lunes, 29 de diciembre de 2008

AL OTRO LADO DEL ESPEJO


Las expectativas suelen ser sinónimo de decepción. Ahora, qué maravilla cuando aquellas se frustran para mejor. Domingo por la tarde. Filmoteca. "El misterio Picasso" de Clouzot. Lo que prometía ser un documental sobre el pintor se revela una pequeña y delicada obra de arte. Picasso ausente (salvo en dos o tres ocasiones, y tratado por el director de forma tan irreverente, y tratando su genio de una forma tan liviana). Sólo trazos.
A un lado, Picasso; al otro, la cámara. Entremedias, una tela semitransparente sobre la que Pablo iba garabateando. El resultado: cómo si se pintara directamente sobre la pantalla transformada en un lienzo inmaculado y gigante. Como si un pincel invisible fuera deslizándose, dejando líneas, manchas de color, siluetas. Y vemos cómo bajo un cuadro de Picasso, hay decenas. Vemos cómo se va haciendo, deshaciendo, quitando, poniendo, pegando, borrando. Un complejísimo proceso para normalmente llegar a la sencillez absoluta. Un alucinante y precioso work in progress. Cada cuadro, cada dibujo (la mayoría destruida tras la grabación), va acompañado de una pieza musical para la ocasión. Clásico, jazz o flamenco según corresponda.
Picasso y sus calzones apenas si aparecen. La palabra la tienen los pinceles. Pero cada aparición del malagueño es un derroche casi infantil de vitalidad, carnalidad, optimismo, ilusión y sencillez.

viernes, 26 de diciembre de 2008

LEER EN DIAGONAL

Qué emoción más particular produce la de recibir un libro que uno ha encargado. Ya sea vía postal o vía amistosa. El último me llegó de la segunda de las maneras. Comment parler des livres que l’on n’a pas lus?, de Pierre Bayard ( Cómo hablar de los libros que no se han leído, editado aquí en Anagrama). Con semejante título, tan provocador y políticamente incorrecto, no podía sino adelantar toda la cola de mis lecturas pendientes. El libro arranca, por cierto, con una cita de Wilde (empiezo a pensar que padezco manía persecutoria): “Nunca leo un libro del cual debo escribir una crítica: se deja uno influenciar tanto”.
Según iba pasando las páginas, pensaba hacer una entrada acerca de este curioso libro (que nadie se llame a engaño -expresión retro donde las haya-: este no es un manual de autoayuda, sino un ensayo, a ratos bien sesudo). Quiero creer que hay mucho de ironía irreverente en los postulados de Bayard y que su intención no es la de ensalzar la no lectura, sino la de desacralizar el, para muchos neófitos, arduo y terrorífico acto de leer. Potenciar la lectura a través de métodos un tanto sui géneris, a saber, que cada cual tiene su forma de leer, de recorrer un libro o de pasearse por él. Y que todas estas categorías de lector -o de no lector- tienen el mismo peso y el mismo derecho para opinar sobre un manuscrito: los que lo leen de cabo a rabo (según, el señor Bayard, los menos, debe ser que yo y unos muchos más no entramos dentro de sus ‘estadísticas’), los que simplemente lo hojean y los muchos otros (la mayoría, siempre según el francés) que se limitan a leer lo que otros han escrito sobre el texto en cuestión.
Pero a lo que iba, pretendía yo escribir un post sobre el libro, más a medida que avanzaba, se me iba complicando la cosa. ¿Cómo sintetizar en unos párrafos toda una teoría articulada en más de 150 páginas? Imposible. Así que recomiendo su lectura (íntegra, a retazos, o inventada) a los que alguna vez se hayan preguntado si se puede considerar leído un libro que han por completo olvidado, a los que no entiendan que la memoria de sus lecturas esté hecha tan a retazos, a los que se desesperen ante la imposibilidad de compartir sus lecturas y el recuerdo de éstas con sus parejas o amigos, a los que veneren u odien el papel de la crítica literaria, a los que coleccionen anécdotas (como que Valéry era un consumado no lector o que el ferviente lector Wilde era, sin embargo, un devoto defensor de la no lectura), a los que necesiten razones para no atreverse con alguno de los ‘clásicos’, a los que simplemente quieran reflexionar sobre el hecho de la lectura, a los que languidezcan y se torturen ante la idea de todo lo que les queda por leer.

