viernes, 28 de agosto de 2009

OH LÀ LÀ!



La otra tarde se la dediqué en cuerpo y alma a Vincent Delerm. Un tipo que, para mí, encarna como ningún otro, la esencia de lo francés. Los motivos:

1. Nadie como ellos para pasar de Shakespeare a Platini sin pestañear y, lo que tiene mucho más mérito y mucha más gracia, sin cambiar el tono del discurso. Delerm se maneja con una soltura y una naturalidad envidiables metiendo en una misma canción (¿qué digo? ¡en una misma frase!) referencias de altos vuelos intelectuales (Beckett, Houellebecq, Fellini, Vian) y otras de una frivolidad absoluta (Patricia Arquette, Cosmopolitan, L'Oréal).

2. Usan la voz como quieren. Siguiendo la tradición del gran Serge, nada de alardes (no creo que Rufus, Neil Hannon o Jeff Buckley estén entre los santos a los que se encomienda Vincent). La potencia no parece importar, lo que cuenta es la intención. Registros hablados (los franceses parlotean en cantidad en sus canciones) o susurrados -apenas cantados- para una voz grave, rasposa, profunda y, sin embargo, cálida y aterciopelada. Por no hablar de la sensualidad inherente a la lengua de Molière. Lo saben y se aprovechan. (Capítulo aparte merecería su dominio de los duettos chico/chica, de los que Delerm es alumno aventajado).

3. ¿Acaso alguien ha sabido dibujar la mujer mejor que los franceses? Delerm, como Truffaut, es el hombre que ama a las mujeres; y, el francés es el idioma perfecto para contar ese misterio indescifrable y eterno que es 'de mujeres con hombres'. Delerm cuenta historias en sus canciones. No son nebulosas inconcretas de palabras que suenan bien. No. Suceden cosas, en días del calendario, en lugares específicos. El primer amor, las chicas en la adolescencia, una ruptura, un encuentro fortuito. Una película.

4. El chic. Lo tienen, lo tienen. Delerm derrocha elegancia gabacha. Pero, ojo, como buen francés, sin pretenderlo. Como si viniera de fábrica. Desde su físico innegablemente francés -a la Truffaut o a lo Auteuil: ojeras perennes, aire de despiste y una pinta a medio camino entre la timidez desamparada y una cierta distancia misteriosa- hasta sus arreglos musicales -tan clásicos-, Delerm posee el secreto del charme (que debe radicar precisamente en no buscarlo desesperadamente).

5. La finísima ironía. Nada de brocha gorda, algo sutil que provoca ojito chispeante y sonrisilla de una de las comisuras. Todo ello aderezado con una mezcla imposible (que ellos en general, y Delerm en particular, hacen posible) de un inteligente descreímiento, una hedonista despreocupación, una punzante melancolía y una incurable nostalgia. Ah...

Ay, ay, ay, ¡cómo me gusta Monsieur Delerm!
Si Les piqûres d'araignées era una preciosidad, sus últimas Quinze chansons son una verdadera delicia.

jueves, 27 de agosto de 2009

UN AMOR DE VERANO


Lily Allen me daba pereza. Mucha. It's not me, it's you descansaba, evitado una y otra vez, en la pila de los discos por escuchar. El otro día me armé de valor y me dije: 'venga'. Y me gustó. Me recordó un poco a Ivy, un poco a lo poco que me gusta de Saint Etienne y a algunos otros sonidos perdidos en la memoria del olvido. E iba yo pensando en que iba a ser la banda sonora de algunas de estas mañanas de un agosto que ha decidido ponerse en pie de guerra, e iban mis pies bailoteando descalzos por el salón con el Not Fair, e iban mis oídos agradeciendo tanta soltura, e iban mis neuronas acostumbrándose a la facilidad, e iban mis comisuras alzándose en una clara sonrisa, cuando de pronto suena Fuck you. Fuck you/ Fuck you very very much. Ese 'fuck you' tan dulce, tan agudo, tan amable, tan armónico, tan de comedia musical, tan divertido cuando sube a lo 'pitufo', tan guay que casi no me importaría que me lo cantaran a mí. Después viene el Who'd Have Known, cargadito de tópicos musicales, estribillo previsible donde los haya, de los que provocan movimientos laterales de cabeza y tronco, una canción de esas que puedes tararear por mucho que sea la primera vez que la escuchas. ¿Y qué? Dice un amigo con más criterio que yo (así, en general) que es una inglesa ordinaria. Y puede que tenga razón. Pero un baño de vulgaridad sienta, a veces, tan bien. Lily Allen tiene los días contados en mi equipo de música. Pero eso no lo hace menos disfrutable. Aquí y ahora.

