martes, 28 de abril de 2009

FRENTE NUBOSO


Hoy no hay muchas palabras.

Se escapan.

Sólo algunas.

Cogidas de aquí y de allá.

Las primeras, robadas a Ponyo -en el acantilado- cuando le dice a un lloroso Sosuke: "Anda, te sale agua de los ojos".

Las otras, saqueadas del iTunes. Esta es mi playlist lluviosa para los días nublados pasados por agua.

1. Pascal Comelade: Passejant Per Barcelona
2. Elliot Smith: Everything Reminds Me of Her
3. Kings of Convenience: Winning A Battle, Losing The War
4. Ben Watt: You're Gonna Make Me Lonesome When You Go
5. Hope Sandoval & The Warm Inventions: Drop
6. Isobel Campbell & Mark Lanegan: Trouble
7. Chris Isaak: Funeral In The Rain
8. Eels: Woman Driving, Man Sleeping
9. Lou Barlow: Puzzle
10. Evan Dando: All My Life
11. Leonard Cohen: Famous Blue Raincoat
12. Nick Cave & the Bad Seeds: (Are You) The One I've Been Waiting For?
13. Sophie Zelmani: Gone With The Madness
14. Robert Wyatt: Del Mondo
15. Brad Meldhau: River Man
Bonus. Joy Division: Atmosphere

viernes, 24 de abril de 2009

LA CULPA DE TODO LA TIENE...



Siempre me he preguntado por qué la gente lee una y otra vez best sellers, por qué ven una y otra vez blockbusters, por qué escuchan una y otra vez discos superventas. Pero no me lo pregunto con la nariz pinzada. No me sorprendo por cuestiones culturales, estéticas o de qualité. No. Nada hay de elitista, de esnob o de pose cultureta en mi extrañeza. No. Lo que realmente me alucina y me noquea es la manía de leer el mismo libro una y otra vez, la fijación por ver la misma película una y otra vez, el placer de escuchar una y otra vez la misma melodía. Vale, los personajes, la ambientación y las voces cambian (poco o nada, en ocasiones). Pero las variaciones son mínimas. Desde la primera página ya se sabe lo que va a ocurrir, desde la primera secuencia se adivina el final, desde el primer acorde ya puede uno tararear la melodía y sin equivocarse mucho. No entiendo esa obsesión por buscar (y encontrar) siempre lo mismo, por visitar enconadamente territorios conocidos, por evitar la sorpresa. El día de la marmota. Atrapados en el tiempo. La pasión por la fotocopia se me escapa. Es aburrido. Terriblemente aburrido. ¿De dónde viene esa tendencia al déjà vu? ¿De dónde procede esa conducta repetitiva? De Ibañez. De Ibañez y sus historietas. Hemos crecido leyendo Mortadelo y Filemón, 13 rue del Percebe, Pepe Gotera y Otilio, El botones Sacarino, Rompetechos. Nos hemos educado a la sombra de la machaconería de Ibañez. Porque, ¿qué ocurría en esas viñetas? Lo mismo. Siempre lo mismo. Un número tras otro el botones Sacarino hacia el panoli, Pepe Gotera y Otilio chapuceaban lo indecible, Mortadelo y Filemón liaban la de dios, Rompetechos se comía todos los bordillos y farolas que encontraba a su paso, y los habitantes de 13 rue del Percebe asomaban por la tapia, se peleaban o inundaban al vecino según les correspondiera. Y lo que deseábamos cuando acudíamos ávidos al quiosco no era otra cosa que eso: la repetición, lo mismo, saber de antemano. Si de pronto nuestros queridos personajes hubieran cambiado hábitos, costumbres, fisionomías, decorados, interjecciones, comportamientos o guiones, nos habríamos puesto a patalear, a llorar y habríamos destrozado, rabiosos, los tebeos. A lo perro de Paulov. Mediatizados, conducidos, habituados, confortables, cómodos y acostumbrados. No habríamos tolerado, ni consentido semejante traición. No habríamos transigido con tal acto de rebelión. Sumidos en el desamparo, no habríamos entendido nada. Como si nos hubieran alterado el sagrado orden, como si nos hubieran puesto patas arriba nuestro mundo, como si nos hubieran arrebatado la confianza de un plumazo.
La culpa de todo la tiene Ibañez.