Tras haberlo leído, sólo puedo decir que Bayard me ha obligado a pensar, me ha indignado, me ha hecho reír y me ha entretenido (pero si sale hasta Bill Murray ilustrando una de sus teorías...). Cómo hablar de los libros que no se han leído es la obra de un cínico con recursos o de un sofista profesional. Hay que cogerlo con pinzas, pero cogerlo al fin y al cabo, aunque sólo sea por polemizar con uno mismo. Bayard olvida algo fundamental: que si muchos leemos, no es para impresionar, sino por el mero e indescriptible placer de la lectura per se. Dice Bayard, “leer es quizá y sobre todo olvidar”. Puede, pero, ¿y qué? No importa lo que se olvida, importa lo que queda, por mucho que sólo sea una inasible sensación flotando. Cada lectura nos ha hecho ser, nos hace ser, y nos hará ser lo que somos. Y, finalmente, monsieur Bayard (a la sazón, profesor de literatura francesa en la Universidad de París), detrás de su ingeniosa cortina de humo, usted no me engaña: sólo alguien que ha leído mucho y a conciencia, es capaz de escribir un libro así; sólo alguien que se ha tirado -parafraseando a la Duras- días enteros en los libros, puede entender un texto con sólo echarle un vistazo. Me temo que para ser uno de sus no lectores hay que haber sido un feroz, sino enfermizo, lector (puede que incluso para seguirle a usted en sus disquisiciones haya que serlo).


Notas a pie de página:

Al hilo, recomiendo el entretenido Cómo cambiar tu vida con Proust, de Alain De Botton. Encierra la sabiduría de Proust sin tener que emprender la magna hazaña de leerlo (aunque con Marcel hay que atreverse: merece la pena). Por cierto, el último libro de De Botton, La arquitectura de la felicidad, es una maravilla: rezuma serenidad.
Y, por supuesto, Cómo leer y por qué, del genial Harold Bloom (aunque sólo sea por su prólogo introductorio).

miércoles, 24 de diciembre de 2008

IN MEMORIAM


No sé qué fue antes si la película o el libro. Creo que fue primero la pantalla y luego el papel (orden que, por mi experiencia, resulta ser el adecuado o, al menos, el que ahorra bastantes decepciones). De la película recuerdo el bonito blanco y negro, la presencia increíble de Gregory Peck que fue (lo supe luego, leyendo a Harper Lee) el mejor Atticus Finch que uno pueda imaginar. Y los niños. Y una tristeza inmensa y emocionante. Luego el libro, del Círculo de Lectores. Con un bonito dibujo en la portada. Una cama estrecha. Horas delante de aquellas páginas. Cuando había un examen al día siguiente y estabas supuestamente estudiando. Cuando los libros eran la mejor manera de ver, de escuchar y de viajar. De descubrir, en suma. Recuerdo que lloré. Hay poco libros que (me) produzcan tal efecto. El otro día leo que se ha muerto Robert Mulligan. El director de Matar un ruiseñor. Me viene algún fotograma a la memoria. Intacto. Revisando su filmografía, me doy cuenta de que no he visto casi ninguna de sus películas. O quizá sí. Quizá son de esas que echaban en la tele y no recuerdas, de esas que al vover a ver y según va transcurriendo el metraje, encienden luces en tu recuerdo. Diminutas conexiones. Pequeños chispazos. Sí vi la última. Verano en Louisiana se llamó aquí (Man in the moon, en verdad. Nunca he entendido esa maldita manía de retorcer y distorsionar los títulos hasta hacerlos casi irreconocibles. Me parece un entretenimiento de lo más perverso). Reese Witherspoon adolescente. Y me vienen otra vez escenas a la cabeza. Lumínicas. Fue una tarde estival de hace 17 años en los cines Ideal con dos amigas del colegio. Me quedo con la sensación de suavidad que me dejó. Adiós, mr. Mulligan.

lunes, 22 de diciembre de 2008

EL CONTADOR DE HISTORIAS

Que si es un facha, que si ¿qué es eso del último director clásico sobre la faz de la tierra?, que ¿qué siginfica lo de director de oficio? No sé. Ni idea. Sin meterme en consideraciones garcianas, tengo que reconocer que El intercambio no me ha parecido ni tan mal (sí, a pesar de Angelina Jolie). Pero, claro, a mí es que Eastwood como director suele parecerme bien. Al menos las que he visto, que no son ni de lejos, todas. Mystic River me gustó. Incluso Million Dollar Baby. Y, por supuesto, Sin perdón. Ya las Banderas me aburrieron un mucho. Y las Cartas, otro poco, aunque no tanto. A posteriori, todas tienen peros (incluso, alguna durante; incluso, alguna, muchos). Imagino que en el arte de contar bien una historia suele entrar el de saber hacer trampas (esas que luego y con la discusión, se convierten en peros, pequeños o gigantescos). Pero cuando veo las pelis de Clint me llevan, me hacen llorar y me emocionan. No puedo, ni quiero evitarlo.


Notas a pie de página:

Si me dicen que el anuncio del muñeco Nenuco de estas Navidades se rodó hace 50 años, me lo creo. ¿Qué mensaje es ese?

