenida, por momentos tierna. Sonríes a ratos. Pero es más por el esfuerzo de que te guste que porque algo ahí dentro haga bum de verdad. No se hace corta (tampoco larga), pero debería hacerse breve como un suspiro (dura una hora y once minutos). No es mala, pero tampoco es ese prodigio del séptimo arte que muchos han afirmado ver. Y desde luego no está a la altura, como algún crítico ha insinuado, de "Los 400 golpes" de Truffaut. Otro poco de respeto, por favor.
Salgo del cine con las orejas gachas. Una nueva derrota. Pero sé que lo seguiré intentando. Una y otra vez. La próxima: "My blueberry nights". Mañana. No espero nada. Quizá así encuentre algo.
Notas a pie de página:
Me viene a la cabeza (porque también es en blanco y negro, porque también es independiente y porque tampoco sobrepasa la hora y media), "Temporada de patos". Puede que mi memoria me traicione, pero guardo un buen recuerdo.
Una vez, alguien me dijo que "Bringing It All Back Home" de Dylan era tan necesario como el zumo de naranja en el desayuno. Hoy me tomé el café escuchándolo. Y, claro, he llegado tarde.
"Buscando un beso a medianoche" y "Somers Town".
Ambas en blanco y negro.
Ambas bendecidas por la crítica.
Ambas independientes.
Salgo de la primera decepcionada.
Salgo de la segunda sin que me hayan convencido.
Los cinco primeros minutos de "Buscando un beso..." me hacen creer en la posibilidad de estar ante una versión modernizada de "Clerks". Error. La película encadena sin mucha gracia tópico tras tópico. Es aburrida, pastelosa, previsible. ¿Lo peor? El parecido más que razonable de la protagonista con Amaia Montero. ¿Lo mejor? Las dos canciones de Overkill River de la banda sonora. Y con eso está todo dicho. ¿Quién dijo que era la mejor comedia independiente en años? ¿Y quién osó compararla con el "Manhattan" de Woody Allen? Un poco de respeto, por favor.
"Somers Town" está bien rodada, los actores están bien y la historia no está mal. Pero no engancha. Carece de emoción. Tiene trucos demasiado utilizados. Es entretenida, por momentos tierna. Sonríes a ratos. Pero es más por el esfuerzo de que te guste que porque algo ahí dentro haga bum de verdad. No se hace corta (tampoco larga), pero debería hacerse breve como un suspiro (dura una hora y once minutos). No es mala, pero tampoco es ese prodigio del séptimo arte que muchos han afirmado ver. Y desde luego no está a la altura, como algún crítico ha insinuado, de "Los 400 golpes" de Truffaut. Otro poco de respeto, por favor.
Salgo del cine con las orejas gachas. Una nueva derrota. Pero sé que lo seguiré intentando. Una y otra vez. La próxima: "My blueberry nights". Mañana. No espero nada. Quizá así encuentre algo.
Notas a pie de página:
Me viene a la cabeza (porque también es en blanco y negro, porque también es independiente y porque tampoco sobrepasa la hora y media), "Temporada de patos". Puede que mi memoria me traicione, pero guardo un buen recuerdo.
Una vez, alguien me dijo que "Bringing It All Back Home" de Dylan era tan necesario como el zumo de naranja en el desayuno. Hoy me tomé el café escuchándolo. Y, claro, he llegado tarde.
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viernes, 12 de diciembre de 2008
INCOHERENCIAS
Tras mi entrada criticando las listas y a petición popular, hago mi top 5 de "momentos 2008" (no necesariamente "producidos" este año).
Vosotros lo habéis querido:
LIBROS
1. Miss Lonelyhearts de Nathanael West, y Homo Faber de Max Frisch: porque me hicieron recuperar la fe perdida en la novela.
2. Blancas bicicletas de Joe Boyd, En busca de Nick Drake de Trevor Dann y Conversaciones con Glenn Gould de Jonathan Cott: porque me hicieron pasar momentos de una emoción indescriptible.
3. La tentación nihilista de Roland Jaccard: porque me hizo entender no pocas cosas.
4. La historia más bella de la felicidad de André Comte-Sponville, Jean Delumeau y Arlette Farge: porque me hizo entender otras tantas.
5. D'une étoile l'autre de Roger Vadim (no está si está en castellano): porque es cotilla, divertido y me descubrió un personaje, el de Roger Vadim, fascinante.
PELIS:
1. Supersalidos de Greg Mottola: tierna, desternillante, gamberra, incorrecta, maravillosa.
2. Rebobine por favor de Michel Gondry: deberían ponerla en las escuelas.
3. Viaje a Darjeeling de Wes Anderson: lo más parecido a verle la cara a la felicidad.
4. Ciudadano Kane de Orson Welles y Los cazafantasmas de Ivan Reitman: o cómo el tiempo no pasa por algunas cosas.
5. Led Zeppelin, The Song Remains the Same de Peter Clifton y Joe Massot: salí del cine brazos en alto y con un subidón de adrenalina que ni el mejor concierto de rock en vivo.
DISCOS:
1. Extremoduro: revisar su discografía y corroborar que Robe Iniesta es uno de los mejores compositores nacionales.
2. The Triffids y Etienne Daho: canciones perfectas para voces maravillosas, voces perfectas en canciones maravillosas; el orden de los factores...
3. Bonny Prince Billy: el mejor concierto que recuerde haber visto este año.
4. Al menos una canción sublime en los últimos discos de Pete Greenwood, Okervill River, Lambchop, War on Drugs, Mark Lanegan & Isobel Campbell, Spiritualized, The Dodos, Paul Weller, Mate, The Wave Pictures, Lonely Drifter Karen, Devotchka, Get Well Soon, Teddy Thompson, Micah P. Hinson, The Last Shadow Puppets...
5. Dominique A con Sur nos forces motrices: muerto el dios Brel, aún nos queda Dominique...
Pero mi momento 2008, más que la Eurocopa, más que la titánica final de Wimbledon, más que el maravilloso partido de basket España-USA, ha sido ver la pantera Usain Bolt en acción. Pura vida. Puro gozo.
LO QUE EL VIENTO DEBIÓ LLEVARSE
Hace tiempo me juré no volver a ver ninguna película francesa.
A veces se me olvida.
Ayer.
"La cuestión humana".
Me siento y lo intento. Pasan unos minutos. Nada. Pasan más minutos. Algunos. Nada. Pasan más minutos. Muchos (aunque a estas alturas mi percepción del tiempo está totalmente distorsionada). Nada. Finalmente, me doy por vencida. Asumo mi derrota. Miro el reloj. Casi me entra un ataque de risa histérica. Quedan tres interminables cuartos de hora, cuarentaycinco infinitos minutos, dos mil setecientos eternos segundos. Buf.
No entiendo nada. Sólo puedo pensar ¿POR QUÉ? Como si tuviera un inmenso neón en el cerebro parpadeando. ¿POR QUÉ? Un gigantesco ¿POR QUÉ? que se ramifica en decenas de porqués más chiquititos. ¿Era necesario otro Haneke? ¿No teníamos suficiente con un solo Houellebecq para todo el planeta Tierra? ¿Ser denso, árido, críptico y, sobre todo, ABURRIDO, es sinónimo de calidad, de intensidad, de intelectualidad y de profundidad? ¿Hacer un burdo paralelismo entre los métodos usados por los nazis y los empleados por la economía neoliberal no es un poco demagogo? ¿Hay un revival nazi entre los intelectuales franceses? ¿El indigerible tocho de Las benévolas no agotó ya el tema? ¿Por qué no me dejan sacar mis propias conclusiones? ¿Hay que tomarse tan en serio a sí mismo? ¿Ser pretencioso no puntúa en negativo? ¿Era necesario?
Lo único que aplaca mis maltrechos y erizados nervios (lógico, tras ser sometidos a semejante tormento) es el placer inexplicable que me produce ver (y escuchar), pero sobre todo mirar, a Mathieu Amalric. No es guapo. Parece una rana. Pero algo en su rostro me resulta fascinante.
La pantalla se torna negra. Menos mal. No. Aún no. Aún queda la epifanía de lo intenso: sobre un fondo de impenetrable negritud y durante varios minutos una voz en off lee.
Títulos de crédito. Cientocuarentaycuatro minutos de tortura. Fuera se respira. En la puerta del cine y al más puro estilo Scarlett O'Hara, me dan ganas de alzar mi puño al cielo y gritar mirando a las estrellas: "¡Juro por Dios que nunca más volveré a ver cine francés!"
A veces se me olvida.
Ayer.
"La cuestión humana".