Nota a pie de página:

A José Escobar lo dejamos tranquilo, que el pobre está ya criando malvas (aunque Zipi y Zape, Carpanta y Petra criada para todo tampoco se queden mancos en esto de la iteración).

Lo del precoz instinto voyeur inevitablemente desarrollado por la lectura encarnizada de 13 rue del Percebe (rollo La ventana indiscreta), casi que también para otro día.

jueves, 23 de abril de 2009

BAJA FIDELIDAD


En el mundo real no existen condensadores de fluzo, ni doctores Emmett Brown, ni ocho cuartos; y los pocos DeLorean que se venden en el Viejo Continente cuestan el salario de un par de años. Pero, cuando ya pensaba que los saltos en el tiempo nos estaban vedados a los que no frecuentamos el planeta Hollywwood y aledaños, cuando ya me había conformado con quedarme resignado y quitecito en 2009, llega la reedición de lujo (preciosa, por cierto) de Brighten the Corners de Pavement. Y, guau, retrocedo una década en el tiempo. Estamos en 1997. Y todo suena fresco y nuevo y adolescente y apresurado y lleno de vida y rabioso e imperfecto y entrañable. A recién descubierto. El cuarto álbum de Pavement no fue precisamente laureado por la crítica en aquel momento (ahora parece que sí, que es un clásico, va a ser verdad eso de que el tiempo todo lo pone en su sitio), pero vendió montones de copias (de donde se deduce que el público es, a veces, listo y visionario, por mucho que se le suela tratar de exactamente lo contrario). Ahí atrona la bestial Stereo; Shady Lane estaba grabada en una cinta TDK con alguna otra de Sonic Youth, Sebadoh, The Jesus & Mary Chain y Nirvana; Old to begin te recuerda por qué te gustaba tanto la voz de Stephen Malkmus; Embassy Row te obliga a saltar y Fin hace que eches de menos el noise. Un ratito no más. Tampoco nos pasemos. No conviene exagerar con la nostalgia. Toca volver. Regreso al futuro. Presurización de la cabina. Aterrizaje: abril 2009. Gracias por la confianza, en unos minutos tomaremos tierra, el tiempo es agradable y los termómetros marcan 21 grados. Bienvenidos y disfruten de la estancia.


martes, 21 de abril de 2009

AH, LA GRANDEUR

Admito que me causa un cierto desconfort sostener pareceres en solitario y no coincidir -según con quién y sobre qué, matizo-. La sombra de la duda se cierne sobre mí. ¿Me habré perdido algo? ¿Estará mi sensibilidad aletargada? ¿Padeceré de una estupidez alarmante? Puede ser. Alguna de las tres opciones o todas a la vez. No lo sé.

En las últimas semanas, esta punzada de desazón me ha sobrevenido dos veces. La primera con Un cuento de Navidad de Desplechin que me pareció aburrida, pretenciosa y fría. Este primer desencuentro no me preocupó en demasía. Con los que no me puse de acuerdo fueron los mismos que se volvieron locos con La cuestión humana (sí, a pesar de todo, sigo haciéndoles caso). So...


Pero, claro, la segunda vez ya, el tema me mosqueó más. Me voy a ver Man on wire. Uno me dice que es el mejor documental en tiempos. Otro que qué emocionante. Y luego la famosa estatuilla y todo el runrún que ha antecedido la historia de Philippe Petit, el tipo que andaba por los aires. Ya de primeras, yo compro. Una película sobre un gesto gratuito. No hay nada que me engatuse más que las cosas que se hacen porque sí, que lo que se emprende por mero placer, que las proezas enormes o ínfimas basadas en un absurdo y destinadas a ser flor de un día. La pasión por lo inútil. La belleza de lo efímero. Porque ya me contarán ustedes qué finalidad tiene ponerse a hacer equilibrios donde las nubes empiezan a oler. Ninguna. Pero, ay, ay, y más ay. La cosa arranca mal: dos cortometrajes de esos de agarrarse fuerte a la butaca y dejar marcas de garritas. Mi amiga dice: "deberían pagarnos a nosotros por ver esto". Pero a lo que vamos. Al lío. Durante toda la primera parte de Man on wire hago un esfuerzo considerable, titánico incluso, porque aquello me agrade. Pero ya de primeras el tal Philippe Petit cae mal, muy mal: un endiosado pagado de sí mismo con veleidades de gurú (si eso anula un poco más a tu novia, chato) y con una sospechosa necesidad de notoriedad. Pero no prejuzguemos. Esperemos al meollo de la cuestión. Pues va a ser que no llega nunca. Si lo que pretendía el documental era trazar el retrato de un tarado egomaníaco (secundado, as usual, por más tarados, éstos sin ego), sólo puedo levantarme, quitarme el sombrero y aplaudir; pero si lo que pretendía era emocionar -como cuando se ve un alpinista desfallecido coronar el Everest-, la cosa le ha salido rana. Porque para mí que lo que buscaba James Marsh -el director- no era mostrar el gigantesco afán de protagonismo que habita(ba) en el pequeño Petit, sino más bien exclamar (y con él, todos al unísono) un: "mira qué tío; mira qué arte tan extraordinario; mira, es el poeta del cielo, oh". Ya el simple hecho de querer dotar de una trascendencia ideológica, filosófica si me apuran, la 'petite' hazaña‚ es, como poco, ridículo.