Más malas noticias: para la nueva entrega de Batman, se rumorea que Robin será interpretado por Shia LaBeouf (¡!) y el villano por Eddie Murphy (¿?). Michael Caine y Christian Bale siguen (demos gracias...)

domingo, 21 de diciembre de 2008

NO DESCONGELES LA NEVERA CON UN BOLÍGRAFO*


La vi hace mucho tiempo. Cuando no sabía que Tom Waits era Tom Waits; ni Raúl Juliá, Raúl Juliá; ni Frederic Forrester, Frederic Forrester; ni Harry Dean Stanton, Harry Dean Stanton. Natassja Kinski, sí. Y Coppola, también.
Corazonada pertenece a esa categoría de películas -categoría quizá inventada por mí porque suele sucederme- que TIENEN que gustarte (películas de culto las llaman) y que finalmente y en resumidas cuentas suelen ser un rollo. Esta no. Corazonada es disfrutable de principio a fin. Mágica. Maravillosa. Teatral. Cómica. Luminosa. Preciosa. Diferente. Un moderno e irónico cuento de hadas con una estilizada estética adorablemente kistch (arrancaban los ochenta...). Una hermosa y agridulce fábula musical sobre el amor. Un sueño. Ya se lo decía el propio Coppola a su equipo: “Si dudáis entre hacerlo realista o bonito, hacedlo bonito”.

Hasta ahí la película. Acto seguido, vuelvo a verla. De nuevo. Entera. Esta vez, con los comentarios del director. Sencillamente magistral. Coppola siempre me ha caído bien. Porque es un genio, un visionario, un soñador y un megalómano. Porque es tenaz en su temeridad (empeñó bienes personales y los perdió por terminar Corazonada; y después, después le tocó vender su estudio Zoetrope y se pasó de los 40 a los 50 pagando deudas: siete películas en siete años tratando de tapar los agujeros tras asumir tanto riesgo). Porque está loco. Y porque algunas de las ‘intrahistorias’ de sus rodajes son tan buenas o más como las películas en sí (recomiendo el libro Con el corazón en tinieblas, escrito por su mujer Eleanor Coppola, durante la infernal filmación de Apocalypse Now).

Los extras de Corazonada, para verlos. Todos. Fascinantes los entresijos de la filmación (¡la manera en que la cosa se le va de las manos a Coppola que pretendía hacer una película ‘sencilla’!). Formidable la revolución que supuso a nivel técnico para la industria del cine. Increíble la creación de la fábrica de sueños Zoetrope a imagen y semejanza de los viejos y familiares estudios de los años 30 y 40 (Coppola siempre ansioso de trabajar con SU clan, o en su defecto, de fabricarlo para la ocasión). Emocionante cómo los empleados aguantan sin salario, convencidos de que todo saldrá adelante y que hay que seguir con la corazonada y hacerla real. Dramático el desenlace final: Corazonada fue un descalabro, ni el público, ni la crítica la quisieron; herida de muerte, sólo estuvo algunas tristes semanas en cartel (Francis decidió retirarla unilateralmente)... Todo esto, por no hablar del brillante capítulo dedicado a un joven y guapisimo Tom Waits.

Corazonada: un hombre y su sueño.


Notas a pie de página:

- Quiero una chapita como la que sale en uno de los extras: “I believe in Francis C”.
- No entiendo por qué a muchos de los fans de Moulin Rouge no les entusiasma Corazonada. La pesadísima pesadilla estética de la Kidman y el pobre Ewan es deudora (aunque no le haya cundido demasiado) de esta obra maestra de Coppola. Y, hablando de ‘homenajes’, el director confiesa algún que otro ‘robo’ en Corazonada (la primera escena, sin ir más lejos, está ‘fusilada’ de Ciudadano Kane). “Róbales a los mejores”. Francis dixit.

(Y qué partidazos esta temporada de la Liga ACB).


* La frase que da título a esta entrada pertenece a una de las canciones de Waits para Corazonada.

jueves, 18 de diciembre de 2008

MY WAY


Nunca he sido fan de Wong Kar Wai. Salvo la mágica "In the mood for love" (incluso con su irritante repetición de escenas de lluvia a cámara lenta), siempre he encontrado al director chino demasiado relamido, esteta, artificioso, impostado, manierista y afectado para mi salud. Todo tan estudiado que termina pareciendo una mariposa pinchada en la pared. Hermosa pero sin vida. Vaya pues por delante que no comulgo con la sensibilidad wongkarwainista.

"My Blueberry Nights" es como una montaña rusa: sube, baja, remonta ligeramente de nuevo, se hunde en los abismos, para elevarse justo al final. Vaya mareo. Y yo sin Biodramina.

