domingo, 10 de enero de 2016

¿ME SIGUES?






La probabilidad de que nunca hayas oído hablar del mansplaining es prácticamente igual de alta a que lo hayas sufrido en alguna ocasión. Te explicamos en qué consiste esa irritante y ofensiva manía de algunos hombres de explicar a las mujeres las cosas con condescendencia…

El inglés (bastante más flexible que nuestro español por aquello de que se autorregula sin burocráticas y paquidérmicas instituciones) adoptó hace tiempo un término que si bien es aún un gran desconocido en nuestro país, designa una realidad que cualquier mujer ha sufrido a lo largo de su vida. Se trata del palabro mansplaining. El término es un neologismo anglófono que juntando las palabras ‘hombre’ y ‘explicar’ designa el hecho de “explicar algo a alguien, generalmente un hombre a una mujer, de manera considerada, condescendiente o paternalista”. Como si él supiera más que el receptor (la receptora en este caso), sin tener en cuenta que puede no ser así, o que, incluso (sí, ¡sucede!) puede ocurrir justo al contrario… La definición de mansplaining continúa señalando que, aparte del claro menosprecio a la que escucha por considerar su capacidad de comprensión inferior a la de un hombre, se da otro concepto asociado que es el de monopolizar la conversación para jactarse y exhibirse. El resultado, obviamente, es que la opinión femenina queda relegada a un segundo plano, cuando no, directamente sepultada.
Es sorprendente ponerse a hablar con cualquier mujer de este síndrome –hasta ahora- sin nombre. Una te dirá: “Me pasó hace poco con un tío que me entró. Me hablaba de grupos indies británicos como si yo no pudiese saber por el hecho de ser tía y con pinta de pija. Me trataba como si yo fuera una vieja sorda a la que le das indicaciones. Pero lo mejor es la reacción cuando comprueban que algo sí que sabes: es como si te merecieras un premio por parte de ellos”. Otra recordará una cena en la que un hombre más mayor que ella estuvo aleccionándola sobre literatura francesa durante más de media hora, hasta que ella que había escuchado sin decir ni mu, le corrigió amablemente –aunque quizás con una irónica condescendencia de vuelta- y en un perfecto francés sobre un error en la autoría de un libro. Inmediatamente, el señor en cuestión decidió que la vecina de mesa de su derecha quizás era mejor opción para jugar a Pygmalion. Por no hablar de todos esas mujeres que se dedican a profesiones relacionados con la tecnología; esas chicas que se suben a un escenario con su cacharrería y viene el técnico de turno a socorrerlas, o aquellas que venden productos tecnológicos y se tienen que enfrentar con demasiada frecuencia a clientes que suelen saber más que ellas…
Quienes dicen no haberse visto en este tipo de situaciones aclaran que es porque son muy fieras o porque lo han visto tanto y tan bien en sus círculos familiares que están más que alertas y tienen el radar siempre activado para ser tajantes… Y hay algunas incluso que afirman: “Lo peor de esto es que ellos lo saben.  Saben con quien no pueden ser paternalistas, no es un comportamiento inconsciente y por inercia. Es una mierda de la que disfrutan mucho, por eso se echan novias de 19 años que no saben quien es Scorsese; no porque tengan el culo más duro, sino porque les encanta EXPLICAR”. Alguno hay que se defiende diciendo que el grado de condescendencia que aplico es proporcional al grado de desinformación de mi interlocutor/a. Si me sucede más con las mujeres –cosa que puede ser- es porque ellas lo hacen más evidente: los hombres podemos ser igual de ignorantes o más, pero también somos menos curiosos y más cobardes, lo que nos pone en evidencia con menos frecuencia”. ¿Salvado por la campana?
La psicóloga Violeta Alcocer opina que este fenómeno no es privativo de las mujeres: Creo que muchas mujeres han experimentado este fenómeno, pero este tipo de comunicación no se da solamente en el contexto de relaciones entre géneros (también se puede observar, por ejemplo, entre personas de diferentes clases socioeconómicas o incluso de diferentes nacionalidades). Lo que tienen en común siempre es la presunción, por parte del que habla, de que el oyente es inferior en algún sentido”. De hecho ya se están popularizando también términos como whitesplaining y rightsplaining.
Pero, ¿cuáles son los mecanismos que llevan a comportarse de esta manera?
Subyace la creencia de que el hombre tiene superioridad intelectual/moral/física/social o una mezcla de todas las anteriores. Al ser creencias profundamente arraigadas, muchos hombres no son conscientes de que en ocasiones su comunicación hacia las mujeres es más condescendiente o paternalista que hacia personas de su mismo sexo”. 
Así que estaríamos ante una suerte de machismo…
En el contexto de las relaciones entre géneros, formaría parte del entramado de actitudes machistas cotidianas, sí. Es un estilo de comunicación que forma parte de la violencia estructural hacia la mujer. La mayor parte de las veces el hablante no solo  no cree que esté resultando agresivo, sino que cree todo lo contrario: cree que está siendo educado, amable y protector. El mensaje que recibe la oyente es, por el contrario, desvalorizante. 
Ante casos flagrantes de mansplaining, Violeta aconseja: “Quizá lo más contundente sea hablar con franqueza y sencillez, sin necesidad de contraatacar. Algo como: ‘Me he dado cuenta de que cuando te diriges a mí lo haces explicándome las cosas de manera muy sencilla, pero no lo necesito. Estoy segura de que puedo comprender lo que me dices tan bien como cualquier otra persona’”. 