Así que en la segunda parte, me relajo. Me horrorizo con la estética 'angelical'‚ escogida para reconstruir 'cómo se hizo'‚ el abordaje a las fallecidas Torres Gemelas. Miro hacia abajo para ver las caras hacia arriba de los neoyorquinos setenteros boquiabiertos ante el espectáculo suicida. Doy rienda suelta a las carcajadas que llevo tragándome un buen rato (el episodio de la groupie es grande, grande, grande). Porque, sí, Man on wire funciona a ratos como una excelente comedia. Por lo absurdo. Y, por cierto, ¿de verdad que en un documental de una hora y media sobre este 'héroe'‚ que se paseó a 400 metros del suelo sobre los 42 metros de alambre que separaban las Torres Gemelas -ahora caigo, como Jesucristo caminando sobre las aguas- no había lugar para contar de dónde sacan Petit y sus secuaces la pasta? ¿De verdad no era necesario? ¿De verdad resultaba un detalle tan superfluo como para pasarlo por alto? Porque a ver, a mí que me expliquen de dónde coño sale el dinero para los muchos viajes que hacen de París a Nueva York, para el material y para la infraestructura. Pues ni una palabra, oiga. ¿Milagro?

lunes, 20 de abril de 2009

¿QUIÉN ME QUERRÁ?


En mi diccionario ideológico Julio Casares busco 'tristeza' y me remite a 'aflicción'. Y ahí me encuentro una lista infinita de vocablos asociados. 'Romancero' de La Bien Querida es un disco triste, pero no afligido, ni penoso, ni desconsolado, ni dolorido, ni doliente, ni doloroso, sí acongojado, pero nada angustiado, ni agónico, ni agobiante, ni ansioso, ni amargo, ni amargado, ni contrito, algo atribulado, poco consternado, en ningún momento afectado o atormentado o torturado o apesadumbrado o sufriente o herido. Sí es melancólico y nostálgico y morriñoso y solitario. Tampoco cae en la queja. Y sortea la compasión. Sí suelta algún suspiro. Traspasa y entristece. Afecta y deshace. Romancero padece y añora. Sin lamentarse.

Qué extraña adicción causan algunas tristezas. Qué raro escuchar una melodía y tener que salir corriendo a comprarse el disco porque de pronto ya no puedes estar sin él. Qué curioso querer vivir en unas canciones que te arrugan el corazón.

Dice un amigo que es un disco generacional: para treintañeras perdidas. A mí me suena a final de fiesta. A agridulce final de fiesta de pueblo. Cuando se acaba la verbena, las luces se encienden y las guirnaldas se pisotean.