Mientras la noria gira, cosas pasan por mi cabeza:
- Wong Kar Wai se gusta demasiado. Como tantos otros directores, se ha flipado consigo mismo y con su universo. Esto beneficia poco o nada la película.
- El casting de actores es malo. No veo los personajes, sólo un desfile de celebrities: Jude Law, Norah Jones, Natalie Portman, Rachel Weisz o ¡Cat Power! Se salva el bueno de David Strathairn, al que como a Michael Caine, resulta imposible hundir.
- Jude Law cada vez se parece más a Jose Coronado
- A Natalie Portman le sienta rematadamente mal el rubio
- Parece que contar una sencilla historia de amor ya no es suficiente. Lástima...

martes, 16 de diciembre de 2008

TAPIROFLEXIA


Hay libros que por un motivo u otro te saltan a la cara. El sábado uno se salió de su estantería en la librería en la que andaba husmeando. Porque era precioso, porque estaba editado por Reino de Redondela (ese invento tan divertido y decimonónico del señor Marías) y porque lo firmaba Richmal Crompton. El libro en cuestión se llama Bruma. Y no es gran cosa (lo mejor son los apéndices finales que no forman parte del libro sino de la “leyenda” ideada por Javier Marías y sus secuaces). Historias de fantasmas que se dejan leer y punto. Pero no importa. Cualquiera que haya crecido con Guillermo Brown tiene una deuda eterna e impagable con Richmal Crompton. Cualquiera que haya enterrado su naricilla una y otra vez en aquellos libros de tapas brillantes y rojas de la Editorial Molino, papel un poco amarillento, tipografía tan bonita e ilustraciones siempre un poco mal impresas, sabe lo que significaron aquellas historias aquellos días. Cualquiera que haya pasado largas tardes en el cobertizo con los “proscritos” Douglas, Enrique, Pelirrojo o el perro Jumble (y cito de memoria, nada de Google) amará por siempre jamás a esta autora de la cual no se sabe casi nada salvo que inventó uno de los mejores personajes de la literatura infantil. Guillermo era irónico, rebelde, divertido, y con un punto anarquista. Maquinaba sin cesar, se reía de todo e inventaba cada día a su medida. Todos queríamos ser él. Ninguno queríamos parecernos a Humbertito, a Ethel o, peor aún, a alguno de sus pretendientes. Estábamos nosotros y estaban ellos. Me recorrí no pocas tiendas de caramelos buscando el famoso agua de regaliz que Guillermo y sus muchachos bebían hasta la indigestión. Un día lo encontré. Era una especie de cantimplorita de plástico. Del color del regaliz rojo. Lo compré. Le di un sorbo. Ni era regaliz, ni estaba bueno. Pero mereció la pena. Por unos momentos me sentí un proscrito.

lunes, 15 de diciembre de 2008

CONFIANZA CIEGA

Domingo y lunes.
"Buscando un beso a medianoche" y "Somers Town".
Ambas en blanco y negro.
Ambas bendecidas por la crítica.
Ambas independientes.
Salgo de la primera decepcionada.
Salgo de la segunda sin que me hayan convencido.

Los cinco primeros minutos de "Buscando un beso..." me hacen creer en la posibilidad de estar ante una versión modernizada de "Clerks". Error. La película encadena sin mucha gracia tópico tras tópico. Es aburrida, pastelosa, previsible. ¿Lo peor? El parecido más que razonable de la protagonista con Amaia Montero. ¿Lo mejor? Las dos canciones de Overkill River de la banda sonora. Y con eso está todo dicho. ¿Quién dijo que era la mejor comedia independiente en años? ¿Y quién osó compararla con el "Manhattan" de Woody Allen? Un poco de respeto, por favor.

"Somers Town" está bien rodada, los actores están bien y la historia no está mal. Pero no engancha. Carece de emoción. Tiene trucos demasiado utilizados. Es entretenida, por momentos tierna. Sonríes a ratos. Pero es más por el esfuerzo de que te guste que porque algo ahí dentro haga bum de verdad. No se hace corta (tampoco larga), pero debería hacerse breve como un suspiro (dura una hora y once minutos). No es mala, pero tampoco es ese prodigio del séptimo arte que muchos han afirmado ver. Y desde luego no está a la altura, como algún crítico ha insinuado, de "Los 400 golpes" de Truffaut. Otro poco de respeto, por favor.

Salgo del cine con las orejas gachas. Una nueva derrota. Pero sé que lo seguiré intentando. Una y otra vez. La próxima: "My blueberry nights". Mañana. No espero nada. Quizá así encuentre algo.


Notas a pie de página:

Me viene a la cabeza (porque también es en blanco y negro, porque también es independiente y porque tampoco sobrepasa la hora y media), "Temporada de patos". Puede que mi memoria me traicione, pero guardo un buen recuerdo.