Me siento y lo intento. Pasan unos minutos. Nada. Pasan más minutos. Algunos. Nada. Pasan más minutos. Muchos (aunque a estas alturas mi percepción del tiempo está totalmente distorsionada). Nada. Finalmente, me doy por vencida. Asumo mi derrota. Miro el reloj. Casi me entra un ataque de risa histérica. Quedan tres interminables cuartos de hora, cuarentaycinco infinitos minutos, dos mil setecientos eternos segundos. Buf.
No entiendo nada. Sólo puedo pensar ¿POR QUÉ? Como si tuviera un inmenso neón en el cerebro parpadeando. ¿POR QUÉ? Un gigantesco ¿POR QUÉ? que se ramifica en decenas de porqués más chiquititos. ¿Era necesario otro Haneke? ¿No teníamos suficiente con un solo Houellebecq para todo el planeta Tierra? ¿Ser denso, árido, críptico y, sobre todo, ABURRIDO, es sinónimo de calidad, de intensidad, de intelectualidad y de profundidad? ¿Hacer un burdo paralelismo entre los métodos usados por los nazis y los empleados por la economía neoliberal no es un poco demagogo? ¿Hay un revival nazi entre los intelectuales franceses? ¿El indigerible tocho de Las benévolas no agotó ya el tema? ¿Por qué no me dejan sacar mis propias conclusiones? ¿Hay que tomarse tan en serio a sí mismo? ¿Ser pretencioso no puntúa en negativo? ¿Era necesario?
Lo único que aplaca mis maltrechos y erizados nervios (lógico, tras ser sometidos a semejante tormento) es el placer inexplicable que me produce ver (y escuchar), pero sobre todo mirar, a Mathieu Amalric. No es guapo. Parece una rana. Pero algo en su rostro me resulta fascinante.
La pantalla se torna negra. Menos mal. No. Aún no. Aún queda la epifanía de lo intenso: sobre un fondo de impenetrable negritud y durante varios minutos una voz en off lee.
Títulos de crédito. Cientocuarentaycuatro minutos de tortura. Fuera se respira. En la puerta del cine y al más puro estilo Scarlett O'Hara, me dan ganas de alzar mi puño al cielo y gritar mirando a las estrellas: "¡Juro por Dios que nunca más volveré a ver cine francés!"
miércoles, 10 de diciembre de 2008
LA MAS LISTA
Con el fin de año, llegan, como siempre, las malditas listas. Los mejores discos, las mejores pelis, las mejores pelis independientes, las mejores series, los mejores remakes, los mejores directos, los mejores libros, las mejores reediciones, los mejores directos, las mejores cajas, los mejores singles, los mejores singles pero editados en vinilo de colores, los mejores singles reediciones de versiones... La lista -nunca mejor dicho- es infinita. La utilidad, dudosa. ¿Para qué sirven las listas de lo mejor del año? Para pelearte con tus amigos, para discutir con tus conocidos, para cagarte en el crítico de turno, o para sentirte infinitamente comprendido, maravillosamente redimido por el otro crítico de turno. Para testar tus gustos en una palabra. Descubrir si eres tan cool como el del Mojo, si eres tan rebuscado como el del RDL o si te quedaste en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor (tu lista es la misma, año tras año, desde el 95). Odio este tipo de listas (aunque en general hacerlas sobre casi cualquier cosa es una disciplina que practico, defiendo y disfruto), pero siempre acabo mirándolas y remirándolas. Y resoplo si no coincido. Y bato palmas si hago un pleno. ¿Estúpido? Sí, claro. Este año, la de la revista Uncut tiene grandes risas. No he escuchado todos los discos que se han sacado este año ni siquiera conozco algunos de los que salen en esta lista, pero lo bueno de esto, como en tantas otras cosas, es que puedes opinar sin que nadie te recrimine: es cuestión de gustos...
Así que se me salen los ojos de las órbitas cuando veo que han puesto en el número 27 a MGMT (habiendo ausencias como la The Wave Pictures, Lonely Drifter Karen, The Dodos o War on Drugs)... Se me arruga un poco más el morro al ver en el puesto octavo a mi queridísimo Nick Cave con su Dig!!! Lazarus Dig!!! (con toda mi admiración para el australiano, este disco me pareció brocha gorda: un Grinderman segunda parte sin la fuerza de éste). Y me entra una sonrisa beatífica y un suspirito de alivio cuando veo que el segundo mejor disco del año es el de Fleet Foxes. En el apartado cine es donde quemo los muebles: entre las mejores veinte películas del año están El orfanato (¿qué?), Appaloosa (sin comentarios), Quemar después de leer (mala, mala, mala), El caballero oscuro (después de Batman Begins, Nolan no nos podía hacer esto), Antes que el diablo sepa que has muerto (lo intenté, pero le ví los hilos por todas partes) y en el puesto uno... ¡Pozos de ambición! (lo siento pero se me escapó la supuesta épica de esta peli que en principio lo tenía todo para gustarme, por no hablar del saturante histrionismo de Day-Lewis). Al menos están Tropic Thunder, Iron Man, La escafandra y la mariposa, Juno, Gomorra, Persépolis y No country for old men. Y no se entiende (aunque quizá fueran de otro año, con el retraso que llevamos aquí, vaya usted a saber) el olvido de Viaje a Darjeeling; 4 meses, 3 semanas y 2 días; Rebobine por favor; Joe Strummer: vida y muerte de un cantante; Wall-E; Hellboy II: el ejército dorado; El tren de las 3:10; Encuentros en el fin del mundo; o incluso, de Cinturón Rojo.
Lo he vuelto a hacer. Y volveré a hacerlo. Recorreré los números del último al primero, buscando nombres con los que ensañarme y otros con los que solazarme. Como diría el vizconde de Valmont, "no lo puedo evitar".
KISS ME
Arranca "Instant Coffe Baby" con "Leave the scene behind".
"She wrote my name in her diary today again / And now I know how it feels to exist behind the scenes".
Dos minutos cuarentaynueve de una perfección pasmosa.
Me vienen a la cabeza nombres que siempre adoré como Violent Femmes y su fulgurante (y nunca igualado) debut, el hermoso y doliente "Hurt me" de Johnny Thunders, el genialmente absurdo Jonathan Richman o alguna canción de The Triffids. Los responsables de semejante hazaña que me quita las telarañas, me hace incorporarme de un bote, aplaudir y poner la primera canción una y otra vez, no vaya a ser que se trate de un error de apreciación, son The Wave Pictures. Por supuesto, me los han descubierto. Ya he hablado de mis carencias a la hora de asimilar música a velocidad de crucero. Rebuscando parece que se fundaron en 1998, pero este es su álbum debut (¿?). Suenan a rock desnudo y atávico. Lo-fi. Música hecha con las tripas y con dosis ingentes de imaginación. Imprescindibles.
Nota a pie de página:
Años leyéndolo y me sigue fascinando como el primer día. Me refiero al "Quizás quiso decir" de Google.
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martes, 9 de diciembre de 2008
EL TIRO POR LA CULATA
Merlin Holland (nietísimo de Oscar Wilde) lanza en su brillante introducción a "El marqués y el sodomita: Oscar Wilde ante la justicia", una irreverente idea: “Wilde no fue condenado por su sodomía, sino por su locuacidad”. Leyendo los autos -por primera vez editados íntegramente- uno no puede sino darle la razón. "El marqués y el sodomita" es además de un impagable documento histórico, la mejor manera de que los wildófilos descubran lo gran conversador que debía de ser el señor Wilde; y lo ingenioso, rápido, irónico y brillante que podía resultar, incluso -o, ¿sobre todo?- ante un tribunal de justicia.
Dudo mucho que la transcripción completa de un juicio resulte algo recomendable como lectura, a no ser, como es el caso, que sea el gran Oscar Wilde quien con sus agudos epigramas deje en evidencia el sistema legal de la época. Porque si algo deja claro este libro -amén del brillo lingüístico del irlandés- es lo absurdo de un proceso que, a pesar de todo, ha pasado a la historia como “el juicio del siglo”. Una tragedia legal (y el término tragedia no es en absoluto exagerado si se tiene en cuenta que fue Wilde el demandante, que fue él quien acudió a los tribunales para recuperar su “mancillado” honor y que el resultado fue que le mandaron a recuperarlo a la cárcel...) que transcurre en 1895 y en la que se barajan cuestiones tan importantes como si Wilde ‘hacía’ beber demasiado vino a sus acompañantes o si las habitaciones en las que se alojaban él y su séquito estaban o no comunicadas (creedme, este tipo de diatribas parecen ser -y lo eran- la clave del asunto).