Nota mental: a partir de ahora, intentar esquivar los "me da pereza"

miércoles, 26 de agosto de 2009

EL GRAN ESCAPISTA



Creo que llevaba dos años con ganas de verla, y en vista de que todo indicaba que jamás la iban a estrenar aquí, decidí que tendría que ser por otros medios alejados, snif, de la gran pantalla. Así que el domingo (día bastante adecuado, la verdad), por fin, lo conseguí: vi I'm not there.

Y bueno. Juro que le puse empeño. Juro que estuve atento. Juro que intenté ser benevolente. Lo juro. Pero, ¡por todos los demonios!

No niego que la idea de la película no sea buena, no niego que el planteamiento así a priori no me parezca de lo más atractivo, no niego que no tenga algún momento maravilloso, no niego que no haya preciosidades estéticas, no niego que no tenga algún hallazgo que roce lo genial (ese momento en el que Dylan y sus chicos se suben al escenario y ametrallan al público para explicar el paso de lo acústico a lo eléctrico me pareció de lo más ingenioso)... No lo niego. Pero la sensación final es la de ¿¿y??

¿Qué pretendía Todd Haynes con I'm not there? Si lo que quería era rebuscar en las entrañas de Dylan, no creo que lo haya conseguido. Porque si no tienes ni la más remota idea de la vida y milagros de Bobby, simplemente no entenderás nada. Y si eres dylaniano a ultranza, tampoco sacarás gran cosa en claro. Lo que es seguro es que pertenezcas al primer o al segundo grupo, disfrutarás mucho más de cualquiera de los documentales que se han hecho sobre el cantante (de hecho, las mejores secuencias son las que están 'copiadas' tal cual del Don't look back o del No direction home).

¿Por qué todo el mundo ha flipado tanto con la interpretación de Cate Blanchett? Vale, es cierto, no es fácil hacer de hombre cuando no se es, pero ahí acaban, desde mi punto de vista, los méritos. Cate parece una caricatura de Dylan: su forma de caminar tan exagerada, las hombreras de sus chaquetas tan exageradas, hasta sus pantalones lo son (exagerados)... Y ese pelo, no. Ese no era el pelo de Dylan. Me quedo mil veces y una con el Dylan de Christian Bale.

Pero lo que realmente más me fastidia es ¿por qué no me emocioné? Soy dylaniano a muerte. Don't look back me pareció un retrato impagable y me hizo entender los motivos por los que Dylan es Dylan -diferente al resto, a cualquier otro-. No direction home me resultó un documental perfecto, un acercamiento riguroso a la leyenda con momentos para el recuerdo. Las Crónicas de Dylan me fascinaron. Y, sobre todo, encontré que Dylan por Dylan era -este sí- una lúcida y honesta semblanza del hombre de las mil caras que parece no estar nunca del todo donde está, como en permanente huida de todo y de todos -incluido de sí mismo- (porque, sí, en el libraco de entrevistas de Dylan están todos los Dylanes -y alguno más- insinuados en la película de Haynes). Entonces, ¿por qué no disfruté del caleidoscópico y escapista Bob de Todd & friends? ¿Tenía un mal día? ¿O el mal año fue de Todd?

lunes, 24 de agosto de 2009

JUGANDO AL DESPISTE


Un retrato de Man Ray.
Un plano muy cerrado.
Gorra y gafas de sol.
Arrugas.

Un tenedor pequeño hundido en un vaso de agua.
Con el tridente arañando el fondo.
Como si fuera una cucharilla.