Una vez, alguien me dijo que "Bringing It All Back Home" de Dylan era tan necesario como el zumo de naranja en el desayuno. Hoy me tomé el café escuchándolo. Y, claro, he llegado tarde.

viernes, 12 de diciembre de 2008

INCOHERENCIAS



Tras mi entrada criticando las listas y a petición popular, hago mi top 5 de "momentos 2008" (no necesariamente "producidos" este año).
Vosotros lo habéis querido:

LIBROS
1. Miss Lonelyhearts de Nathanael West, y Homo Faber de Max Frisch: porque me hicieron recuperar la fe perdida en la novela.
2. Blancas bicicletas de Joe Boyd, En busca de Nick Drake de Trevor Dann y Conversaciones con Glenn Gould de Jonathan Cott: porque me hicieron pasar momentos de una emoción indescriptible.
3. La tentación nihilista de Roland Jaccard: porque me hizo entender no pocas cosas.
4. La historia más bella de la felicidad de André Comte-Sponville, Jean Delumeau y Arlette Farge: porque me hizo entender otras tantas.
5. D'une étoile l'autre de Roger Vadim (no está si está en castellano): porque es cotilla, divertido y me descubrió un personaje, el de Roger Vadim, fascinante.

PELIS:
1. Supersalidos de Greg Mottola: tierna, desternillante, gamberra, incorrecta, maravillosa.
2. Rebobine por favor de Michel Gondry: deberían ponerla en las escuelas.
3. Viaje a Darjeeling de Wes Anderson: lo más parecido a verle la cara a la felicidad.
4. Ciudadano Kane de Orson Welles y Los cazafantasmas de Ivan Reitman: o cómo el tiempo no pasa por algunas cosas.
5. Led Zeppelin, The Song Remains the Same de Peter Clifton y Joe Massot: salí del cine brazos en alto y con un subidón de adrenalina que ni el mejor concierto de rock en vivo.

DISCOS:
1. Extremoduro: revisar su discografía y corroborar que Robe Iniesta es uno de los mejores compositores nacionales.
2. The Triffids y Etienne Daho: canciones perfectas para voces maravillosas, voces perfectas en canciones maravillosas; el orden de los factores...
3. Bonny Prince Billy: el mejor concierto que recuerde haber visto este año.
4. Al menos una canción sublime en los últimos discos de Pete Greenwood, Okervill River, Lambchop, War on Drugs, Mark Lanegan & Isobel Campbell, Spiritualized, The Dodos, Paul Weller, Mate, The Wave Pictures, Lonely Drifter Karen, Devotchka, Get Well Soon, Teddy Thompson, Micah P. Hinson, The Last Shadow Puppets...
5. Dominique A con Sur nos forces motrices: muerto el dios Brel, aún nos queda Dominique...


Pero mi momento 2008, más que la Eurocopa, más que la titánica final de Wimbledon, más que el maravilloso partido de basket España-USA, ha sido ver la pantera Usain Bolt en acción. Pura vida. Puro gozo.

LO QUE EL VIENTO DEBIÓ LLEVARSE

Hace tiempo me juré no volver a ver ninguna película francesa.
A veces se me olvida.
Ayer.
"La cuestión humana".
Me siento y lo intento. Pasan unos minutos. Nada. Pasan más minutos. Algunos. Nada. Pasan más minutos. Muchos (aunque a estas alturas mi percepción del tiempo está totalmente distorsionada). Nada. Finalmente, me doy por vencida. Asumo mi derrota. Miro el reloj. Casi me entra un ataque de risa histérica. Quedan tres interminables cuartos de hora, cuarentaycinco infinitos minutos, dos mil setecientos eternos segundos. Buf.
No entiendo nada. Sólo puedo pensar ¿POR QUÉ? Como si tuviera un inmenso neón en el cerebro parpadeando. ¿POR QUÉ? Un gigantesco ¿POR QUÉ? que se ramifica en decenas de porqués más chiquititos. ¿Era necesario otro Haneke? ¿No teníamos suficiente con un solo Houellebecq para todo el planeta Tierra? ¿Ser denso, árido, críptico y, sobre todo, ABURRIDO, es sinónimo de calidad, de intensidad, de intelectualidad y de profundidad? ¿Hacer un burdo paralelismo entre los métodos usados por los nazis y los empleados por la economía neoliberal no es un poco demagogo? ¿Hay un revival nazi entre los intelectuales franceses? ¿El indigerible tocho de Las benévolas no agotó ya el tema? ¿Por qué no me dejan sacar mis propias conclusiones? ¿Hay que tomarse tan en serio a sí mismo? ¿Ser pretencioso no puntúa en negativo? ¿Era necesario?
Lo único que aplaca mis maltrechos y erizados nervios (lógico, tras ser sometidos a semejante tormento) es el placer inexplicable que me produce ver (y escuchar), pero sobre todo mirar, a Mathieu Amalric. No es guapo. Parece una rana. Pero algo en su rostro me resulta fascinante.
La pantalla se torna negra. Menos mal. No. Aún no. Aún queda la epifanía de lo intenso: sobre un fondo de impenetrable negritud y durante varios minutos una voz en off lee.
Títulos de crédito. Cientocuarentaycuatro minutos de tortura. Fuera se respira. En la puerta del cine y al más puro estilo Scarlett O'Hara, me dan ganas de alzar mi puño al cielo y gritar mirando a las estrellas: "¡Juro por Dios que nunca más volveré a ver cine francés!"