Quizá el incauto de Wilde pensó que lo que se estaba juzgando eran sus ‘amores calamitosos’ y la moralidad de su arte. No. Lo único que se hizo en esa corte fue utilizar su popular nombre y ponerlo en la picota a modo de aleccionador ejemplo para una puritana sociedad victoriana que necesitaba de chivos expiatorios para salvaguardar su apolillada moral. Puede que en aquel momento, el castigo resultara vivificante, pero más de un siglo después, sólo queda la sensación de estar ante un hombre esencialmente libre defendiéndose de una pandilla de fanáticos encorsetados.
Mientras el juicio se desarrolla (no sé cómo serán las sesiones ahora, pero aquellas sonaban maratonianas, tanto que más parecían un interrogatorio), Wilde pasa de la indolencia y la arrogancia a la irritación, la indignación y la agitación. La culpa la tiene el brillantísimo Carson, abogado de Queensberry. (Aunque probablemente, nada hubiera sido diferente, hay que decir que Edward Clarke, representante de Wilde, no estuvo ni por asomo a la altura de las circunstancias). Así las cosas, el juicio acaba siendo un magnífico -por su nivel- y terrible -por el trágico y conocido final- tour de force entre Carson y Wilde. Ya lo decía el propio Wilde: “La vida es demasiado importante como para hablar de ella en serio”.
Dudo mucho que la transcripción completa de un juicio resulte algo recomendable como lectura, a no ser, como es el caso, que sea el gran Oscar Wilde quien con sus agudos epigramas deje en evidencia el sistema legal de la época. Porque si algo deja claro este libro -amén del brillo lingüístico del irlandés- es lo absurdo de un proceso que, a pesar de todo, ha pasado a la historia como “el juicio del siglo”. Una tragedia legal (y el término tragedia no es en absoluto exagerado si se tiene en cuenta que fue Wilde el demandante, que fue él quien acudió a los tribunales para recuperar su “mancillado” honor y que el resultado fue que le mandaron a recuperarlo a la cárcel...) que transcurre en 1895 y en la que se barajan cuestiones tan importantes como si Wilde ‘hacía’ beber demasiado vino a sus acompañantes o si las habitaciones en las que se alojaban él y su séquito estaban o no comunicadas (creedme, este tipo de diatribas parecen ser -y lo eran- la clave del asunto).
Quizá el incauto de Wilde pensó que lo que se estaba juzgando eran sus ‘amores calamitosos’ y la moralidad de su arte. No. Lo único que se hizo en esa corte fue utilizar su popular nombre y ponerlo en la picota a modo de aleccionador ejemplo para una puritana sociedad victoriana que necesitaba de chivos expiatorios para salvaguardar su apolillada moral. Puede que en aquel momento, el castigo resultara vivificante, pero más de un siglo después, sólo queda la sensación de estar ante un hombre esencialmente libre defendiéndose de una pandilla de fanáticos encorsetados.
Mientras el juicio se desarrolla (no sé cómo serán las sesiones ahora, pero aquellas sonaban maratonianas, tanto que más parecían un interrogatorio), Wilde pasa de la indolencia y la arrogancia a la irritación, la indignación y la agitación. La culpa la tiene el brillantísimo Carson, abogado de Queensberry. (Aunque probablemente, nada hubiera sido diferente, hay que decir que Edward Clarke, representante de Wilde, no estuvo ni por asomo a la altura de las circunstancias). Así las cosas, el juicio acaba siendo un magnífico -por su nivel- y terrible -por el trágico y conocido final- tour de force entre Carson y Wilde. Ya lo decía el propio Wilde: “La vida es demasiado importante como para hablar de ella en serio”.
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martes, 2 de diciembre de 2008
AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
Hace una semana fui accidentalmente al Salón del Cómic. Y digo accidentalmente porque en realidad mi objetivo era asistir al partido Estudiantes / Unicaja, pero ya que estaba... Juro que en mi vida he visto tanto freakie junto en tan pocos metros cuadrados. Hordas de gente disfrazadas de V de Vendetta, algún Hellboy (con brazo mutante y todo), mucho manga adicto, y mucho papel de plata (alguien debería decir de una maldita vez que el papel de plata no puntúa para hacer disfraces). Una pesadilla estética. Pero, bueno, a lo que iba, aprovechando que había caído en tan dudoso lugar, compré un par de cosas.
El primero un antiguo ejemplar de la mítica cabecera DDT. Impresionante: rifa de un Simca 1000 DE LUJO, publicidades realmente descacharrantes (como una en la que Cola Cao sorteaba un viaje para TRES (¿?) personas a París), pasatiempos absurdísimos... No me resisto a listar algunos de los personajes que aparecen en tan incunable tebeo: Domingón, Cebolleta, Cándido Palmatoria, Carioca, Regalín Impactos, Apolino Taruguez, los Bip-Bip, y mi preferido: La familia Trapisonda, un grupito que es la monda...
El otro ejemplar adquirido, ya un poco más contemporáneo, es un TeleHistorietas. Era fan de esas viñetas. Mis personajes favoritos, en orden de preferencia, eran Don Gato (Benito y el agente Matute, enormes), el Oso Yogui (muy cool con su corbata, Bubú con su pajarita, y el guardabosques como Bush), Los Supersónicos y Huckleberry Hound. (Descubro a Los Banana Splits y a Ironpìedra...). Leyéndolo, reparo que hay un montón de expresiones que han caído en desuso o que nunca fueron utilizadas (más que por ellos) y que creo son absolutamente reivindicables. Así que ahí va una tronchante selección:
¡pardiez!, ¡diantres!, ¡(re)córcholis!, ¡narices!, ¡demontre!, ¡cáscaras!, ¡rábanos!, ponerse como el quico, unos cuantos machacantes, pitanza, camelar, ahuecar el ala, chiflar, gazuza, descacharrante, golosinas, al cuerno, so tragón, achichonar, repedrusco, ¡por jengibre!, jugarreta, taimado, pillastres, mangante, ¡diantres!, merluzo, pinreles, cabeza de chorlito, muchimillonario, sablear, pelma, birlar, ¡zambomba!, darse una morrada, chinchar, zumbando, pescar (una insolación), echar el guante, deslomarse, escamar, ¡canastos!, hacer pupa, birlar, ¡tequila!, mentecato, barbarote, meteóricamente...
El primero un antiguo ejemplar de la mítica cabecera DDT. Impresionante: rifa de un Simca 1000 DE LUJO, publicidades realmente descacharrantes (como una en la que Cola Cao sorteaba un viaje para TRES (¿?) personas a París), pasatiempos absurdísimos... No me resisto a listar algunos de los personajes que aparecen en tan incunable tebeo: Domingón, Cebolleta, Cándido Palmatoria, Carioca, Regalín Impactos, Apolino Taruguez, los Bip-Bip, y mi preferido: La familia Trapisonda, un grupito que es la monda...
El otro ejemplar adquirido, ya un poco más contemporáneo, es un TeleHistorietas. Era fan de esas viñetas. Mis personajes favoritos, en orden de preferencia, eran Don Gato (Benito y el agente Matute, enormes), el Oso Yogui (muy cool con su corbata, Bubú con su pajarita, y el guardabosques como Bush), Los Supersónicos y Huckleberry Hound. (Descubro a Los Banana Splits y a Ironpìedra...). Leyéndolo, reparo que hay un montón de expresiones que han caído en desuso o que nunca fueron utilizadas (más que por ellos) y que creo son absolutamente reivindicables. Así que ahí va una tronchante selección:
¡pardiez!, ¡diantres!, ¡(re)córcholis!, ¡narices!, ¡demontre!, ¡cáscaras!, ¡rábanos!, ponerse como el quico, unos cuantos machacantes, pitanza, camelar, ahuecar el ala, chiflar, gazuza, descacharrante, golosinas, al cuerno, so tragón, achichonar, repedrusco, ¡por jengibre!, jugarreta, taimado, pillastres, mangante, ¡diantres!, merluzo, pinreles, cabeza de chorlito, muchimillonario, sablear, pelma, birlar, ¡zambomba!, darse una morrada, chinchar, zumbando, pescar (una insolación), echar el guante, deslomarse, escamar, ¡canastos!, hacer pupa, birlar, ¡tequila!, mentecato, barbarote, meteóricamente...
¿QUE ME PASA, DOCTOR?
"¿Quién sabe lo destructivo que eres cuando te ves implicado en un accidente? No lo sabemos". Lo dice alguien que conoció a Jimi Hendrix en el preciso y magistral documental Jimi Hendrix de Joe Boyd.