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*Esta entrada era originalmente un artículo que jamás se publicó, de ahí el tono tan poco tapiresco del escrito. 

martes, 24 de marzo de 2015

ESTA CASA ES UNA RUINA



Aprendo que ahora está de moda una cosa llamada ruin porn, que consiste básicamente en sentirse fascinado, atraído y subyugado por las ruinas modernas, los vestigios, los edificios abandonados y todo aquello que huela a decadencia. El movimiento se originó en Detroit, y en algunas otras ciudades ya hay rutas 'ruin porn' para turistas (por ejemplo, en Berlín) donde unos avezados guías te llevan por todos los edificios y casas abandonados, construcciones y urbanizaciones en vías de desaparición... Y parece ser que mirar todo esa desolación fascina y crea adicción. Se han escrito decenas de artículos sobre las razones científicas de tal afición. No lo sé. Tiendo a pensar que el hombre, en general, gusta -como los asesinos- de volver sobre sus pasos, de rebuscar entre los escombros respuestas o claves, y agradece, en el fondo, ese paso del tiempo por mucho que le produzca una cierta desazón.




Pero hay otro ruin porn, más casero, barato y practicable. El de visitar las propias ruinas.




El otro día, con un amigo, intentábamos poner en orden cronológico parte de nuestra biografía en común (tengo una memoria excelente para algunas cosas y espantosa para recordar asuntos como fiestas, viajes o ciertas actividades, y siempre me da una mezcla de rabia y vergüenza tener que reconocer que esos episodios se han borrado de mi cerebro ante la persona con quien, supuestamente, los viví). Aunque parecimos llegar a buen puerto, a mí se me quedó una mosca detrás de la oreja que me hacía sospechar que no, que estábamos errados en nuestras fechas, en los ritmos y en como se desencadenaron los hechos.
Así que, al día siguiente, me dispuse a esclarecer las incógnitas, y me sumergí, cual avezado espeleólogo, en mi mail. Y ahí estaba toda la información que necesitaba saber: con fechas y lugares que me dijeron más de mi yo de hace seis años que cualquier foto. Aparte del detalle (insignificante) de que no estábamos en lo cierto en la cronología de los hechos, (re)descubrí un montón de cosas que había olvidado. Algunos episodios, si no trascendentales, sí de peso, que había olvidado o pasado al torrente circulatorio de manera automática.
Cada cierto tiempo me sucede. Que, por la aparición de un viejo amigo, por alguna laguna de memoria no deseada, por simple gusto, o por practicar un poco de turismo, rebusco entre los expedientes de mis correos electrónicos. Algunos se perdieron tristemente en direcciones de trabajos que ya no existen, o fueron engullidos por la basura. Pero he tenido mucha suerte y he escrito mucho y he mantenido interminables y chispeantes correspondencias con no poca gente a lo largo de mi tapiresca vida. Y todos los correos que quedan son amables testigos de mi pasado. Y operan casi a modo de psicólogo mudo, cabal y prudente.