martes, 14 de abril de 2009

SIN SALIDA


Todo el mundo coincide: gran película, glorioso Sam Riley en el papel de Ian Curtis (gloriosamente inquietante: Sam es tan Ian como si el cantante de Joy Division se hubiera aflojado la soga del cuello para ponerse a las órdenes de Anton Corbijn). En lo que ya no todos están tan de acuerdo es en lo que es Control: excelso biopic musical (para muchos el mejor hasta la fecha), abordaje serio a una leyenda, retrato de las torturas de un artista, fresco de una adolescencia rabiosa que buscaba romper el cielo gris de un Manchester industrial... Puede que Control funcione a todos los niveles. Pero para mí es, sobre todo, una película sobre alguien que se ve desbordado. Un tipo que toma una decisión casi sin ser consciente y que, de pronto, se ve atrapado y que no sabe como desandar el camino, como volver a antes. A antes de ser Ian Curtis de Joy Division, a antes de ser el marido de Debbie, a antes de tener un hijo, a antes de embarcarse en una gira norteamericana, a antes de sus crisis de epilepisa. Regresar a ese momento en el que aún quedaba todo por escribir y nada estaba sentenciado, ni dictado. Ese momento en el que nadie esperaba, ni exigía nada de él. Ese momento en el que no podía defraudar a nadie que no fuera él mismo. Control habla de circuitos cerrados, del peso de la cotidiano, de la asfixiante rutina, del punto muerto y sin retorno, de los sueños y las fantasías, de la falta de control, de la vulnerabilidad, de lo inevitable, de la exposición, de la identidad también. Y Corbijn lo hace con una ingenua delicadeza, con un respetuoso pudor, con un sobrio blanco y negro que huye del glamour, con una limpia sencillez; manteniéndose lejos de tópicos, mitos, martirios e idolatrías. El resultado es una película hermosa, sombría, íntima, deprimente e infinitamente triste. Hipersensible. Una película cuya sensación va creciendo según pasan los días dejando un poso de serena desolación.
La película empieza en 1973 en Manchester y termina en 1980 con el suicidio de Ian. Ya en los títulos de crédito, a mi lado, una pareja (que, por cierto, se tronchaba con los espasmódicos bailes de Curtis-Riley) comenta: "está bien, pero un poco lenta". Curioso que a alguien se le puedan hacer largos siete años de vida. Aunque la tristeza es lo que tiene: se arrastra.

lunes, 13 de abril de 2009

DESMONTANDO EL BLUES


Empieza Keep it hid. Pausado, íntimo, sereno, acogedor. Delizándose entre el folk-blues y el espiritual. Pero llega el segundo corte, I want some more, y el señor Dan Auerbach (The Black Keys) se pone oscuro, sucio, guarro. Suda. Heartbroken, In Disrepair es brutal, tensa, negra, salvaje, sexy. Golpes secos de cadera. Quieres quedarte ahí, escuchando el ritmo golpear tu cabeza. Suena a los primeros Led Zeppelin. Y así hasta catorce temas, pasando por el vanmorrisiano y hermoso When the night comes para acabar con un optimista y redentor Goin' home. En los 50 minutos que dura el álbum, ha habido tiempo para lo vulnerable, para lo quejumbroso y lo doliente, para una cierta suavidad, para lo abrupto y lo dulce, para la amenaza y el peligro, para el ruido, para algún rayo de sol, para el colapso, para los mantras más o menos lisérgicos. Derrotas, cosas que salen mal, otras que se rompen, historias que se tuercen, estribillos para espantar los miedos, frases para dejar atrás el negro. Keep it hid suena lánguido, obsesivo. Es adictivo y emocionante. Tiene dejes de soul, de gospel, de blues, de folk, de bluegrass en las armonías, del heavy metal más antiguo, de psicodelia. Pero, siempre, siempre, es de verdad. Respira. Ritmos primitivos e imperfectos. No hay atisbo de virtuosismo. Keep it hid es un disco a escala humana. Ya lo dice el Uncut: "Auerbach plays in human time".

sábado, 11 de abril de 2009

AL MENOS, INTENTARLO



Puede que una de las palabras que más se repita en la película The Visitor sea gracias. Hay ocasiones en las que hay que darlas. Una y mil veces. Porque algo ocurre justo cuando tiene que ocurrir. Porque las cosas llegan en el momento preciso en el que tenían que llegar. Porque te cruzas con alguien en el momento adecuado. Personas que te ayudan a hacer un trozo del camino. Y tú a ellas. Un momento. Unos días. No importa. Una mano desconocida que se tiende. Un brazo al que agarrarse. Salidos de la nada. Surgidos de una generosa nada. Sin pedir nada a cambio. Ahí están. Firmes. De eso va The Visitor. Eso fue para mí The Visitor: algo que te coge de los pelos y te saca. Sin caer en los cuentos de hadas, sin perder de vista que al final todo sigue igual. Pero, como decían Experience en su canción Essayer, al menos intentarlo.