Pero empiezo por el final. Perdón.
Nunca he sentido esa admiración que el cien por cien de la gente que me rodea siente por Hendrix. Más por desconocimiento que por otra cosa. Desconocimiento, producto -lo admito- de una vergonzosa mezcla de pereza y miedo.
Así que el otro día me puse a ello. En serio. Empecé con The Jimi Hendrix Experience, Live at Monterey. Un maravilloso documental que explica lo que fue y lo que supuso dicho festival, en términos globales, pero sobre todo para la carrera de Jimi. Por ahí desfilan el manager de Hendrix, algún organizador del evento, la chica de The Mamas & the Papas (la guapa, no la que se parecía a Caritina)... Y luego ya por fin, la actuación de Hendrix entera. Con su Hey Joe, sus sorprendentes versiones de Wild Thing y Like a Rolling Stone, su maravillosa The wind cries Mary, su forma de tocar con todo el cuerpo, su manera brutal de follarse el ampli y la guitarra, sus dientes rasgando las cuerdas, sus punteos con el instrumento detrás de la cabeza, y su apocalíptico final: incendio y desguace de la Stratocaster incluidos (los restos del sacrificio, por cierto, fueron recuperados y se exponen en el Experience Music Project de Seattle). Pues bien. Pues vale. Me quedo como estaba. Habría preferido ver las actuaciones de The Who, The Byrds, Buffalo Springfield, o incluso, Simon & Garfunkel en el festival de marras. Y pienso: ¿Tengo un problema? ¿Qué me pasa, doctor? No consigo entrar en el planeta Hendrix.
Al día siguiente lo vuelvo a intentar. Esta vez con el documental Jimi Hendrix, de Joe Boyd. La cosa arranca con un Pete Townshend de ojos vidriosos cantando las grandezas del de Seattle. Y luego el Rock Me Baby. La misma canción que el día anterior. La misma actuación. En el mismo Festival de Monterey. Con la misma camisa que la víspera. Pero esta vez, sí. Oh, sí. Puedo sentir la fuerza. Empiezo a pillarle el punto a Hendrix. Electricidad y adrenalina. Lentamente voy entendiendo. Declaraciones de Eric Clapton (¿qué se ha hecho este hombre en los dientes, y en general, en la cara?), Mick Jagger (tan joven, tan guapo, tan él en la cama), Lou Reed (bastante menos fiero que ahora), Little Richard (igual de iluminado ¿o más? que siempre) salpicadas de salvajes actuaciones de Hendrix. Y una. Fondo entero blanco, y él como suspendido de la nada, en un taburete con una guitarra de doce cuerdas, la canción creo Here my train a comin'. Buah... Se me sigue escapando el señor Hendrix, pero he rozado al dios. Al menos, un poquito.
Nota a pie de página:
Ya lo pensé en el documental Woodstock, pero lo vuelvo a corroborar: ¿por qué demonios en los sesenta/setenta todo el mundo era tan guapo?
Pero empiezo por el final. Perdón.
Nunca he sentido esa admiración que el cien por cien de la gente que me rodea siente por Hendrix. Más por desconocimiento que por otra cosa. Desconocimiento, producto -lo admito- de una vergonzosa mezcla de pereza y miedo.
Así que el otro día me puse a ello. En serio. Empecé con The Jimi Hendrix Experience, Live at Monterey. Un maravilloso documental que explica lo que fue y lo que supuso dicho festival, en términos globales, pero sobre todo para la carrera de Jimi. Por ahí desfilan el manager de Hendrix, algún organizador del evento, la chica de The Mamas & the Papas (la guapa, no la que se parecía a Caritina)... Y luego ya por fin, la actuación de Hendrix entera. Con su Hey Joe, sus sorprendentes versiones de Wild Thing y Like a Rolling Stone, su maravillosa The wind cries Mary, su forma de tocar con todo el cuerpo, su manera brutal de follarse el ampli y la guitarra, sus dientes rasgando las cuerdas, sus punteos con el instrumento detrás de la cabeza, y su apocalíptico final: incendio y desguace de la Stratocaster incluidos (los restos del sacrificio, por cierto, fueron recuperados y se exponen en el Experience Music Project de Seattle). Pues bien. Pues vale. Me quedo como estaba. Habría preferido ver las actuaciones de The Who, The Byrds, Buffalo Springfield, o incluso, Simon & Garfunkel en el festival de marras. Y pienso: ¿Tengo un problema? ¿Qué me pasa, doctor? No consigo entrar en el planeta Hendrix.
Al día siguiente lo vuelvo a intentar. Esta vez con el documental Jimi Hendrix, de Joe Boyd. La cosa arranca con un Pete Townshend de ojos vidriosos cantando las grandezas del de Seattle. Y luego el Rock Me Baby. La misma canción que el día anterior. La misma actuación. En el mismo Festival de Monterey. Con la misma camisa que la víspera. Pero esta vez, sí. Oh, sí. Puedo sentir la fuerza. Empiezo a pillarle el punto a Hendrix. Electricidad y adrenalina. Lentamente voy entendiendo. Declaraciones de Eric Clapton (¿qué se ha hecho este hombre en los dientes, y en general, en la cara?), Mick Jagger (tan joven, tan guapo, tan él en la cama), Lou Reed (bastante menos fiero que ahora), Little Richard (igual de iluminado ¿o más? que siempre) salpicadas de salvajes actuaciones de Hendrix. Y una. Fondo entero blanco, y él como suspendido de la nada, en un taburete con una guitarra de doce cuerdas, la canción creo Here my train a comin'. Buah... Se me sigue escapando el señor Hendrix, pero he rozado al dios. Al menos, un poquito.
Nota a pie de página:
Ya lo pensé en el documental Woodstock, pero lo vuelvo a corroborar: ¿por qué demonios en los sesenta/setenta todo el mundo era tan guapo?
viernes, 28 de noviembre de 2008
SECRETOS DE NUEVA YORK
Ayer por la mañana me dejaron Historias de Nueva York de Enric González.
Ayer por la tarde empecé el libro en cuestión.
Ayer por la noche lo terminé.
El mérito no es mío.
Es del señor Enric.
Ciento cuarenta páginas que se leen a una velocidad de vértigo. Ahí están los orígenes de La Gran Manzana, la mafia, los poco ortodoxos métodos con los que se han construido las grandes fortunas americanas (con lo bonito que es el museo Frick Collection, hay que ver lo hijoputa que era el tal Frick), la eficacia sin escrúpulos de Giuliani, el 11-S, el béisbol, los perritos calientes, los taxistas, la loca carrera de los rascacielos (grandísimo el 'making of' del Chrysler, que es también mi gigante preferido de N.Y.), las cloacas, los personajes (George, el jamaicano obsesionado con ciertas teorías de la conspiración; Anthony Bourdain, el chef rebelde -recomiendo, por cierto, Malos tragos, un libro sobre viajes y gastronomía que destila humor-), el proyecto del Flatiron (probablemente, el edificio más evocador de la ciudad)...
Todo con un impagable sentido del ritmo, una agudísima observación y una ironía desbordante (sobre las reservas federales: “el subterráneo parece decorado por un guionista de James Bond con resaca de pacharán”, sobre los turistas: “alienígenas del planeta Disney”, sobre el Bronx: “es habitable como los testículos de los cerdos son comestibles. Cuestión de gustos o de hambre”).
A los que no hayan estado en Nueva York, les gustará: una forma cómoda y barata de viajar.
A los que hayan estado, les traerá recuerdos de la Gran Manzana. Coincidirán o carraspearán. En definitiva, lo pasarán bien.
A los que no hayan estado, pero estén a punto de hacerlo, les servirá como una guía sui generis y bastante más interesante que las "al uso".
Un anecdotario la mar de divertido de un tipo cuyo máximo mérito (aparte de su brillante pluma) es su curiosidad insaciable.