Dos imágenes que se han quedado clavadas.

La primera porque de Man Ray no recuerdo muchos retratos y menos tan mayor.

La segunda porque me provocó una dentera inmediata. Sólo verlo se me alargaron los dientes y me rechinó el cuero cabelludo. Y aún así, aún así, no podía dejar de mirar.

Eso, y más, mucho más, en la exposición The Hilton Brothers: Mistaken Identity, en La Casa Encendida.
Altamente recomendable.

domingo, 23 de agosto de 2009

REPÓQUER


Quiero ver Resacón en Las Vegas. Quiero verla. Sí o sí.

14hs30m
La llamo.
Tuuuuuu. Tuuuuuuu.
- Hola.
- Ey, vamos a ver Resacón en Las Vegas.
- ¿Resacón en las Vegas? Mmmm. No sé...
- Venga...
- Siempre que vamos tú y yo al cine nos tragamos auténticos bodrios...
(Por mi mente desfilan El infumable caso Benjamin Button, Man on Wire o Appaloosa... Mierda, tiene razón...)
- Claaaaaaaro, por eso tenemos que ir a ver Resacón en Las Vegas. Porque TÚ Y YO habríamos ido a ver Enemigos Públicos y esa es la que TÚ Y YO tenemos que evitar, esa es la que TÚ Y YO habríamos detestado. Desafiemos al destino... (No sé de cuál de las dos mangas me sacó este absurdo argumento, pero, ey, funciona).
- Sí, así visto...
- Vale. Ochoydiezcinesideal.
Tiiii. Tiiii. Tiiii. Cuelgo. Ni una chance a una posible retractación.

20hs10m
Puntuales como clavos británicos. Ahí estamos. Yo con todas mis energías dispuestas a romper el maldito maleficio. Ella, con risa floja. Compramos las entradas, nos sentamos. Tráilers y tal. Hay nervios. No podremos superar otro fracaso. Ella y yo lo sabemos.

22hs10m
Estamos fuera. Hablamos entrecortadamente. Entre risas. Ella consigue articular:
- Pues para mí que va a ser MI película del año...
Nuestra mala racha ha terminado. Fulminada por Todd Phillips. Alabado sea.

22hs20m
Seguimos carcajeándonos. Sí, sí, sí.


Así que, está claro, ¿no?
Han pasado más de doce horas desde que salí y me sigo riendo recordando ciertas cosas.
Por una vez el eslogan no mentía: la comedia del año.


Notas a pie de página:

Imprescindibles los títulos de crédito. Si esos tíos no estaban de verdad como cubas es que son los mejores actores del planeta.
El motherfuckeeeeeeeeeeeeer del mafias oriental ya ha pasado a formar parte de mis gritos de guerra. Buenísimo.

martes, 18 de agosto de 2009

IN BOLT WE TRUST


Carl Lewis y Ben Johnson se enfrentaban en el año 88 en los Juegos Olímpicos de Seúl. Yo iba con Ben. A muerte. No sé bien el porqué. Imagino que por llevar la contraria (todo el mundo estaba enamorado del hijo del viento), porque Ben me parecía más de verdad (tenía ese punto justo de chulería), porque sus salidas eran las de un toro al que le abren el toril (esos ojos inyectados en sangre), y, sobre todo, porque era canadiense (desde mi más tierna infancia, arrastro una clarísima inclinación por este país). Así que mis hermanas y yo nos levantamos ex profeso de madrugada (la de un sábado, si mal no recuerdo) para presenciar en tiempo real el mítico duelo. Pusimos el despertador (¿a las tres de la mañana?) para ver, con la legaña pegada, apenas unos segundos. Pero qué segundos. Y sí, sí, sí, venció Johnson. Una salida explosiva, unos reflejos dignos del más despiadado predador y una musculatura al rojo vivo. En la meta, ese dedo alzado mirando a Lewis, ese uno dedicado al chico listo de la clase. Oh, yeah! Me acosté feliz, feliz. Creo que ya entonces había desarrollado una fijación de la que no consigo desprenderme: que no siempre ganen los mismos, que no siempre triunfen los mejores, que no siempre se coronen los más listos, que no siempre se lleven el gato al agua los más guapos y que el reino prometido no sea siempre de los más altos. Justicia poética, me enteré luego que se llamaba la quimera. Triunfante aparecí el lunes en el colegio. Un 'ya os lo dije' colgando de mis labios. La satisfacción me duró un día. Creo que el martes ya se destapó el pastel. El canadiense iba hasta las cejas. Engaño y frustración. Humillación en las filas escolares. Siempre que veo correr los cien metros lisos me acuerdo de esa imagen. Siempre lo haré. Por los siglos de los siglos.



