domingo, 20 de septiembre de 2009

MENÚ DEL DÍA


¿Qué hiciste la noche en blanco?
¿Dónde fuiste la noche en blanco?
¿Qué viste la noche en blanco?

Estas preguntas empiezan a ser recurrentes cada vez que el evento de marras tiene lugar. Ante la interrogación, mi expresión de respuesta es la de alguien a quien han pillado en falta. Y lo que sale de mi boca suele empezar con una negación: "No fui", "A ningún sitio", "Nada". No practico la noche en blanco. No es un acto de boicoteo, no es una impostada rebelión, no es un estúpido esnobismo. Ni tan siquiera rastro del dudoso placer de llevar la contraria. No hay meditación alguna tras mi actitud, ni un ápice de planteamiento ideológico. Es más bien una muestra (una más) de cobardía e indecisión. Para un espíritu como el mío que naufraga a menudo en la duda, nada hay más angustiante que un programa como el de la noche en blanco. Este año, las actividades para UNA SOLA velada se presentaban en un manejable y cómodo (lo digo sin atisbo de ironía) desplegable del tamaño del mapa del metro. Lo miro y me mareo. Decenas de números que remiten a otras decenas de explicaciones. Diferentes colores, recorridos propuestos, actividades sugeridas. Un periódico te dice a, el de al lado dice be. Tu amigo te recomienda con fervor la opción ce y la de, y tu compañero te insta a no perderte el concierto efe. Y yo me aturullo, pierdo pie, me hago la picha un lío, me entran sudores fríos, me vuelvo loco y pienso que jamás lo conseguiré. Vacilo. Perplejo, agotado, abatido, irresoluto y descorazonado. ¡Qué agobio, qué desazón, qué flojera, que sinvivir, qué tumulto, qué descontrol, qué desesperación, qué desconfort, qué desmayo y qué fatiga! Como ante la carta de algunos restaurantes, mi mente se cortocircuita, mi corazón se encoge y mi cuerpo se bloquea. Pánico, inquietud, ansiedad, doble visión y desorientación... En tales casos, suelo terminar cerrando la carta en cuestión con gesto de infinito cansancio confiando en las dotes de liderazgo de mi comensal quien, acostumbrado ya a mis espantadas, se resigna, entre la paciencia y la irritación, a ser brazo ejecutor. Lo que para algunos es un prodigio de oferta, a mí me resulta un proceloso (por borrascoso, tormentoso y tempestuoso) listado. Qué le voy a hacer si yo soy de menú del día...

3 comentarios:

dot dijo...

cuánta razón tienes, querido tapir!
llevaba días con la angustia en el cuerpo, empeñado en que esta vez lo haría bien, tomaría una decisión y sería la correcta.
el jueves entré en la web. the horror. ante tanto link decidí descargarme el pdf. the horror.
has descrito tan bien la sensación!
por suerte llamó un amigo y no para recomendar tal o cual espectáculo. no. era él quien actuaba. bien!
allá que fui, a la plaza de la marina española: música, danza y proyecciones. pero aún mejor fue, de regreso a casa bien prontito, poder pasear por medio de la gran vía, inundada de gente cámara en mano, sonrisa en la cara, y mirar desde una nueva perspectiva.
para rematar, antes de entrar en fuencarral me topé con una banda de músicos: empezó a sonar paquito el chocolatero y, todavía no entiendo la razón, me sentí feliz.

La Rata Marcelina dijo...

ahí le has dado:
el gran paquito
yo también lo escuché
y, como en el gran lebowsky, pensé:

lo convertimos todo en una patochada
qué alegría qué alboroto
otro perrito piloto

me faltaron las barracas
la tómbola y la panceta
el bocata de chorizo
en la noche más grasienta

ay lo españole
qué bien no lo pasamo'
egque bienen lo guiri
y se quieren quedá

tapir
¿para cuando una entrada sobre los magníficos del bajket?
qué noche de emoción
la rata española
les hizo la ola
propongo a la selección
franquicia en la NBA
(de nombre 'spanish guitars'
con sede en madrid, ohio)
¡tiemblen lakers, tiemblen celtics!
¡tiemblen los que han de temblar!

el brigadier dijo...

A mí me sucede lo opuesto a priori y lo mismo a posteriori.
Explícome: veo el anuncio, me meto en la página web, leo las propuestas, las cotejo. Analizo horarios, establezco itinerarios, miro hasta el pronóstico del tiempo.
Y luego algo pasa, nunca puedo ir -de hecho nunca he ido-. Una guardia, un cólico,o un babysitting forzoso, como esta vez.
Lo que en el Tapir es Hamlet, o Bartleby, en mí deviene Buzzati. Un fatum imposible de esquivar.
La conclusión, como dije, idéntica en ambos casos: los dos, en blanco.