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jueves, 27 de noviembre de 2008
CAOS CONTROLADO
Ayer vi a Four Corners. Un grupo de jazz del que tenía conocimiento cero. Me lo recomendaron fervientemente. Y yo soy muy obediente. Así que para allá que fui. Era en el Johnny (colegio San Juan Evangelista) que es un sitio que me encanta por muchos motivos: suena bien, la gente está callada, los conciertos empiezan a su hora, estás sentado, los organizadores son amables, el ambiente es relajado y no hay nervios (ni por parte de los asistentes intentando arañar un centímetro cuadrado al de al lado, ni por parte de los responsables intentando que nada ni nadie se les cuele). Tras un piscolabis (maravillosa palabra) en la cafetería (maravillosos precios), toca acomodarse. Se apagan las luces, se anuncia el show y salen ellos. Las cuatro esquinas. El trompetista parece un ex-Angel del Infierno reconvertido a amable padre de familia, el batería es un cruce entre Terence Stamp y Daniel Craig, el contrabajista tiene un parecido más que razonable con Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, y el saxofonista es un Ned Flanders tridimensional. Los cuatro en vaqueros. Normalidad absoluta. No parecen tomarse muy en serio (seguramente menos que algunos del público). Qué alivio. Hay poca gente. El show arranca. Brutal e intenso. Pero también divertido y físico (casi sexual). Cuatro tipos retorciéndose encima de un escenario. Tan gozoso de ver como de escuchar. La trompeta suda. Brando baila con el contrabajo o lo parte en dos. El ritmo de la batería, marcial, embrutecido o silencioso. Y la impertinencia del saxofón. Una maraña de sonidos perfectamente ordenados. Tanto que hay partituras. ¿Cómo se escribe el caos en un pentagrama? El jazz, como los cómics, como Tom Waits, como Dylan, asustan. Pero no es para tanto. Es cuestión de intentarlo. Y si es que no, pues tampoco pasa nada.
Nota a pie de página:
Ya he visto The Spirit. Tenía que decirlo.
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Ya he visto The Spirit. Tenía que decirlo.
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miércoles, 26 de noviembre de 2008
LA VIDA ANTE SI
¡Qué díficil es contar las cosas como pasan! ¡Qué difícil que no suceda nada que no pudiera estar ocurriendo en la casa de al lado! ¡Qué difícil es coger un trozo de vida sin más! Es tan complicado no caer en la tentación de lo extraordinario... Como si los días como lo son casi todos no fueran suficiente. Por eso me emociona Tomine. Porque se resiste a salirse de lo cotidiano. Enorme Shortcomings. Lástima que dure tan poco.
Escucho The BBC Sessions de Belle and Sebastian. Se me había olvidado lo mucho que me gustaban. La cosa empieza con la maravillosa The State I Am In. Y, en tercer lugar, sí, sí, oh sí, suena mi favorita: Judy and the dream of horses. Me ponen de tan buen humor.
Escucho The BBC Sessions de Belle and Sebastian. Se me había olvidado lo mucho que me gustaban. La cosa empieza con la maravillosa The State I Am In. Y, en tercer lugar, sí, sí, oh sí, suena mi favorita: Judy and the dream of horses. Me ponen de tan buen humor.
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martes, 25 de noviembre de 2008
¡GLUBS!
"Brilla con satisfacción"
"¿Te atreves a probarlo?"
"Es bueno saber"
La primera sentencia aparece en mi frasco de champú. ¿Perdona?
La segunda frase está estampada en mi envase de biscottes ¿Ein?
El tercer lema lo leo en el reverso de mi bote de café. ¿Qué?
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Finales de los 70 y Dylan se ha vuelto loco. Sólo habla de Dios.
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Todos los años igual. Llega la Navidad y, con ella, la "lotería del miedo". Todos a comprar POR SI toca, no vaya a ser que se te quede cara de idiota...
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DECLARACION DE PRINCIPIOS
Este sábado, en Babelia, Loquillo.
Siempre me gustó. Hace tiempo cuando el rompeolas, y la cocaína y el dom perignon. Luego ya no. Y luego otra vez, con su Balmoral. Pero él siempre me pareció bien. Tan chulo, tan claro, tan cascarrabias. Se queja. Mucho. Y puede que tenga razón. Los indies reniegan de él y el mainstream no entiende su discurso, ese que pasa por musicar poesía y por no revivir una y otra vez los ochenta. Desplazado. Y hasta los cojones de estarlo. Sólo puedo recordar un concierto en La Riviera organizado por el Rockdelux. Debía ser un aniversario, un homenaje o algo así. Allí estaban los popes del indie, arriba, en el escenario. Y todas las tropas indies abajo. Los primeros -Jota de Los Planetas, Irantzu de LBV, Jorge Martinez de Ilegales, Jeanette y un largo etcétera- cantaron sus canciones con una banda común. Los segundos -y doy fe, yo estaba allí- se volvieron literalmente locos cuando salió este tipo de dos metros, todo de negro, tan erguido y tan seguro de sí mismo y cantó Nena (desgañitándose de rodillas). Así tal cual. Pues eso. Un personaje necesario. Está bien que de cuando en cuando alguien pegue un puñetazo en la mesa sin arrugarse el traje ni despeinarse el tupé.
Ya lo dice él:
Dicen que me repito/de lo claro que hablo,/será que no me entrego/a las reglas del mercado/porque milito en la razón/del pensamiento ilustrado./Me siento en la fractura/de valores que no cuentan/no siento ningún desprecio/tan sólo indiferencia./Tuve muchos nombres,/me vieron con otra cara/pero siempre fui yo/marcando una línea clara.
Siempre me gustó. Hace tiempo cuando el rompeolas, y la cocaína y el dom perignon. Luego ya no. Y luego otra vez, con su Balmoral. Pero él siempre me pareció bien. Tan chulo, tan claro, tan cascarrabias. Se queja. Mucho. Y puede que tenga razón. Los indies reniegan de él y el mainstream no entiende su discurso, ese que pasa por musicar poesía y por no revivir una y otra vez los ochenta. Desplazado. Y hasta los cojones de estarlo. Sólo puedo recordar un concierto en La Riviera organizado por el Rockdelux. Debía ser un aniversario, un homenaje o algo así. Allí estaban los popes del indie, arriba, en el escenario. Y todas las tropas indies abajo. Los primeros -Jota de Los Planetas, Irantzu de LBV, Jorge Martinez de Ilegales, Jeanette y un largo etcétera- cantaron sus canciones con una banda común. Los segundos -y doy fe, yo estaba allí- se volvieron literalmente locos cuando salió este tipo de dos metros, todo de negro, tan erguido y tan seguro de sí mismo y cantó Nena (desgañitándose de rodillas). Así tal cual. Pues eso. Un personaje necesario. Está bien que de cuando en cuando alguien pegue un puñetazo en la mesa sin arrugarse el traje ni despeinarse el tupé.
Ya lo dice él:
Dicen que me repito/de lo claro que hablo,/será que no me entrego/a las reglas del mercado/porque milito en la razón/del pensamiento ilustrado./Me siento en la fractura/de valores que no cuentan/no siento ningún desprecio/tan sólo indiferencia./Tuve muchos nombres,/me vieron con otra cara/pero siempre fui yo/marcando una línea clara.
lunes, 24 de noviembre de 2008
PASADO DE ROSCA
Sesión matinal.
Qué gran invento.
Asfixia. Recomiendo.
Pero sólo si:
- eres fan de Sam Rockwell porque hace bien de malo, porque hace bien de bueno, porque hace bien de looser, porque hace bien de tío corriente
- Anjelica Huston te parece una diosa, capaz de embarcarse en los proyectos más delirantes y estar ahí siempre intachable
- flipaste con El club de la lucha y siempre te has preguntado cómo sería una versión irreverente y jocosa
- te gustaron Borat, Supersalidos, Los Tenembaums, Tropic Thunder, Zoolander y todas esas comedias desquiciadas y un poco sal gorda
-piensas que el sexo es fascinante, enigmático, adictivo, maravilloso, enloquecedor y maligno todo a un tiempo
-tu familia es complicada, tu identidad extraviada y el nihilismo te parece la expresión religiosa menos dañina
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ANUNCIOS
1. Volver a ver Regreso al futuro
2. Escuchar por las mañanas el temazo The Acid Queen de Tina Turner
3. Sentarse toda una tarde a leer, mirar y remirar las viñetas de los libros ¡A mí no me grite!, La aventura de comer o Déjenme inventar de Quino
4. Comerse una granada
5. Ver el enérgetico directo de Arctic Monkeys at the Apollo
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sábado, 22 de noviembre de 2008
TESTIMONIOS
Hola, me llamo Ed Harris y soy actor, bueno director, no, actor. Bueno artista. Voy a hacer una película. La voy a dirigir, vamos. Voy a estar detrás y delante de la cámara, como Hitchcock, pero todo el rato. Que ya lo hice hace años, con una de un pintor loquísimo. El otro que va a salir es Viggo. Vaya mozalbete. Nos conocimos en Una historia de violencia. Buen profesional y mejor persona. Ahí nos hicimos coleguitas, íbamos por ahí a los bares, y él me hablaba de pintura y de filosofía. Así todo muy denso. Porque es un tío listo, pero listo, listo. Va a ser una del Oeste, que ahora está muy de moda. Me han dicho que El asesinato de Jesse James estaba fetén y que El tren de las 3:10 era un clasicazo de los de antes, de los que hacían el John Wayne y todos esos. Así que yo también. Appaloosa se va a llamar que es un nombre como muy de tiros, ¿no? Además, el Viggo y yo como que damos muy bien de pistoleros, así como muy hombrotes, con nuestras botas, nuestros arruguetos, el polvo por toda la cara, y nuestras estrellas de sheriffs, y nuestras pistolas, y todos los complementos, como los clics de Famobil, pero a lo bestia. Y va a haber de todo: caballos, y puestas de sol naranjas, y cherokees, y hasta un tren, qué coño... Porque, yo me digo, ¿qué es un western sin una locomotora? Pues nada, como Antena 3 sin los Simpson. Una cosa chocantísima. La chica, para mí, que va a ser la Renée. Sí, sí, la de Bridget Jones que después se puso de dietas hasta el culo y se quedó finísima pero con la cabezona de antes, como las muñecas esas japonesas. A mí la verdad es que la chavala esta, ni fu, ni fa. Vamos que me parece hasta molesta en una película, con esa cara de Babe, el cerdito impertinente. Con sus coloretes y sus morritos, todo tan juntico que parece que no hay sitio. Qué mal enviejunamiento va a tener esa chica,oye, y yo que la veo cada vez más parecida a la Duquesa de Alba, pero en actriz, que manda huevos. Pero a Renée, yo la imagino ahí, tocando su piano en el saloon. Y luego me han dicho que meta a una tal Ariadna Gil, que yo ni idea, pero que está buena, y que queda bien, y que le hará mucho ilusión. Appaloosa, joder, qué rebonico me va a quedar, a la muchachada le va a encantar. La historia ya si eso la pienso luego que tengo un ratico.