El verano pasado (sí, el de los Juegos Olímpicos, qué felicidad, ya sólo quedan tres para que vuelva a suceder, ay, qué bien, qué respiro, qué alivio); el verano pasado, pues, Bolt voló. Y ya lo escribí aquí, para mí fue EL momento 2008. Ni pelis, ni libros, ni canciones, ni nada. Usain corriendo, abrazando el aire y dejándose caer antes de llegar, y aún así pulverizando el récord mundial. Sobrenatural. Tocado por los dioses. Vi esa carrera una y otra vez. Tal era el placer que me provocaba. Una amiga decía que repetía a modo de mantra su nombre. Usainbolt, usainbolt, usainbolt. No sé si era un extraño conjuro, pero lo cierto es que sonaba bien. Y ahora, de nuevo. En esta ocasión, monsieur Bolt ha apretado -casi- hasta el final y ha vuelto a mandar a paseo otro récord, ese, el que, ante el estupor del mundo, había marcado él mismo en Pekín. Tan ricamente. Y me he puesto la carrera en repeat hasta quemarme las pestañitas. Bolt corre como un animal. Mientras los demás sudan, se esfuerzan, se tensan, controlan sus brazos para que tengan mayor penetración en el aire, mueven sus piernas como si fuesen robots aerodinámicos; Bolt lo hace como un felino, disfruta cada zancada, goza cada respiración. Vida en estado puro. Un suspiro de alegría. La celebración de la velocidad, de la superioridad de su velocidad. Tiene esa cosa que sólo tienen los animales, que parecen pegarse a la tierra cuando hace falta, elevarse si es necesario. Su cuerpo se mueve entero, de una pieza. Perfectamente armónico, maravillosamente coordinado. No es un amasijo de músculos, es uno. En estado de alerta. Mientras todos los demás dan la sensación de estar pensando en cómo mejorar la fórmula del viento, en cómo arañarle una décima de segundo al tiempo, concentrados en alargar su zancada, programados para optimizar sus movimientos y rentabilizar cada respiración; Bolt simplemente corre. De manera innata. Corre. Puro instinto. Y por eso resulta tan hermoso. Y por eso es tan emocionante. Y lo que nos queda...


Nota a pie de página:

Y cómo me gusta Murray. Ese juego que se gasta tan a lo Borg, de yo ni me despeino... Y conste que soy fan de Tsonga, esa explosión de persona, capaz de lo mejor y de lo peor. El otro día, uno de los comentaristas de la 2 en la retransmisión Murray-Tsonga lo clavó: clásica contra hip hop.

domingo, 16 de agosto de 2009

"MI REINO ES DE ESTE MUNDO"