miércoles, 10 de diciembre de 2008

LA MAS LISTA


Con el fin de año, llegan, como siempre, las malditas listas. Los mejores discos, las mejores pelis, las mejores pelis independientes, las mejores series, los mejores remakes, los mejores directos, los mejores libros, las mejores reediciones, los mejores directos, las mejores cajas, los mejores singles, los mejores singles pero editados en vinilo de colores, los mejores singles reediciones de versiones... La lista -nunca mejor dicho- es infinita. La utilidad, dudosa. ¿Para qué sirven las listas de lo mejor del año? Para pelearte con tus amigos, para discutir con tus conocidos, para cagarte en el crítico de turno, o para sentirte infinitamente comprendido, maravillosamente redimido por el otro crítico de turno. Para testar tus gustos en una palabra. Descubrir si eres tan cool como el del Mojo, si eres tan rebuscado como el del RDL o si te quedaste en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor (tu lista es la misma, año tras año, desde el 95). Odio este tipo de listas (aunque en general hacerlas sobre casi cualquier cosa es una disciplina que practico, defiendo y disfruto), pero siempre acabo mirándolas y remirándolas. Y resoplo si no coincido. Y bato palmas si hago un pleno. ¿Estúpido? Sí, claro. Este año, la de la revista Uncut tiene grandes risas. No he escuchado todos los discos que se han sacado este año ni siquiera conozco algunos de los que salen en esta lista, pero lo bueno de esto, como en tantas otras cosas, es que puedes opinar sin que nadie te recrimine: es cuestión de gustos...
Así que se me salen los ojos de las órbitas cuando veo que han puesto en el número 27 a MGMT (habiendo ausencias como la The Wave Pictures, Lonely Drifter Karen, The Dodos o War on Drugs)... Se me arruga un poco más el morro al ver en el puesto octavo a mi queridísimo Nick Cave con su Dig!!! Lazarus Dig!!! (con toda mi admiración para el australiano, este disco me pareció brocha gorda: un Grinderman segunda parte sin la fuerza de éste). Y me entra una sonrisa beatífica y un suspirito de alivio cuando veo que el segundo mejor disco del año es el de Fleet Foxes. En el apartado cine es donde quemo los muebles: entre las mejores veinte películas del año están El orfanato (¿qué?), Appaloosa (sin comentarios), Quemar después de leer (mala, mala, mala), El caballero oscuro (después de Batman Begins, Nolan no nos podía hacer esto), Antes que el diablo sepa que has muerto (lo intenté, pero le ví los hilos por todas partes) y en el puesto uno... ¡Pozos de ambición! (lo siento pero se me escapó la supuesta épica de esta peli que en principio lo tenía todo para gustarme, por no hablar del saturante histrionismo de Day-Lewis). Al menos están Tropic Thunder, Iron Man, La escafandra y la mariposa, Juno, Gomorra, Persépolis y No country for old men. Y no se entiende (aunque quizá fueran de otro año, con el retraso que llevamos aquí, vaya usted a saber) el olvido de Viaje a Darjeeling; 4 meses, 3 semanas y 2 días; Rebobine por favor; Joe Strummer: vida y muerte de un cantante; Wall-E; Hellboy II: el ejército dorado; El tren de las 3:10; Encuentros en el fin del mundo; o incluso, de Cinturón Rojo.

Lo he vuelto a hacer. Y volveré a hacerlo. Recorreré los números del último al primero, buscando nombres con los que ensañarme y otros con los que solazarme. Como diría el vizconde de Valmont, "no lo puedo evitar".

KISS ME


Arranca "Instant Coffe Baby" con "Leave the scene behind".
"She wrote my name in her diary today again / And now I know how it feels to exist behind the scenes".
Dos minutos cuarentaynueve de una perfección pasmosa.
Me vienen a la cabeza nombres que siempre adoré como Violent Femmes y su fulgurante (y nunca igualado) debut, el hermoso y doliente "Hurt me" de Johnny Thunders, el genialmente absurdo Jonathan Richman o alguna canción de The Triffids. Los responsables de semejante hazaña que me quita las telarañas, me hace incorporarme de un bote, aplaudir y poner la primera canción una y otra vez, no vaya a ser que se trate de un error de apreciación, son The Wave Pictures. Por supuesto, me los han descubierto. Ya he hablado de mis carencias a la hora de asimilar música a velocidad de crucero. Rebuscando parece que se fundaron en 1998, pero este es su álbum debut (¿?). Suenan a rock desnudo y atávico. Lo-fi. Música hecha con las tripas y con dosis ingentes de imaginación. Imprescindibles.