Así que les recomiendo que escriban, que escriban, que escriban, y que guarden, y que relean, y que rebusquen. Ver como era uno hace años le hace entenderse a uno mismo, y a los demás, ahora y después. Con un poco de suerte se sentirán mejor y más listos, o descubrirán cosas inesperadas y brillantes, o se reirán de sus hallazgos o de los de otros, o se descubrirán unos completos mamarrachos. O se sentirán superhéroes por haber salido de esta o de la otra. Pero, sobre todo, se verán desde fuera. Y ahí es donde empieza lo bueno.


lunes, 9 de marzo de 2015

PAROLE PAROLE



Siento ser últimamente portador de tan malas noticias, pero hoy la cosa es sumamente luctuosa. El otro día, un amigo guapo, listo y limpio me contaba que la RAE cada año se carga palabras (yo aún no les he perdonado lo del sólo de solamente sin tilde). Saca unas para meter otras... Yo, absoluto desconocedor de este vocablocidio, quedé desolado. De repente, imaginé una escena tipo Star Wars. Un hemiciclo lleno de palabras y, en el centro, un grupo de sabios, barbudos, barrigones, calvos y canos. Las palabras, acojonadas, esperando no ser nombradas. Y el portavoz del parlamento leyendo los vocablos nuevos admitidos entre gritos de júbilo (por ejemplo, ante la reciente inclusión de masajear, el masaje celebrándolo con una samba al, de pronto, sentirse acompañado) para a continuación leer las palabras excluidas. Y todas esas voces desterradas saliendo por la puerta de atrás, abochornadas, tristes, derrotadas... Pero, saliendo, ¿para ir dónde? ¿Existen puertas giratorias para las palabras? ¿Puede un término dimitir de sí mismo, disociarse de su significado, sentirse obsoleto, mirarse en el espejo y decirse 'soy inútil'?

En la pasada edición, se admitieron unos cuantos artículos nuevos (palabras, por cierto, que todos llevamos eones usando como si tal cosa: términos como versus, autocontrol, amateur, autoayuda, diu o chat). Se expulsaron otras tantas (show, spot, short, rouge, paellera, coamante, arrepasarse, adocilar, guzpatarra...). Y algunas otras fueron mandadas al purgatorio (las palabras enmendadas...) La mayoría de las desterradas son anglicismos o voces que se dicen de otra manera, pero algunas simplemente se pierden para siempre en el olvido.

Y yo me pregunto en todos los casos, ¿POR QUÉ? ¿Por qué quitar palabras de un diccionario ahora que estamos en la era de lo virtual y ese manido 'el saber no ocupa lugar' es más cierto que nunca y hay sitio para todos? ¿Por qué no dejar que todas esas palabras convivan juntas y alocadamente y se vayan usando o no según lo convengan los usos sociales? ¿Por qué el nuevo esperanto -el inglés- no está regulado por ningún organismo que dicte normas, mate palabras, acuñe nuevas y se saque normas de la manga de manera muchas veces arbitraria? Y, sobre todo, y para el caso que nos ocupa, ¿por qué se eliminan artículos del diccionario? Entiendo que por falta de uso. Y, ¿eso cómo se hace? ¿Cómo se sabe? ¿Hay un fulano que va por los pueblos del señor preguntando a cada mengano si en el último año ha usado tal o cual palabro? A lo mejor hay una aldea en algún lugar de España en el que se entienden muy bien con la palabra acertajo, o hay quien se ha enganchado de forma involuntaria a la estovaína y no conoce otro término para designarla, quizá aún quede alguien vivo que haya trabajado en un naque, o haya quien prefiera decir coamante a novio, puede que a algunas meretrices la palabra churriana les preste más que prostituta, o que haya quien siga comiendo bohena; o, simplemente, sucede que términos como paradislero no deberían desaparecer jamás aunque sea sólo para decirlas una vez en la vida en voz alta...

Así que, ante este exterminio del vocabulario, sólo puedo preguntarme como aquel segundo éxito del creador de 'Contigo no, bicho', "¿Con qué intención?"