La confusión de los sentimientos de Zweig me mira inacabado desde la estantería. Como una moto, la vida galopante de John Belushi de Bob Woodward se me atragantó en la página 275 (tiene más de 500) y no parece dispuesto a dar su brazo a torcer (diría, no sin malicia, que la vida de Belushi -y, en cierto modo, el libro- podría resumirse en una frase que aparece -ya que estamos hoy numéricos- en la página 110: "¿Sabes que me gusta hacer? -le dijo una vez-. Pasarme"). Y conseguí terminar a duras penas Journal d'un tricheur, de Sacha Guitry, que, sin embargo, es un librito bien finustico y bien divertido y bien ocurrente.
Así las cosas, la desazón empezaba a embargarme, el malestar a treparme y la preocupación a comerme. ¿Qué demonios (me) estaba ocurriendo?
Así las mismas cosas que hace un rato, he paseado mi mirada de chuchito sin dueño por los lomos pendientes de leer, he sobado libros que estaban desordenadamente amontonados en la pila de los aplazados y he olisqueado con nostalgia la posibilidad de una relectura.
Y, de pronto, milagro, de entre todos los futuribles se asoma uno. Camus. A contracorriente de Jean Daniel. Me llegó hace un par de meses. Lo esperaba con ganas, pero me debió de pillar buceando en algunas otras tripas. Lo miré, lo chupé y lo guardé en la despensa con la misma satisfacción con la que algunos animales acumulan provisiones para los tiempos de vacas flacas. Y sí. Ahí estaba. Esperándome. Quietecito, paciente y obediente. A una orden mía se me desliza entre las manos y ahí empieza todo. Por fin. Oh, sí, gracias. Oh sí. Vuelvo a creer. Los cielos se abren. Vuelvo a estar tocado por la gracia. Oh yeah.


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Días después
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Mi iniciación a Camus fue la 'clásica', con El extranjero y La peste. Y no, no recuerdo la sensación de deslumbramiento que a muchos les produjo. Tenía pocos años. No los suficientes. Mi flechazo vino con Caligula. Tenía 24. Ahí sí. Caí. Cegado ante la clarividencia de Camus. Recuerdo en particular una frase: "de pronto me vino una necesidad de imposible. Las cosas, tal y como son, no me parecen satisfactorias". Menuda manera de resumir la insatisfacción vital, el desasosiego permanente, la frustración ad infinitum. Lo bauticé como el "síndrome Calígula". Entonces Camus se convirtió en algo imprescindible. Aunque fuera, y no lo fue, sólo por Calígula, monsieur Albert había entrado directo en el Olimpo de los/mis dioses. Luego vinieron muchos más. Las obras de teatro, los preciosos y vitales y luminosos ensayitos, el durísimo mito de Sísifo, las novelas, incluso sus espeluznantes reflexiones sobre la pena capital escritas con Arthur Koestler. Y siempre la inaudita capacidad de penetración. Fuera de lo común. Una brutal y contagiosa lucidez. La rara cualidad de resumir la condición humana en una frase. Sentencias de sujeto, verbo y predicado. Nada de fanfarrias innecesarias. Con Camus hay que pararse, volver, retroceder. KO. Como si uno acabara de aprehender alguna verdad universal.
Ay, el recurrente enfrentamiento entre Sartre y Camus. Uno es de Jean Paul o de Albert, como se es de los Beatles o de los Rolling. Yo fui, soy y seré de Camus. Por mucho que digan. Por mucho que haya quien afirme (Umbral entre ellos) que Camus era novelista, sí, pero no filósofo; que Camus era más forma que fondo, el chico malo de las letras, con ese aire a lo Bogart, con esa rebeldía tan adolescente, con esa planta tan cinematográfica. Digan lo que digan. Digan lo que quieran. Camus fue coherente hasta la náusea (permítanme la broma); supo decir que no una y mil veces (cosa de la que muchos intelectuales de su tiempo no pueden vanagloriarse); y en medio de una atmósfera que preconizaba el existencialismo como única vía de escape, él se inventó un nuevo humanismo.
Ahora ya, patente mi amor incondicional y mi veneración absoluta por Camus, digo a todos los que alguna vez le hayan adorado, a todos los que consideren que el periodismo es algo más serio de lo que suele pensarse, a todos los que interese el ambiente histórico y político de aquella Francia, que lean Camus. A contracorriente de Jean Daniel (ojo, es pelín áspero).

Y una frase de René Char que encabeza la segunda parte:
"La lucidez es la herida más cercana al sol".


Nota a pie de página:

Recomiendo El diccionario del demonio, de Ambrose Bierce. De la A la Z, definiciones sarcásticas, irónicas, corrosivas y políticamente incorrectas. Brillantes hallazgos. Ocurrentes ingenios. Ácido cinismo. Para leer a ratos. Para esperar en la consulta del dentista. Para tener en el cuarto de baño. Para combatir los hombres grises del metro. Para hacerse el interesante en el parque.

lunes, 10 de agosto de 2009

A FAVOR, TOTALMENTE A FAVOR...