Nota a pie de página:
Años leyéndolo y me sigue fascinando como el primer día. Me refiero al "Quizás quiso decir" de Google.

martes, 9 de diciembre de 2008

EL TIRO POR LA CULATA

Merlin Holland (nietísimo de Oscar Wilde) lanza en su brillante introducción a "El marqués y el sodomita: Oscar Wilde ante la justicia", una irreverente idea: “Wilde no fue condenado por su sodomía, sino por su locuacidad”. Leyendo los autos -por primera vez editados íntegramente- uno no puede sino darle la razón. "El marqués y el sodomita" es además de un impagable documento histórico, la mejor manera de que los wildófilos descubran lo gran conversador que debía de ser el señor Wilde; y lo ingenioso, rápido, irónico y brillante que podía resultar, incluso -o, ¿sobre todo?- ante un tribunal de justicia.
Dudo mucho que la transcripción completa de un juicio resulte algo recomendable como lectura, a no ser, como es el caso, que sea el gran Oscar Wilde quien con sus agudos epigramas deje en evidencia el sistema legal de la época. Porque si algo deja claro este libro -amén del brillo lingüístico del irlandés- es lo absurdo de un proceso que, a pesar de todo, ha pasado a la historia como “el juicio del siglo”. Una tragedia legal (y el término tragedia no es en absoluto exagerado si se tiene en cuenta que fue Wilde el demandante, que fue él quien acudió a los tribunales para recuperar su “mancillado” honor y que el resultado fue que le mandaron a recuperarlo a la cárcel...) que transcurre en 1895 y en la que se barajan cuestiones tan importantes como si Wilde ‘hacía’ beber demasiado vino a sus acompañantes o si las habitaciones en las que se alojaban él y su séquito estaban o no comunicadas (creedme, este tipo de diatribas parecen ser -y lo eran- la clave del asunto).
Quizá el incauto de Wilde pensó que lo que se estaba juzgando eran sus ‘amores calamitosos’ y la moralidad de su arte. No. Lo único que se hizo en esa corte fue utilizar su popular nombre y ponerlo en la picota a modo de aleccionador ejemplo para una puritana sociedad victoriana que necesitaba de chivos expiatorios para salvaguardar su apolillada moral. Puede que en aquel momento, el castigo resultara vivificante, pero más de un siglo después, sólo queda la sensación de estar ante un hombre esencialmente libre defendiéndose de una pandilla de fanáticos encorsetados.
Mientras el juicio se desarrolla (no sé cómo serán las sesiones ahora, pero aquellas sonaban maratonianas, tanto que más parecían un interrogatorio), Wilde pasa de la indolencia y la arrogancia a la irritación, la indignación y la agitación. La culpa la tiene el brillantísimo Carson, abogado de Queensberry. (Aunque probablemente, nada hubiera sido diferente, hay que decir que Edward Clarke, representante de Wilde, no estuvo ni por asomo a la altura de las circunstancias). Así las cosas, el juicio acaba siendo un magnífico -por su nivel- y terrible -por el trágico y conocido final- tour de force entre Carson y Wilde. Ya lo decía el propio Wilde: “La vida es demasiado importante como para hablar de ella en serio”.

martes, 2 de diciembre de 2008

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS

Hace una semana fui accidentalmente al Salón del Cómic. Y digo accidentalmente porque en realidad mi objetivo era asistir al partido Estudiantes / Unicaja, pero ya que estaba... Juro que en mi vida he visto tanto freakie junto en tan pocos metros cuadrados. Hordas de gente disfrazadas de V de Vendetta, algún Hellboy (con brazo mutante y todo), mucho manga adicto, y mucho papel de plata (alguien debería decir de una maldita vez que el papel de plata no puntúa para hacer disfraces). Una pesadilla estética. Pero, bueno, a lo que iba, aprovechando que había caído en tan dudoso lugar, compré un par de cosas.






El primero un antiguo ejemplar de la mítica cabecera DDT. Impresionante: rifa de un Simca 1000 DE LUJO, publicidades realmente descacharrantes (como una en la que Cola Cao sorteaba un viaje para TRES (¿?) personas a París), pasatiempos absurdísimos... No me resisto a listar algunos de los personajes que aparecen en tan incunable tebeo: Domingón, Cebolleta, Cándido Palmatoria, Carioca, Regalín Impactos, Apolino Taruguez, los Bip-Bip, y mi preferido: La familia Trapisonda, un grupito que es la monda...