Nota a pie de página:
Por azar y por fortuna, descubro justo después de la infumable y aburridísima Appaloosa, una pequeña joya: Mujeres en Venecia de Mankiewicz. Deliciosa.
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jueves, 20 de noviembre de 2008
POR LA BOCA MUERE EL PEZ
Dos noticias delirantes.
La quintaesencia de la paradoja.
En el Pachá de Valencia quieren organizar una fiesta homenaje a la mujer. Y, claro, qué mejor tributo que sortear entre las asistentes una operación de aumento de pecho... El lema: Pretty Woman. Finalmente se ha suspendido el evento porque la idea no ha sido "comprendida socialmente".
La Camorra quiere matar a Roberto Saviano por su novela Gomorra, pero, oye, ya puestos, pues vamos a sacar tajada. Así que en los quioscos napolitanos, y desde hace días, la propia Camorra vende copias piratas de la película (copias, eso sí, que según parece son auténticas filigranas de la falsificación).
No hace falta añadir nada.
La cosa se comenta sola.
Las maravillas de Bono, las dejamos para otro día.
miércoles, 19 de noviembre de 2008
QUE NO, HOMBRE, QUE NO, QUE JAMES BOND NO ES JOHN MCCLANE
¿Es Casino Royale una de las mejores películas de la saga Bond? Sí. ¿Es Daniel Craig uno de los mejores Bond de la historia? Sí. ¿Es Quantum of Solace digna sucesora de Casino Royale? No.
Y hasta aquí puedo escribir, habida cuenta de que el estreno oficial no es hasta el viernes y no quiero convertir esta entrada en un inmenso spoiler.
Casino Royale era enorme, por la película en sí, pero sobre todo porque resucitaba (¡y de qué manera!) al agente secreto más carismático de la historia. Más de cuarenta años después de enfrentarse al doctor No, 007 renacía de sus cenizas.
Casino Royale funcionaba como un reloj: arrancaba con una de las mejores persecuciones que yo haya visto en cine y desde ahí revisaba el mito de Bond modernizándolo sin restarle encanto, ni traicionar la esencia del personaje de Ian Fleming. Recuperaba la diluida esencia del agente dotándole de nuevas y excitantes características para futuras entregas. Volvíamos a creer en Bond.
Así que, como aviso a navegantes:
* para los que no hayan visto Casino Royale, hacedlo antes de ver Quantum of Solace (si no, alguna referencia os perderéis)
* para los que vieron Casino Royale, bajad el listón
Y como conclusiones sin spoilers:
* ¡qué bien corre Daniel Craig, qué bien monta en moto (rivalizando INCLUSO con Steve McQueen) y cuánta chulería derrocha en algunas de sus salidas (tanta que a ratos dan hasta ganas de aplaudir)!
* ¡qué buenos los títulos de crédito, a pesar de la infame canción!
Y resisto la tentación. Ay. Y no digo más.
Y hasta aquí puedo escribir, habida cuenta de que el estreno oficial no es hasta el viernes y no quiero convertir esta entrada en un inmenso spoiler.
Casino Royale era enorme, por la película en sí, pero sobre todo porque resucitaba (¡y de qué manera!) al agente secreto más carismático de la historia. Más de cuarenta años después de enfrentarse al doctor No, 007 renacía de sus cenizas.
Casino Royale funcionaba como un reloj: arrancaba con una de las mejores persecuciones que yo haya visto en cine y desde ahí revisaba el mito de Bond modernizándolo sin restarle encanto, ni traicionar la esencia del personaje de Ian Fleming. Recuperaba la diluida esencia del agente dotándole de nuevas y excitantes características para futuras entregas. Volvíamos a creer en Bond.
Así que, como aviso a navegantes:
* para los que no hayan visto Casino Royale, hacedlo antes de ver Quantum of Solace (si no, alguna referencia os perderéis)
* para los que vieron Casino Royale, bajad el listón
Y como conclusiones sin spoilers:
* ¡qué bien corre Daniel Craig, qué bien monta en moto (rivalizando INCLUSO con Steve McQueen) y cuánta chulería derrocha en algunas de sus salidas (tanta que a ratos dan hasta ganas de aplaudir)!
* ¡qué buenos los títulos de crédito, a pesar de la infame canción!
Y resisto la tentación. Ay. Y no digo más.
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martes, 18 de noviembre de 2008
ESTA REBUENO
Un nuevo Macanudo siempre es una buena noticia. Garantizadas unas cuantas horas de sonrisa bobalicona, de corta risa, de mueca irónica, o de "sí, sí, sí". Y vale, no es el brillantísimo Calvin y Hobbes, ni el tronchante Carlitos (abro paréntesis: puede que a muchos Snoopy, les retrotraiga a alguna época pasada en la que el perrillo en cuestión era insignia de lo pijo -telojuroporsnoopy- pero, vencidos los prejuicios, las viñetas de Carlitos, Snoopy & cia son enormes: divertidas, irónicas, crueles, ingeniosas, lúcidas, chispeantes, tronchantes. Además, Snoopy, como todo animal dibujado que se precie va sobre dos patas. En los tebeos, una regla infalible es que los animales lleven parte de arriba o sean bípedos). Liniers puede ser cándido, obvio, naïf, ñoño y hasta cursi. Pero sólo a ratos. E incluso, cuando cae en el lado más azucarado resulta tan tierno que uno se queda pegado al almíbar sin complejos. Hay angustia existencial en Oliverio la Aceituna, regusto amargo en Lorenzo y Teresita, repipiez en Enriqueta, un poco de todos nosotros en las ovejas y en los pingüinos, genialidad en la la vaca cinéfila y en el señor que traduce los nombres de las películas, surrealismo en los duendes... Y es que como dice Robert Crumb en la primera página de Macanudo 3, "el absurdo no tiene fin". Menos mal.
Nota a pie de página:
A veces las cosas cambian:
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lunes, 17 de noviembre de 2008
EXPEDIENTE X
Algunas cosas que no entiendo (si me paro a pensarlas, me cortocircuito):
1. El cambio de hora
2. Algunas ofertas de telefonía
3. Que en los aviones te digan que respires NORMALMENTE cuando el trasto está cayendo en picado
4. Por qué algunas personas van a los conciertos a charlar, a los cines a comer y a las galerías o museos a hablar por el móvil
5. Los 4x4 en ciudad
6. Por qué a la gente le molestan tanto las bicicletas
7. Los jerseys de cuello vuelto sin mangas, los shorts en invierno, el eyeliner, las plataformas
8. Alguna señales de tráfico
9. El after eight, la cerveza sin alcohol, las gominolas que saben a pimiento picante
10. El periodismo antes de Google
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HONESTIDAD BRUTAL
Antes de ver Gomorra se sabe lo que se sabe: que es una película sobre la camorra (la mafia napolitana), que está basada en un libro de Roberto Saviano (amenazado de muerte por la hazaña), que dista mucho de las películas de mafiosos al uso (esas que tanto nos gustan, tan glamourosas, tan elegantes, con una violencia tan estilizada y con unos personajes que tienen su aquel, llámesele encanto, elegancia o épica). Antes de ver Gomorra no se saben algunas cosas: si Roberto Saviano se infiltró o no en la camorra, o si se limitó a investigar, a husmear y a recoger testimonios de primera mano; las razones por las cuales este hombre que debería desaparecer de la faz de la tierra se expone a conceder entrevistas y a fotografiarse en el estreno de la película basada en su libro; dónde exactamente fue rodada la película y en qué condiciones.