(Aquí, toda la información)

miércoles, 4 de marzo de 2015

AVE CESAR



Como buen observador, debo confesar que uno de los rituales humanos que más me fascina es el de los saludos. Esa sinfonía de gestos en teoría afectuosos se convierte en numerosas ocasiones en un catálogo de tics innecesarios, torpes, absurdos, esquivos y mal ejecutados... Que en algo tan determinante e iniciático como el tema que nos ocupa, seáis tan descuidados dice mucho de la inmensa e inigualable estulticia humana... Pero no quiero editar, daré datos:

1 - Besos al aire: costumbre muy extendida que a mí, como foráneo, me parece repulsiva. Ese chocar mejillas como quien choca palmas evitando a toda costa que los labios pillen cacho me resulta una extrema falta de educación, decoro, pundonor y humanidad. "Me das asco y prefiero darle un ósculo a esta atmósfera cargada que a tu mejilla llena de ungüentos y partículas asquerosamente vivas" parecen decir esos besos. A todos los que saludáis así sólo os digo que en algún momento de vuestra vida, echaréis en falta todos esos besos bien sonoros y lamigosos no dados, y os lamentaréis de todos los intercambios que habéis dejado pasar por haceros los estrechos y/o remilgados.

2- Apretón chuchurrido* de manos: si no queréis besar a causa de taras personales largamente atesoradas, perfecto; estrechar manos es un estupendo sustituto. Pero, si lo hacéis, hacedlo bien, con ganas, arrojo y decisión, por dios. No ofrezcáis pezuñitas flojas, sudorosas, pusilánimes. Manitas muertas, cuyo único brillo es el del sudor que las perla y que no habéis tenido la decencia de depositar en un microgesto en la pernera de vuestro sufrido pantalón. Un buen apretón de manos convence y enamora. Ensayad con los maniquíes.

3- Abrazos de pingüino: este tipo de salutación se da especialmente entre hombres. Sonoras palmaditas en la espalda en un extraño escorzo que hace que el resto del cuerpo no llegue a rozarse del todo. Una finísima grieta, que se amplía según va bajando, separa los pectorales y hombros de un abrazador y los del otro. Os desaconsejo fervientemente este saludo a no ser que seáis Danny DeVito en Batman.

4- Besos menguantes a lo Alicia en el País de las Maravillas: de todos los saludos, este es sin duda mi favorito y el que más regocijo y estupor me provoca. Consiste en ese momento en el que dos personas (suelen ser mujeres) van a saludarse con sendos besos y una de ellas flexiona las rodillas muchísimo más de la cuenta obligando a la besada a hacer lo propio, terminando ambas y sin pretenderlo como dos pitufinas haciendo sentadillas. Sucede algo aún más curioso: cuanta menor es la diferencia de altura, mayor es la flexión rodillil. He visto a mujeres de 1.60 agacharse como si fueran David el Gnomo para saludar a mujeres más altas... Es una costumbre muy graciosa que no alcanzo a entender; más cuando ni siquiera hombres altísimos practican esta rarísima competición de enanismos al saludar a féminas de menos estatura. ¿Es esto lo que entendéis por complejo de superioridad? ¿O es de inferioridad? No sé, pensad en Corbalán agachándose para besar a Gasol, y ¡dejad de hacerlo! Entre ponerse de puntillas y obligar a todo el mundo a bailar el twist a ras de suelo, mejor lo primero...


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* En mi casa siempre se ha dicho chuchurrío pero según la RAE se dice chuchurrido...

chuchurrido, da.


1. adj. coloq. Marchito, ajado, agostado.




lunes, 2 de marzo de 2015

BLANCO Y NEGRO

Inopinadamente (no veía el momento de usar esta palabra) he visto tres películas casi seguidas (en realidad la primera la vi hace ya unos meses) de tres décadas distintas que me han dejado absolutamente anonadado, encantado, fulminado, satisfecho, enamorado... Feliz. Y, como soy animalillo de naturaleza compartidora y presumo que vosotros venís aquí a que se os cuente algo, pues procedo a detallaros los datos de dichos filmes:


1. Lonesome, (1928) de Pál Fejös.


No exagero mucho si os digo que es una de las películas más bonitas que vais a poder ver en toda vuestra vida. Retrato de una ciudad funciona también como una preciosísima comedia romántica. Es sencillamente perfecta. Hallazgos visuales en cada plano. Pero el mejor hallazgo es para uno mismo: (re)descubrir el cine mudo y darse cuenta de que el cine sin charletas es otro nivel de experiencia; el hecho de tener que rellenar uno mismo los huecos de información que darían los diálogos hace que los sentidos (los cinco que tenéis los humanoides) estén prestos, dispuestos y afilados. Aconsejo vivamente vencer los prejuicios y hacer la prueba...