en primer lugar, no perder el tiempo,
imaginar de manera diferente
otros medios de salir del punto muerto
buscar en otros lugares
al menos intentarlo
por razones políticas, por razones poéticas
negarse
multiplicar por dos o por tres las oportunidades de vivir mejor
de sentirse feliz
si se trata de ser libre, al menos intentarlo
tanto como sea posible
al menos intentarlo
nada es absolutamente oscuro
nada es simplemente luminoso
entre la valentía y el miedo
nada es simplemente oscuro
nada es simplemente luminoso
una existencia
algunos errores
si se trata de reducir el margen de error
en la medida de lo posible
si se trata de ser libre
al menos intentarlo
tanto como sea posible

miércoles, 8 de abril de 2009

EL HOMBRE QUE AMABA A LAS MUJERES


Cuando uno empieza un tocho de casi mil páginas, pueden ocurrir dos cosas (a no ser que se tenga una explanada de tiempo infinito por delante. No es mi caso):
- que jamás lo termine,
- o, que lo devore como si le fuera la vida en ello
A mí me ha sucedido con 'François Truffaut' de Antoine de Baecque y Serge Toubiana, lo segundo. Esa sensación de no querer terminar, pero de no poder parar. Como el sexo.
Anoche lo terminé. Y como en todas las despedidas, traté de alargar el último momento hasta lo imposible. Cerré el libro, manoseé la portada, volví a leer algún subrayado, recorrí las páginas con las esquinas dobladas. Y como en todas las despedidas, la tristeza hizo presa y me invadió esa sensación de desmaparo de cuando le dices adiós a alguien, de cuando dejas atrás una ciudad. La hora de volver. La hora de la melancolía, esa cosa tan francesa, esa cosa tan Truffaut.

Voy a escribir poco o nada sobre 'François Truffaut'. Porque habría mucho que decir, porque está maravillosamente escrito, porque no sabría por donde empezar. Leedlo. Leedlo. Si os gusta el cine. Si os gusta Truffaut. Si ni una cosa, ni la otra. Porque os perderéis en el retrato de un hombre casi decimonónico. Porque encontraréis mucho amor y mucha vida a lo largo de estas casi mil páginas. Porque sabréis de un ser apasionante y apasionado, carcomido por las dudas y las incertidumbres, repleto de incógnitas e interrogantes, dubitativo, emprendedor, perseverante, indeciso, tenaz, talentoso, fracasado, exitoso, triste, alegre, débil, fuerte, vulnerable e incompredido a ratos. Viajaréis de la mano de un hombre que fue muchas cosas, salvo indiferente. Como en las grandes novelas, iréis trazando el retrato de un tipo complejo y lleno de contradicciones, alguien que adoraba la vida -de ahí que sus películas rezumen verdad- pero que parecía saber vivir sólo de una manera: haciendo películas. Le veréis redimirse de una infancia cuasi delicitiva a través de algo sin lo que probablemente habría muerto: el cine. Aprenderéis a conocerlo, a miraros en él, a odiarlo y a quererlo. Seguiréis los pasos de un hombre que intentó ante todo ser libre, vivir como quería o como pensaba que quería, y hacer lo que quería y como creía que quería. Sufriréis con sus reveses económicos, profesionales o sentimentales. Os alegraréis con sus conquistas y con sus hallazgos. Le seguiréis en la epopeya que, al fin y al cabo, es vivir, o al menos, intentarlo. Y, quizá y con un poco de suerte, encontréis algunas respuestas al caleidoscopio. Al vuestro.


viernes, 3 de abril de 2009

LAPSOS



Remedios contra el insomnio hay tantos como insomnes.
Remedios contra el insomnio hay tantos como noches en blanco.

Hay libros que sirven para desatascar.
Entre cocido y cocido, una ensalada se agradece.

Hace unas semanas coincidí con un tipo al que no conocía. Durante las horas en las que lo conocí para volver a no conocerlo pasadas esas horas, me recomendó varios libros. Uno de ellos era Trece tristes trances de Sánchez Piñol. Le costó tanto pronunciarlo, me costó tanto repetirlo, que el título se quedó ahí flotando. Cuando ya volví a no conocer al tipo en cuestión, el libro me cayó entre las manos y también lo que flotaba del tipo al que sólo conocí unas horas.