Después de ver Gomorra, uno tiene la sensación de haberse acercado por primera vez y de verdad a la realidad de una organización mafiosa. Mateo Garrone rueda sin artificios, sin trucos, sin juegos. Crudeza en todos los sentidos. Una violencia que no se regodea, que no se detiene, que no busca impactar. Unos personajes que son lo que son, ni se juzgan, ni se idealizan. Unos métodos, los de la mafia, a veces tan chuscos que resultan casi cómicos, por no decir patéticos. Chavales que juegan a ser mafiosos, mafiosos que son chavales. Scarface en la memoria, pero sólo como un espejismo al que parecerse. Porque hay que ser duro, hay que matar, hay que disparar. No hay glamour ni en el fondo, ni en la forma. Por primera vez, insisto. Y es de agradecer. Puede que la película sea farragosa, puede que algunas de las múltiples historias que se documentan no se entiendan, puede que se haga larga, puede que de entre toda la realidad se haya escogido lo más cinematográfico -los adolescentes kamikazes, el niño atrapado...-. Pero da igual. El caleidoscopio resultante es esclarecedor y real. Todo el mundo trapichea. Con lo que puede. Con lo que le dejan (ya sean drogas, trapitos o vertidos tóxicos). Algunos se ven metidos ahí casi sin querer, otros fuerzan la máquina hasta las últimas consecuencias.
La película es demoledora. Y deja una sensación brutal. Sin casi buscarlo, sin parecer pretenderlo. No hay ni una rendija de emotividad, ni un atisbo de sensiblería, ni un ápice de moralina. Y podría. El director podría habernos hecho llorar, habernos indignado, habernos obligado a bajar la mirada horrorizados ante un festival de casquería. Podría. Pero no. Sólo hiela la sangre.
Después de ver Gomorra, uno tiene la sensación de haberse acercado por primera vez y de verdad a la realidad de una organización mafiosa. Mateo Garrone rueda sin artificios, sin trucos, sin juegos. Crudeza en todos los sentidos. Una violencia que no se regodea, que no se detiene, que no busca impactar. Unos personajes que son lo que son, ni se juzgan, ni se idealizan. Unos métodos, los de la mafia, a veces tan chuscos que resultan casi cómicos, por no decir patéticos. Chavales que juegan a ser mafiosos, mafiosos que son chavales. Scarface en la memoria, pero sólo como un espejismo al que parecerse. Porque hay que ser duro, hay que matar, hay que disparar. No hay glamour ni en el fondo, ni en la forma. Por primera vez, insisto. Y es de agradecer. Puede que la película sea farragosa, puede que algunas de las múltiples historias que se documentan no se entiendan, puede que se haga larga, puede que de entre toda la realidad se haya escogido lo más cinematográfico -los adolescentes kamikazes, el niño atrapado...-. Pero da igual. El caleidoscopio resultante es esclarecedor y real. Todo el mundo trapichea. Con lo que puede. Con lo que le dejan (ya sean drogas, trapitos o vertidos tóxicos). Algunos se ven metidos ahí casi sin querer, otros fuerzan la máquina hasta las últimas consecuencias.
La película es demoledora. Y deja una sensación brutal. Sin casi buscarlo, sin parecer pretenderlo. No hay ni una rendija de emotividad, ni un atisbo de sensiblería, ni un ápice de moralina. Y podría. El director podría habernos hecho llorar, habernos indignado, habernos obligado a bajar la mirada horrorizados ante un festival de casquería. Podría. Pero no. Sólo hiela la sangre.
domingo, 16 de noviembre de 2008
K.
Qué buenos los descubrimientos. Qué buenas las primeras veces. Qué bueno la primera vez que escuchas a Brel, la primera que lees a Camus o la primera que ves una película de Jarmusch. Qué bueno. Acabo de descubrir a Ryszard Kapuściński (al que a partir de ahora llamaré K, para ahorrarme unos cuantos golpes de teclado, para ahorraros unas cuantas faltas, para ahorrarnos el baile de tildes). Tarde, sí, pero insisto: las primeras veces no saben de relojes. Son disfrutables. Siempre. Ahora se abre el universo K a mis pies, y hay tantos K’s por leer. La perspectiva me regocija y me tranquiliza a partes iguales. El responsable del descubrimiento ha sido "La guerra del fútbol y otros reportajes". Me dicen que no es el mejor. Que si hubiera empezado con "Ébano", directamente habría visto a dios. Puede. No sé. No importa. No me importa. "La guerra del fútbol" es un libro que se salta todas las normas habidas y por haber. Transita entre la crónica, la autobiografía y el testimonio; desprende humor, ironía, respeto, veracidad, emoción, inteligencia, brillantez, diversión y ternura; gravita entre la historia pura y dura y una historia individual: la de un reportero de casta. Pero quizá lo mejor de K sea que, contando historia reciente resulta tan emocionante como si de un thriller se tratara, pero sin usar los recursos propios del género. K tiene un ritmo endiablado. Hay que leerlo deprisa. Hay que volar sobre las páginas cuando habla del fenómeno del apartheid y los afrikaners; hay que saltar de párrafo en párrafo cuando explica las razones por las cuales Ben Bella fue depuesto de su cargo de presidente en Argelia; hay que devorar las letras cuando cuenta cómo consiguió entrar en un Congo en estado de guerra; hay que permanecer en vela cuando reflexiona acerca de África o del oficio de reportero. Eso es lo que hace enorme a K: su capacidad de contar. ¡Y cómo lo hacía! En cada capítulo, hay un recurso literario nuevo y genial. Cada crónica está escrita en un tono diferente a la anterior. No tiene el estilo efectista de la novela, pero tampoco el tantas veces aburrido y didáctico y dogmático del periodismo. K huye del "soy más listo que tú" tan generalizado en los corresponsales, siendo -como era- mucho más listo que cualquiera de nosotros. Nos hace partícipe de sus descubrimientos y conclusiones al tiempo que él descubre y concluye, y así parece que también nosotros estamos allí, que también nosotros descubrimos, que también nosotros concluimos. La palabra fluye. Engañosa sencillez. El mérito enorme de hacer fácil (facilísimo) lo difícil (dificílisimo). Maravilloso. Imprescindible. Leyéndolo uno se pregunta por qué luego cuesta tanto leerse las crónicas de internacional de los periódicos.
Nota a pie de página:
Ya de vuelta, pero qué bueno cuando los días tienen 24 horas.
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domingo, 9 de noviembre de 2008
Y SIN EMBARGO, TE QUIERO
A prioiri, "Red de mentiras" tenía tres razones poderosas para ir a verla.
Una, Russell Crowe.
Dos, Leonardo di Caprio.
Tres, Ridley Scott.
Tres señores que, juntos o por separado, tan bien me lo han hecho pasar en una butaca de cine. Pero no, esta vez no.
La épica, Ridley, la épica. Esa que le llevó a filmar la soberbia y hermosa "Los duelistas", la magnética e inclasificable "Blade Runner", la escalofriante y desasosegante "Alien", la sublime y heroica "Gladiator", la trepidante y brutal "American Gangster". La épica, esa cosa que el cine intelectual, independiente y europeo en tantas ocasiones despreció y desprecia y que, sin embargo, constituye una de las razones de ser del cine, y que usted maneja magistralmente; tanto como el tempo, esa otra cosa que todos buscan y que sólo unos pocos encuentran.
La eternidad habita en la brillantez de algunas secuencias de "Gladiator", en la 'persecución' a través del tiempo y del espacio de esos dos caballeros interpretados por Keith Carradine y Harvey Keitel, en las poéticas y apocalípticas escenas de lluvia de "Blade Runner", en el terror de "Alien" que sigue intacto treinta años después de que se estrenara, en la complejidad de todos y cada uno de los personajes de "American Gangster".
Y eso ya es mucho, aunque esta vez no haya sido suficiente.
Tanto mejor verse de nuevo la saga completa de Jason Bourne.