El otro ejemplar adquirido, ya un poco más contemporáneo, es un TeleHistorietas. Era fan de esas viñetas. Mis personajes favoritos, en orden de preferencia, eran Don Gato (Benito y el agente Matute, enormes), el Oso Yogui (muy cool con su corbata, Bubú con su pajarita, y el guardabosques como Bush), Los Supersónicos y Huckleberry Hound. (Descubro a Los Banana Splits y a Ironpìedra...). Leyéndolo, reparo que hay un montón de expresiones que han caído en desuso o que nunca fueron utilizadas (más que por ellos) y que creo son absolutamente reivindicables. Así que ahí va una tronchante selección:
¡pardiez!, ¡diantres!, ¡(re)córcholis!, ¡narices!, ¡demontre!, ¡cáscaras!, ¡rábanos!, ponerse como el quico, unos cuantos machacantes, pitanza, camelar, ahuecar el ala, chiflar, gazuza, descacharrante, golosinas, al cuerno, so tragón, achichonar, repedrusco, ¡por jengibre!, jugarreta, taimado, pillastres, mangante, ¡diantres!, merluzo, pinreles, cabeza de chorlito, muchimillonario, sablear, pelma, birlar, ¡zambomba!, darse una morrada, chinchar, zumbando, pescar (una insolación), echar el guante, deslomarse, escamar, ¡canastos!, hacer pupa, birlar, ¡tequila!, mentecato, barbarote, meteóricamente...

¿QUE ME PASA, DOCTOR?

"¿Quién sabe lo destructivo que eres cuando te ves implicado en un accidente? No lo sabemos". Lo dice alguien que conoció a Jimi Hendrix en el preciso y magistral documental Jimi Hendrix de Joe Boyd.
Pero empiezo por el final. Perdón.
Nunca he sentido esa admiración que el cien por cien de la gente que me rodea siente por Hendrix. Más por desconocimiento que por otra cosa. Desconocimiento, producto -lo admito- de una vergonzosa mezcla de pereza y miedo.
Así que el otro día me puse a ello. En serio. Empecé con The Jimi Hendrix Experience, Live at Monterey. Un maravilloso documental que explica lo que fue y lo que supuso dicho festival, en términos globales, pero sobre todo para la carrera de Jimi. Por ahí desfilan el manager de Hendrix, algún organizador del evento, la chica de The Mamas & the Papas (la guapa, no la que se parecía a Caritina)... Y luego ya por fin, la actuación de Hendrix entera. Con su Hey Joe, sus sorprendentes versiones de Wild Thing y Like a Rolling Stone, su maravillosa The wind cries Mary, su forma de tocar con todo el cuerpo, su manera brutal de follarse el ampli y la guitarra, sus dientes rasgando las cuerdas, sus punteos con el instrumento detrás de la cabeza, y su apocalíptico final: incendio y desguace de la Stratocaster incluidos (los restos del sacrificio, por cierto, fueron recuperados y se exponen en el Experience Music Project de Seattle). Pues bien. Pues vale. Me quedo como estaba. Habría preferido ver las actuaciones de The Who, The Byrds, Buffalo Springfield, o incluso, Simon & Garfunkel en el festival de marras. Y pienso: ¿Tengo un problema? ¿Qué me pasa, doctor? No consigo entrar en el planeta Hendrix.

Al día siguiente lo vuelvo a intentar. Esta vez con el documental Jimi Hendrix, de Joe Boyd. La cosa arranca con un Pete Townshend de ojos vidriosos cantando las grandezas del de Seattle. Y luego el Rock Me Baby. La misma canción que el día anterior. La misma actuación. En el mismo Festival de Monterey. Con la misma camisa que la víspera. Pero esta vez, sí. Oh, sí. Puedo sentir la fuerza. Empiezo a pillarle el punto a Hendrix. Electricidad y adrenalina. Lentamente voy entendiendo. Declaraciones de Eric Clapton (¿qué se ha hecho este hombre en los dientes, y en general, en la cara?), Mick Jagger (tan joven, tan guapo, tan él en la cama), Lou Reed (bastante menos fiero que ahora), Little Richard (igual de iluminado ¿o más? que siempre) salpicadas de salvajes actuaciones de Hendrix. Y una. Fondo entero blanco, y él como suspendido de la nada, en un taburete con una guitarra de doce cuerdas, la canción creo Here my train a comin'. Buah... Se me sigue escapando el señor Hendrix, pero he rozado al dios. Al menos, un poquito.


Nota a pie de página:
Ya lo pensé en el documental Woodstock, pero lo vuelvo a corroborar: ¿por qué demonios en los sesenta/setenta todo el mundo era tan guapo?