...del cine de verano:
- porque siempre hace fresco
- porque es como antiguo
- porque no parece que estés en Madrid (la gente lo pasa bien)
- porque dejan entrar perros y bicis (plegables) sin tener que sobornar al de la puerta
- porque da igual la peli que pongan, lo que mola es estar
- porque cosas que te molestan o no te gustan en condiciones normales te parecen rebien (ruidos de pipas, comentarios en voz alta, olor a comida, el shandy, ¡ladridos!...). Tan bien te parecen que acabas haciéndolas tú también
- por los bocatas envueltos en papel de plata
- por su proximidad a las vías del tren: siempre hay 'actividad' junto a unos raíles
- por la gente que se sienta en la tapia a ver la película por la cara
- por el paseo de ida, por el de vuelta

...del cine en 3D:
- porque hay un montón de niños
- porque algunas películas mola verlas con niños
- por cómo esos niños levantan los brazos para agarrar lo que sale en (¿de?) la pantalla
- porque las gafas son una chulada (olvidaos de los cartoncillos cutres con plásticos rojos y verdes de antaño; lo de ahora tiene más que ver con unas Wayfarer de palo)
- porque las salas son muy grandes, muy cómodas, muy espaciosas y con mucha pendiente (nada de cabezas borradoras)
- porque las primeras veces son siempre las que más se recuerdan (hecho injusto, donde los haya, por cierto). Y mi primera vez (en edad adulta, quiero decir) fue hace una semana y fue con Up (no se me ocurre mejor puesta de largo)

viernes, 7 de agosto de 2009

TODO EN UN DÍA


Un amigo de una amiga había conseguido una beca en Estados Unidos. Tenía que decidir si disfrutarla (la expresión "disfrutar una beca" me provoca tanto asco como placer) en Nueva York o en Chicago. Si bien su opción primera y favorita era la Gran Manzana, Chicago le intrigaba y atraía a partes iguales. En su afán por tomar la mejor de las elecciones, decidió acometer un intensivo visionado de películas (todas las que pudiera) ambientadas en Chicago. Esto me lo contó un día que nos chocamos en Callao. Observé que de su mano colgaba una bolsita de la Fnac. Y pregunté si su contenido formaba parte de la investigación de campo. Afirmativo, respondió. Me dijo: "bueno, la he comprado sólo porque transcurre allí, en realidad es una tontopeli". Esto me lo dijo mientras yo ya le había arrebatado el saquito de plástico. Saqué la cinta en cuestión. Era Todo en un día. Estuve a punto de hacer que se comiera con envoltorio y todo el dvd (lo de hacerle tragar sus palabras me parecía demasiado metafórico, un castigo suave). ¡Por Ferris Bueller! ¡Viva Matthew Broderick! ¡Penita John Hughes!

(Y, por cierto, sí, mi involuntario protagonista de hoy terminó yéndose a Chicago).