2. Vampiresas 1933, (1933) de Mervyn LeRoy.



No voy a cansarme de repetirlo: a quien no le guste el género del musical en el cine (del mundo teatro hablamos otro día, o mejor no) es un auténtico animal, o es que no se ha visto los acojonantes musicales que se han hecho desde los años 30 hasta los 80. Para todos los demás, ved esta película. Es una cosa de máxima belleza, bastante diversión, y, algunas veces, mucho almíbar (¿y qué?); pero aaaaaay tiene unos números musicales increíbles (pocos, no os asustéis, no están todo el rato ni cantando, ni bailando, y los números están siempre justificados: es la historia del montaje de un musical). Placer extremo. Palabra de tapir.




3. La ciudad desnuda, (1948) de Jules Dassin. 



Otra película que como Lonesome parte del retrato de una ciudad, aunque el hilo argumental tiene poco que ver con una comedia romántica. Vedla si os gusta el cine negro, si os chifla Jules Dassin (aprovecho para abrir aquí un paréntesis: Rififi, también de Dassin, del año 55, es un noir imprescindible. La escena en la que están perpetrando el golpe en completo silencio es de esas que te ponen al borde del infarto), si os gusta cualquier cosa que tenga que ver con fotografiar ciudades y sus calles (supuestamente está película está inspirada en el trabajo del fotógrafo Weegee), si veneráis Nueva York, si sois hooligans de este señor (y si no, haceoslo mirar)...

sábado, 28 de febrero de 2015

COMO DECÍAMOS AYER...

Advierto que este post va a cambiar (y mucho) tu percepción de ciertas cosas. Y no precisamente a mejor. Razón por la cual es posible que abstenerse de su lectura sea lo recomendable.
Mientras las gentes discuten cosas como el rostro de una actriz (¿maquillaje o ultraje?), la felicidad del hombre (¿DIOS o BOE?), los colores de un vestido (¿tonos bautizo o mortuorios?) o la bufanda de un político (¿elegante seriedad o derroche incoherente?), debo comunicaros, estimados lectores, que algo realmente grave está sucediendo: una epidemia, una plaga, un cambio de paradigma... A saber... Tan sutil es su desembarco que resulta difícil de explicar; pero tan masiva es su absorción que una vez entendida, complicado no detectarla por doquier.
Allá voy.
Últimamente se ha instaurado la (diría moda, pero me quedaría corto) costumbre de meter el adverbio 'como' en cualquier lugar, varias veces en una frase, sin motivo y sin sentido. Sin comerlo, ni beberlo, el 'como' antecede cualquier vocablo. Matiza, enfatiza, compara, rebaja, tantas son sus funciones que, en definitiva, no sirve para nada. No penséis que esto es una locura tapiresca (hasta yo, pobre animalillo indefenso he caído en las garras del funesto vicio de la comomanía): chicos y chicas de cualquier espectro social, económico y cultural se afanan en usar la palabra 'como' como (valga la redundancia) si fuera -más que una muletilla- una inspiración tan vital para el discurso como el aire para los pulmones.
Lo mejor es un ejemplo. 
"Estaba como contenta, ¿no? Pero entonces hizo algo como muy raro y yo me empecé como a rallar y ya estaba otra vez como mal. Pero no fue como otras veces, esta vez era todo como peor, y yo supe que era como el final". 
"Pero es que me lo decía como queriendo darme a entender que estaba como cabreado, pero sin decírmelo. Como si intentara disimular. Pero no. Y, claro, es como que te sientes idiota en esas situaciones. Porque parece que es como quien estuviera cabreado al final fueras tú, ¿no?"
"Esto es un poco como cuando vas en el metro y está petado y dudas entre bajarte y esperar al próximo o seguir. Estás como incómodo pero piensas que al menos ya estás como un poco yendo al sitio, y eso te hace como pensar bueno, venga, sigo".
Esto así escrito os sonará a chino... Diréis: 'no sucede', 'no es posible', 'esto es una exageración'. NO. Yo sólo os digo que desde que reparé en este incómodo y estúpido vicio, no paro de darme cuenta de que mucha más gente de la que pensaba (incluido un humilde tapir) lo tiene impreso a fuego en sus estructuras gramaticales... Será que estamos en una época de alta indefinición y que nada es del todo algo y que todo es un poco como...
Otro día os hablo del 'en plan' y del 'un poco' (en muchas ocasiones, acompañado del como), pero mientras, os aconsejo que leáis esto, si no queréis acabar así:


jueves, 19 de febrero de 2015

EL QUE AVISA...

