
Antes no me gustaba correr. Creo que sigue sin gustarme. Por mucho que lo haga, y con cierta disciplina, y con bastante continuidad. O sí. O me gusta correr, pero de una extraña manera. Me da cierto placer ponerme a ello, sentir los músculos tensarse, el sudor arracimarse, mis zancadas agrandarse, escoger la música para la carrera, aguantar un poco más, experimentar un gozoso cansancio al subir, de vuelta, las escaleras de casa. Definitivamente todo eso me gusta. Pero muchas veces, demasiadas, preferiría no hacerlo y dedicarme a cosas que realmente me gustan: leer, escuchar música, tomarme unas cervezas, charlar, puntos suspensivos. Eso sí que me gusta. Sin peros. El placer de correr viene tras vencer una resistencia, aunque puede, bien pensado, que ahí radique parte del placer.
Antes no me gustaba Murakami. Y me sigue sin gustar. El otro día una amiga que despotrica de Murakami tanto o más que yo (y me temo que por un juicio tan sumarísimo como el mío:
Norwegian Wood le/me/nos pareció una basura; sí, llámadnos talibanes, pero hay veces en las que uno sabe que repetir sería un error) me escribió lo siguiente: "Cuando empecé
De qué hablo cuando hablo de correr, me dije: 'Oh, la cagaste con tu lectura vacacional. Este tipo [Murakami] me repele. Peeeeroooo le di tiempo y seguí leyendo y me dije: 'Eh, este es un tío honesto, luchador... mola'. Sí, ahora me cae genial y puede contar conmigo para lo que quiera. De hecho, espero haber aprendido de él y tengo como trabajo acabar con la pereza".
Le pedí el libro en cuestión, claro. Por un lado, ella es/era tan antimurakamista como yo; por otro, el mundo footing -tema, por si no lo han adivinado, en torno a lo que gira el libro- me tiene atrapado. Así que ahí que me puse. Y, y, y me lo leí del tirón y me gustó; pero no. Y me gustó, pero supe -por fin- porque no me gusta él en sus otros libros.
De qué hablo... va sobre esfuerzo, sobre disciplina, sobre superación (hay quien dice que es sencillamente el diario de un
yonqui). Tres conceptos (esfuerzo, superación y disciplina) que no tengo muy trabajados y que nunca se me han dado. Así que bien.
De qué hablo... impulsa a calzarte tus zapatillas, a correr, a sudar y a sentirlo. Así que bien. Pero también
De qué hablo... es de una ingenuidad pasmosa. Así que no tan bien. Así que por eso (ah, era por eso) me da tanta tiña Murakami. Me resulta de un simplón que me muero, pero aquí, en las 230 páginas de este libro no me ha importado. Lo que en sus novelas me repatea, aquí me ha resultado entrañable. Porque Murakami repite una y otra vez lo mismo. Te explica una idea de lo más sencilla un par de vueltas o diez como si fuera un razonamiento filosófico de alto voltaje. Lo resumía otra amiga otro día: "Murakami me gusta, pero creo que es literatura para adolescentes". Aburrido, vamos.
Ahora bien, y repito, este libro me ha reconciliado al señor Haruki. Casi al inicio del libro, reflexiona sobre en qué se piensa cuando se corre. Sólo por esas páginas le redimo para siempre. Porque ¿en qué pienso cuando corro? Nunca lo había pensado, valga la redundancia. Y si me pongo a pensarlo, valga de nuevo, tampoco lo sé. Sé en lo que pienso cuando me lavo los dientes, cuando voy en tren, cuando cojo un avión, o incluso cuando hago la compra; pero no puedo decir exactamente en qué pienso cuando corro.
"A menudo me preguntan en qué pienso cuando estoy corriendo. Los que me formulan preguntas de esta índole son, por lo general, personas que nunca han vivido la experiencia de correr durante una larga temporada. Y cada vez que me hacen una pregunta de esta clase, no puedo evitar sumirme en una profunda reflexión: 'Vamos a ver, ¿realmente en qué pienso cuando corro?'. Y, para ser franco, no consigo recordar bien en qué he venido pensando hasta ahora mientras corría.
Ciertamente, los días en que hace frío, pienso un poco en el frío. Los días en que hace calor, pienso un poco en el calor. Cuando estoy triste, pienso un poco en la tristeza. Como ya he comentado, en ocasiones recuerdo de manera deslavazada sucesos que ocurrieron hace mucho. De vez en cuando (aunque esto no me ocurre más que de vez en cuando) me viene de pronto a la mente alguna idea, apenas un esbozo, para una novela. Pese a todo, realmente casi nunca pienso en nada serio.
Mientras corro, simplemente corro. Como norma, corro en medio del vacío. Dicho a la inversa, tal vez cabría afirmar que corro para lograr el vacío. Y también es en el vacío donde se sumergen esos pensamientos esporádicos. Es lógico. Porque en el interior de la mente humana es imposible lograr el vacío absoluto. El espíritu humano no es ni tan fuerte ni tan consistente como para poder albergar el vacío absoluto. Sin embargo, estos pensamientos (o estas ideas) que penetran en mi espíritu mientras corro no son, en definitiva, más que accesorios del vacío. No son contenidos, son pensamientos generados en torno al eje de la vacuidad.
Los pensamientos que acuden a mi mente cuando corro se parecen a las nubes del cielo. Nubes de diversas formas y tamaños. Nubes que vienen y se van. Pero el cielo siempre es el cielo. Las nubes son sólo meras invitadas. Algo que pasa de largo y se dispersa. Y sólo queda el cielo. El cielo es algo que al tiempo que existe, no existe. Algo material, y a la vez, inmaterial. Y a nosotros no nos queda sino aceptar la existencia de ese inmenso recipiente tal cual es e intentar ir asimilándola.
(...)
Mientras corro, tal vez piense en los ríos. Tal vez piense en las nubes. Pero, en sustancia, no pienso en nada. Simplemente sigo corriendo en medio de ese silencio que añoraba, en medio de ese coqueto y artesanal vacío. Es realmente estupendo. Digan lo que digan."