jueves, 6 de agosto de 2009

TÓCALA OTRA VEZ, SAM


¿Acaso se puede ser objetivo con algo o con alguien que le ha proporcionado a uno tantos instantes de placer? ¿Acaso se puede pretender ser crítico con algo o con alguien que es recurrente en tantas cosas tan tuyas? ¿Acaso se puede esperar tomar la distancia adecuada para ser imparcial con algo o con alguien que simplemente te cae rematadamente bien? ¿Acaso se quiere?
Desde ya lo digo: N O
A mí me ocurre y me ocurrirá esto con Evan Dando (ya aparezca acompañado o no de sus cabezas de limón). Guardo recuerdos precisos y preciosos en los que él andaba de por medio. Enfundado en la parte de arriba de un pijama sujetando una guitarra, dándole sentido a algunos ratos de la adolescencia, regresando cada cierto tiempo por obra y gracia de alguna secreta conexión.
Así que no soy yo quien para hablar de Varshons, el nuevo disco -versiones de canciones ajenas- de The Lemonheads.
Y también y porque además, rehacer lo ya hecho es una idea que per se me fascina.
Y también y porque además (bis), siguiendo la teoría de un amigo que afirma que una sola obra maestra basta para salvar el buen nombre de un hombre, la versión del Hey, that's no way to say goodbye de Cohen (cantada por Evan & Liv -Tyler-) derrocha gusto y amor.
Redimido queda Varshons, pues.
Y del resto...
Pues que me parece bien, qué remedio, cómo retoman el I just can't take anymore de Gram Parsons; que me gusta lo que le hacen al Fragile de Wire; que, sí, lo voy a decir, el Beautiful de Linda Perry (el que cantaba Christina Aguilera, ese) en boca del señor Dando me parece un temazo* (a pesar del solito de guitarra, que, en fin...); y que me rindo a su Waiting around to die... y que Yesterlove suena...
Pero casi que me pongo en modo loop...
Y vuelvo a pulsar la tecla de inicio...
¿Acaso se puede ser objetivo con algo o con alguie...

* ¿Caprichos orejiles o la importancia de la interpretación? Sólo descubrí lo bueno que era el hit gallagheriano Wonderwall cuando lo escuché cantado por Ryan Adams. Por primera vez atendí a la letra, y me sorprendí emocionado, atrapado.

lunes, 3 de agosto de 2009

TESTIMONIOS (III)


Hola. Me llamo Won Kar Wai, Wonka, para los amiguetes. Soy director de cine, bueno, artista, bueno, director, no, CREADOR. Un flipao de las imágenes, vamos. Cuando me pongo detrás de la cámara, veo luces, chorrazos de luces, luces distorsionadas y luces borrosas. Creo, creo, creo. Creo imágenes. Imágenes preciosas, bellas, bellas, Veo cosas que los demás no ven. Ya me lo decían de pequeño: Won Kar VEEEEEEEE. Por eso llevo siempre lupetos ahumados. Para no deslumbrarme. Yo lo que soy es un esteta. Un esteta del lenguaje visual. Y cuento unas historias de esas que te ponen los pelos de punta. Que si Chunkin Espres, que si Japi Tugeder, que si... Unas películas rebonicas con gente torturadilla que hace rarunadas, tontunadas, pero todas muy mágicas, y con mucho significado. Magia, magia, magia. Y mucha atmósfera. Atmósssschfera. Eso es lo que yo creo. Atmossssssferasss. Un día como que me cansé ya. No me se ocurría nada. Won Kar NO VEEEEEEEE. Tenía la chorla hueca de tantas imágenes y tantas y tantas y tantas como había creado. Ser Won Kar Guay es cansino a veces. Voy por la calle y lo veo todo viradico de color o con los pantones esos saturados. Entonces fui y le dije a mi primo: "primo, que estoy acholado perdío ya de crear, crear y crear, hazme una cosa bonica que parezca mía que ya sabes como es lo del arte, que desapareces porque tienen las meninges exprimías y la gente te echa toda la tierraca por encima". Y no va el muy cabrón y se marca In the mood for love. Y todos que si la obra maestra del Wong Kar Gueeeeeeey, que si qué delicia, que si el universo Wonk Kar Superguay en su cúspide... Con lo que la he sudao yo para crearcrearcrear mi universo propio y petarlo de wonkarwainitas... Cabrones... Y yo ahí calladico como una puta. Y me dije pá mis adentros: "sí, listos, pues vais a ver". Y con las sobracas de mi primo me hice 2046, que es lo mismo que In the mood, pero con los retales, o sea un truñazo. A mí es que se me llevaban los demonios. Pues no va a ser mi primo mandarín más que yo. Eso sí que no. Que Won Kar Chupiguay sólo hay uno y soy yo. Luego ya le di al mundo occidental. Mai bluberri naits. Me pillé al Jude, a la Norah y le di un papel bien chorra a la rebuenaza de la Cat Power. Puse cancionacas y un montón de absurdos mágicos, detallicos que se van quedando, y que ya son como marca de la fábricaAAARWAI, ¿no? Y gustó, eh, gustó. Pero me quedé otra vez sin nada en la sesera. Y me dije, "¿pues no soy yo un grande?". Me miré al espejo, y, gustándome, me dije: "a ver Wonkaaaa, ¿no eres tú un grande, un superguayer, un fueraclase, de los que consiguen que la gente se estremezca en sus butacas y se suene el mocarro? Pues claro que sí". Y, seguí yo parloteando conmigo mismo, "¿y qué hacen los grandes, machote?, ¿qué hacen los grandes?" "Hacerse homenajes, hacerse homenajes", dijeron unas voces a mi alrededor (en realidad, dijeron "cascársela, cascársela"). Y pensé: "coño, claro, qué listo, pero qué listo eres, Wonkarguauuuuuu" (porque no os vayáis a creer, las voces eran yo mismo, una proyección de mi egowan). Pues ale a homenajearme. Y cogí así lo que viene a ser mi ópera prima (o casi) y me hice un redux. Como Coppola. Chúpate esa, francisfór. Ashes to time redux se llama el primor. Unas músicas de esas que te ponen los pelicos como escarpias y una foto que, vamos... Que si ralenti (a mí, lo de la cámara lenta es que me pierde, yo veo una escena y digo: "sccccccchhh, un momento, un momento, tós quietos, trae p'acá el mando, a ver, mira qué guapamente queda si lo ponemos así en despacico"), que si grano gordaco gordaco (granaker, lo llamo yo), que si échale ahí unos cubos de pintura que suba bien la cosa, que si chorrazos de agua... Un delirio, vamos. Un empacho de creación. Y venga, y ahora la hermana, que se vaya, y luego unas luchas, y un poco de sangre que el rojo da bien en cámara y con las gotas puedo usar el ralentí. Y luego frases de esas así, que silben, que suenen como proverbios orientales. Que no dicen nada, pero da igual. A mí plín. Porque la imagen ya lo dice tó. Una historia loquísima, que no tiene ni piezucos, ni chola, ni ná. Pero, ¿a quién le hace falta contar algo? A Wonkarweeeeeei, no.