Hay algunos especímenes en el planeta (entre los cuales me cuento) que gustan de recibir avisos de pisos y trabajos teniendo ya ellos los suyos propios y estando más o menos satisfechos en sus correspondientes niditos de amor/explotación. Las causas de este comportamiento no me interesan demasiado. Simplemente sucede. Y en esas que andaba yo mirando mis pisitos diarios, mis trabajitos cotidianos, cuando en una de las ofertas de empleo me encontré con esto: "Deberá ser capaz de generar empatía y asegurar la comunicación fluida con el resto de los departamentos, flexible y con alta tolerancia a la frustración". Por un momento pensé que era un anuncio de contactos que se había infiltrado entre los salchicheros anuncios de empleo: las exigencias de la oferta son más de pareja estable que de trabajo remunerado... Y deseé muchísimo conocer a la persona que había redactado este anuncio porque pedir a alguien alta tolerancia a la frustración es una gozada. Encierra tantas cosas en una frasecita mínima, así lanzada al azar. Primero supone que el candidato tiene a bien conocerse un poco (quiero decir que uno sabe -y, a veces, ni siquiera- si es egoísta, hijoputilla, paciente o valiente, pero eso son palabras mayores), pero hay toda una serie de cualidades piscológicas adheridas a esa exigencia que suponen un considerable ahorro de tiempo y espacio a la hora de definir el perfil del candidato. Pero mucho mejor aún, es una velada y ventajosísima declaración de intenciones: este trabajo es como el mito de Sísifo, frustración asegurada, ya te avisamos, chato, no se admiten quejas a posteriori. Genialidad absoluta. 

Y si no fuera yo alguien de natural poco envidioso, dos libros que me acabo de leer me habrían producido honda frustración por aquello de contar cosas tan interesantes y tan bien.



Uno es Espejo de sombras de Felicidad Blanc (en el que por cierto he descubierto entre la vida de esta señora y la mía propia espeluznantes puntos de concomitancia). Felicidad era la madre de los Panero y este libro son sus memorias en las que cuenta cosas tremendas con una serenidad y una parsimonia pasmantes. Cuando lo estás leyendo te pasa que quieres escribir como ella y lo intentas, pero no te sale claro, porque aunque parece fácil, no lo es. Hay una frase en la que dice: 'Una tarde me coge de la mano: "¿Sabes? Desde que te he conocido tengo una sensación rara. No te veo joven, te veo con arrugas, ya vieja, paseando por las murallas de Astorga, terminada ya la vida" No ha podido decir nada mejor. Me he enamorado de él'. Nótense las dos últimas frases. No ha podido decir nada mejor. Me he enamorado de él. Siguiente asunto. Bum.




El otro es Las ganas de Santiago Lorenzo, que es un libro que yo, tapir obtuso, que no leo ficción, y menos actual, desde hace una década, he tenido que leer dos veces seguidas de lo que me hinchado a reír, entre otras muchas cosas que te suceden cuando andas inmerso en esta lectura. No voy a contar aquí nada de la historia porque tiene su chicha y a más sopresa, más goce; pero sí diré que está escrito que es una cosa de un placer extremo. Tú vas y lo lees así como con prisas y con nervios (porque pasan cosas en la vida de Benito, el prota, que te interesan mucho y que quieres saber todo el rato, un poco como si de pronto te estuvieran contando la vida de tu vecino al que has visto mil veces pero del que no sabes absolutamente nada de su sarta de aventuras desastrosas y lamentochistosas), pero al mismo tiempo, tú que no eres tonto, percibes lo maravillosamente bien de dios que está escrito y te paras a ratos y te dices 'copón', pero sigues porque verdaderamente no hay fuerza en el mundo que te haga parar. Y entonces, cuando lo acabas te das la segunda ronda, la del paseíllo, la del voy y me fijo en toda la desfilada de palabras que salen. Es otro libro que también te dan ganas de escribir igual, pero que tampoco te sale. Claro.