Y me lo leí de un tirón.
Para vencer el insomnio.
Y como digestivo.
Consiguió sus fines.
Hizo que me durmiera.
Tarde, pero sí.
Fue ligero.
Algunos cuentos no me gustaron.
Otros, sí.
Uno me dio como asco.
Un par me hicieron sonreír.
Pensé: 'ay, qué majo' varias veces.
Estuve en África y en la luna.
Me tumbé en alguna frase.
Luego soñé algo extraño.
El cuento número catorce.
Otro triste trance.
En los créditos salía él, Sánchez Piñol.
Letras blancas de molde.
Me desperté y pensé en escribirlo.
Mandárselo y decir: 'mira'
-a fin de cuentas era su firma,
por mucho que fuera mi sueño-
'Mira lo que pasa con tus tristes trances'.
Me di la vuelta.
Creo que volví a dormirme.

miércoles, 1 de abril de 2009

PALABROS


Hace un tiempo, cuando era un triste tapir sin blog, empecé un cuaderno de palabros (según la RAE, 1. m. Palabra mal dicha o estrambótica, 2. m. palabrota). El cuaderno se quedó a medias. Pero coleccioné unos cuantos buenísimos. Tanto que transcribo -tal cual fueron recogidos- los mejores (omito los 'inventores': son anónimos en su mayoría y no les he pedido permiso -acepten mis disculpas-):


ABLE: sustantivo atribuible a todo aquel individuo de género masculino susceptible de ser adecuado para fines del género estrictamente femenino.

AFROSIO: espanto, horror, barbaridad, fealdad en grado sumo. Viene del cruce entre 'affreux' y adefesio. Es sustantivo, no adjetivo.

CÓNDUJO: acomodador guadañitas.

CUCHI-: prefijo atribuible a todo aquello que quiere ser y que no llega.

DERELICTO: cualquier cuerpo sólido (aceituna, piedra de hielo, nuez moscada, etc...) que se introduce en una bebida alcohólica.

ESTUPIDEMIA: las cositas que ves flaneando en edificios, tiendas, quioscos y viviendas.

FLANEAR: caminar por la calle fijándote en las cosas, en paseos prolongados, y esperando perderte para que el tránsito tienda al infinito. Creo que es voz francófona.

GLUFAR: gustar. A mí me suena más a lo que significa que 'gustar'. Y gustar como delicioso, exquisito o apetitoso, me suenan a Antonio Gala y me dan dentera.

GUMIAS: persona ansiosa en extremo, en especial en el terreno gastronómico; pero aplicable también a la gente hiperactiva, a los controlfreaks o a los que parecen vivir en la noria de un hámster permanentemente.

LANGUIMOÑO: versión femenina de pichatriste.

OJOPLÁTICO: estado en el que se queda uno tras haber visto u oído algo increíble, espeluznante o más surrealista de la cuenta.

ONOFRIL: insufrible (nótese la cantidad de letras compartidas), pesado, diarreico en su verborrea. Proviene del personaje de Onofre en 'Un buen día lo tiene cualquiera' de Santiago Lorenzo.

PICHATRISTE: persona de género masculino de naturaleza triste y mate.

PLETO: euro. Todos nos preguntamos de dónde vienen palabras como pela, talego, costo, perico, keli. Quizá de ningún lado. Y todos nos preguntamos por qué no ha medrado jerga alguna para denominar al euro. Bueno, pues al euro le llamaremos pleto. No significa absolutamente nada, es arbitraria de cojones, y cuando a futuro alguien pretenda explicar de dónde viene, si es que hace fortuna, podremos callarle la boca diciendo: "Mira, majo, pleto no significa nada de nada. Se les ocurrió a unos sin más y no hay más que hablar".

SALVITA: ese tío al que nadie hace caso.

SINARISTA: parece referirse al seguidor corriente de un supuesto 'sinarismo'. ¡Nada más falso! El sinarista es quien ha sido educado en la filosofía del juguete sin aristas, que pretende evitar accidentes entre los infantes. Hecho a la ausencia de peligros y sin haber desarrollado la pericia que los evita de forma natural, el sinarista es torpe, zoquete y manazas: encuentra en su edad adulta un mundo hostil en el que, por falta de hábito, todo se le cae, todo le corta, todo le estalla, todo cazo al fuego le acaba chamuscado.

SINSONIO: dícese de la persona falta de gracia y espíritu.