sábado, 1 de agosto de 2009

LAS LÍNEAS DE LA MANO



Bukowski decía que había hombres de culos y piernas, y hombres de tetas. Él pertenecía a la primera categoría. Eso decía. Yo soy de manos. Me podría enamorar de unas manos. Sus venas, su textura, su tamaño, sus dedos, cómo agarran cosas, cómo dibujan palabras en el aire, cómo gesticulan, cómo caen, cómo reposan, cómo enfatizan, cómo marcan tiempos y distancias, acercan o alejan, aceleran o ralentizan, cómo descansan y dónde, cómo afirman, cómo niegan, cómo preguntan, cómo se excusan, cómo piden, cómo exigen, cómo imploran. Manos. Tantas veces olvidadas. Tantas veces obviadas. Y, sin embargo, tan autónomas. Tan ellas.

Cuando tus manos buscan a tientas en la oscuridad
cuando se paran las cortinas del tiempo
cuando tus dedos trenzan los hilos del porvenir
cuando bailan, cuando juegan con el viento
cuando juegan con el viento y alejan el mal
y alejan el mal, y alejan el mal.

Esta mañana fui a la exposición de Annie Leibovitz: vida de una fotógrafa, 1990-2005. Iba prevenido. Absolutamente condicionado. Alguien de manos grandes, probablemente desconocedor de mi fijación por extremidades tan animadas, me lo sopló. Fíjate en las manos. En esas manos. Acuérdate. Las manos. No sé que habría ocurrido de no haber recibido el aviso, no sé si me habría quedado ahí. Inmóvil. Mirando. Tanto rato. No lo sé. ¿Cómo hacerlo? Pero allí estaba yo frente a esa foto. El torso desnudo de Demi Moore, sus pezones grandes y oscuros y su barriga embarazada. Y en medio, en medio, las manos de Bruce Willis. Sólo eso. Unas manos. Grandes, poderosas, fuertes, vivas, seguras. Ahí. Manos descabezadas. Abrazando piel.