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jueves, 6 de noviembre de 2008
RULETA RUSA
El modo aleatorio del iTunes es uno de esos inventos que me fascinan. Anula tu capacidad de decisión y, por tanto, hace la vida más fácil. A veces, parece hasta tener capacidades adivinatorias y poner exactamente lo que dicta el ánimo. Hoy la sesión empieza con Rompes mi corazón de Josele Santiago, un tipo que siempre me parece, por lo menos, bien. El piano de saloon va perfecto para esta tarde que se ha teñido de gris plomo y que amenaza con deshacerse. Le sigue la trotona versión que hace Jarvis Cocker del I can't forget de Cohen. Interpretación incluida en el maravilloso documental I'm your man. A veces me pongo el principio, la parte en la que Leonard habla, sólo para inyectarme un poco de la serenidad que el monje Cohen transporta en su voz lenta, precisa y profunda. Wounder de Burial. A perderse. Y a callarse. Pete Greenwood, The bitter end. Preciosa. Esto sí que es empatía. A beautiful war, de Robert Wyatt del álbum Comicopera. Durante un mes creo que no escuché nada salvo este disco. Una y otra vez. Como entrar en otra dimensión espaciotemporal. Los Planetas, Nunca me entero de nada. "Y mi vida sería más sencilla, si consiguiera explicar lo que pasa. No tendría que estar de rodillas suplicando las palabras. Que las cosas cuando se estropean, es muy difícil arreglarlas". Beastie Boys. Sí, sí, sí. Energía subiendo. Me viene a la cabeza la película documental Scratch. Impresionante. Cuando salí de verla, supe a lo que quería dedicarme el resto de mi vida. Dj Ruin me bauticé esa noche. Buf, la cosa se pone seria: Betty Lavette. Pelos de punta y tal. Triple w: War on war de Wilco, de mi disco favorito, Yankee Hotel Foxtrot. Sólo los he visto una vez en directo, pero lo recuerdo como el concierto del año. Spiders sonó como un misil teledirigido. Nina Simone, otra dama de hey, respect! Micah P. Hinson y su It’s been so long. Parece que Micah ya no mola porque, claro, ahora ya le conocen más de cuatro... A mí me sigue pareciendo una enormidad. Le recuerdo en el Primavera (sólo los muy 'pro' estaban allí, yo de casualidad, no lo voy a negar) muriéndose en el escenario. Literalmente. La próxima es la última. A ver. Set me free. The Kinks. No creo que haya mejor forma de acabar. Lo curan todo. Posología indicada: una dosis semanal.
LA ESPUMA DE LOS DIAS
Este verano volví al planeta Boris Vian. Con un cuentito, el primero que escribió. Para su mujer porque estaba enferma y se aburría. Un relato absurdo y delirante. La edición era bonita. Y me lo regalaron. El título sería algo así como" Cuento de hadas para el uso de personas medias". Pero el gran descubrimiento vianesco estival -cuando ya pensaba que me lo había leído todo de este señor que tan bien me lo ha hecho pasar y que ya se me había acabado para siempre- fue "Cantilènes en gelée", un librito de poemas precioso. Oscila entre la negritud, el descaro, el surrealismo, lo soez y lo tierno. Y tiene frases de esas en las que recostarse unos segundos ("Tú no puedes acordarte porque yo dormía", "La vida está llena de interés/ Va y viene... Como las cebras", "Pedí para mis catorce años/ Una hermana de mi edad", "Y para servir a la patria/ Follarte toda la vida / Eso es la vida"). Este verano, un amigo fan acérrimo como yo de "La espuma de los días" volvió a leerlo. Un chiste, dijo. Este verano, otro amigo, bajo las influencias del amigo de la línea de arriba y la mía, lo leyó. No es para tanto, dijo. Reléelo, me aconsejaron ambos. No pienso. Algunas cosas -tampoco demasiadas- suceden justo cuando tienen que ocurrir. Y no conviene destrozar su recuerdo, ni mancharlas. "La espuma de los días" ocupa un lugar privilegiado en mi memoria sentimental de lecturas. Puede que fuera muy adolescente, puede que fuera muy impresionable, puede. Pero no me importa. Quiero mantener la sensación intacta. El nenúfar, el ratón, Chloé, los objetos imposibles. Y una historia de amor que a mí me pareció la más hermosa jamás leída. No volveré a recomendarlo con tanta pasión (por aquello de las expectativas frustradas), pero tampoco volveré a leerlo (por aquello de que si los santos tienen miembros incorruptos, mis estanterías también).
Nota a pie de página:
Ayer lamenté no ser americana.
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miércoles, 5 de noviembre de 2008
NO, NO Y NO
Sobre películas de las que uno sale cabreado.
Me vienen a la memoria, así como las más recientes –que no las únicas, pero respetemos el sabio dictamen del recuerdo que sus razones tendrá-.
* "Quemar después de leer": muy mal. No hay ni una sola línea de diálogo brillante, ni un gag gracioso. Nada. Como si cuatro colegas se hubieran juntado para pasárselo bien. De eso va, ¿no? George, Ethan & Joel, Frances, John, Tilda y Brad pasándolo en grande. Yo no. Lo único: cómo masca chicle mister Jolie.
* "Hacia rutas salvajes": trufada de tópicos y de frases rimbombantes con supuesto mensaje... Y, ¿quién le dijo a Emile Hirsch que lo suyo era el cine? Si lo mejor que se puede decir de una película es que tiene una bonita fotografía, apaga y vámonos.
* "Asuntos privados en lugares públicos": tremenda, Cursi, almibarada, estúpida, aburrida. Infumable. Si hubiera leído la hojita de marras antes de entrar y hubiera sabido que el titulo original era "Coeurs" (Corazones), jamás me habrían pillado.
* "Cien clavos": no, no y no. Mal el simbolismo cristiano de tercera; mal las metáforas obvias; mal el lenguaje poético de baratillo; mal el pobre Raz Degan que de tan guapo parece sacado de un anuncio de colonia; mal el mensaje, simple hasta la extenuación (“Todos los libros del mundo no valen lo que un café con un amigo”). Hermano Olmi, ¡déjalo ya!
Notas a pie de página:
- Una que gusta más después que durante: "Tropic Thunder". Bien el falso tráiler de los curas (grande, grande Tobey Maguire), bien un enorme Robert Downey Jr. destilando negritud, bien el irreconocible Tom Cruise bailando como un temible rapero chuleta.
- Una que gusta durante y después: "Encuentros en el fin del mundo". Otro documental magnético, surrealista, freakie y delirante del tronado de Herzog. Inolvidable su escupida y castrense dicción que convierte el inglés en un dialecto del alemán.
Me vienen a la memoria, así como las más recientes –que no las únicas, pero respetemos el sabio dictamen del recuerdo que sus razones tendrá-.
* "Quemar después de leer": muy mal. No hay ni una sola línea de diálogo brillante, ni un gag gracioso. Nada. Como si cuatro colegas se hubieran juntado para pasárselo bien. De eso va, ¿no? George, Ethan & Joel, Frances, John, Tilda y Brad pasándolo en grande. Yo no. Lo único: cómo masca chicle mister Jolie.
* "Hacia rutas salvajes": trufada de tópicos y de frases rimbombantes con supuesto mensaje... Y, ¿quién le dijo a Emile Hirsch que lo suyo era el cine? Si lo mejor que se puede decir de una película es que tiene una bonita fotografía, apaga y vámonos.
* "Asuntos privados en lugares públicos": tremenda, Cursi, almibarada, estúpida, aburrida. Infumable. Si hubiera leído la hojita de marras antes de entrar y hubiera sabido que el titulo original era "Coeurs" (Corazones), jamás me habrían pillado.
* "Cien clavos": no, no y no. Mal el simbolismo cristiano de tercera; mal las metáforas obvias; mal el lenguaje poético de baratillo; mal el pobre Raz Degan que de tan guapo parece sacado de un anuncio de colonia; mal el mensaje, simple hasta la extenuación (“Todos los libros del mundo no valen lo que un café con un amigo”). Hermano Olmi, ¡déjalo ya!
Notas a pie de página:
- Una que gusta más después que durante: "Tropic Thunder". Bien el falso tráiler de los curas (grande, grande Tobey Maguire), bien un enorme Robert Downey Jr. destilando negritud, bien el irreconocible Tom Cruise bailando como un temible rapero chuleta.
- Una que gusta durante y después: "Encuentros en el fin del mundo". Otro documental magnético, surrealista, freakie y delirante del tronado de Herzog. Inolvidable su escupida y castrense dicción que convierte el inglés en un dialecto del alemán.
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