Ay, ¿quién maneja mi carro, quién? Que a la deriva me lleva, ¿quién? |
Encaro mi sexta mudanza en catorce años. He tenido que pararme un rato para ver cuántas habían sido y me ha parecido una aberración de culoinquietismo. Para mi tranquilidad debo decir que casi todas se produjeron en los siete primeros años de abandonar la madriguera. Como siempre que afronto uno de estos cambios me sobrevienen dudas gigantescas. Primero, de orden memorístico (ostras, no me he fijado si había toallero, y horno no lo tengo claro, y joder, ¿cuántos radiadores había en el salón?). Estas dudas son perfectamente comprensibles: la loca carrera del alquiler es así, tienes el mismo tiempo para decidirte en dar la señal que para elegir entre los chicles Splash o los normales en la cola del super. Luego, viene las dudas de orden más existencial: ¿no será muy ruidoso?, ¿por qué se iría el anterior inquilino?, ¿esa taberna no estará demasiado cerca?, ¿ese salón podrá con todas mis cosas? Todo lo cual no hace sino reforzar mi velada certeza de que soy un neurótico control freak(er). Tanto, que esta mañana mientras leía el maravilloso post de mi amigo el Milodón (intentando dejar de pensar en el número de estanterías que cabrían en mi nuevo salón) se me ha ocurrido que, en realidad, lo de atribuirle significado al azar es por puro controlfrikismo, más que por autoengaño (hagan una pausa aquí para leer el milodoniano post y entenderán de qué hablo). Esta ocurrencia, me temo, no me ha venido así en plan revelación, entre sorbos de café y galletas María.
Mapa, una película-peliculón de León Simimiani. |
Me ha venido tras ver Mapa, la peli de León Siminiani que acaban de estrenar y que yo que vosotros iría a ver (es una de las cosas más potentes y prodigiosas que he visto en tiempos). No voy a hablar aquí de Mapa porque es una peli que hay que descubrir, y sobre todo, porque lo que mola es hablar de ella después. Pero a lo que iba es que Mapa me hizo pensar en el neurótico que todos llevamos dentro (y me hizo entender, ya puestos, el porqué del éxito global de Woody Allen). Ese intraneurótico es el que intenta controlar lo incontrolable, el que no admite imprevistos y el que no gusta, ni gasta malabares y equilibrios. Y estaba yo pensando esto, mientras miraba por la ventanilla de un tren de cercanías que atravesaba el Pardo, cuando me he dicho 'no, todos no, esos que dicen gobernarnos -robarnos, digamos nosotros-, esos no pueden ser neuróticos'. Porque me imagino yo a un neurótico digamos civil, normal, del pueblo, -que no popular- metido en semejantes fregados, y veo un amasijo de nervios descomunal, una madeja de tics andantes, una sospecha en 3d, un paranoico de las sombras... Que si me habrá reconocido la prostituta rusa, que si sería suficiente el sobre de Pepito, que si lo de los 3.000 euros por columna va a ser un cantazo... Vamos que el neurótico de la calle, antes de fundirse los fajos en Chanel, cocaína y Don Perignon habría sido víctima de un monárquico ictus. Así que la explicación había de ser otra. Mecido por el traquetreo del tren, de pronto se me apareció la solución a tan insigne problema. No es que los políticos sean seres superiores capaces de controlar su yo paranoico. No. Ni siquiera es que tengan menos moral que la mayoría. No. Es que su ladrón se comió a su neurótico. Me explico. Igual que creo que todos llevamos un neurótico dentro, también creo que todo llevamos un ladrón dentro. Que si fotocopias a tutiplén en la fotocopiadora de la empresa, que si mira qué rotus tan chulos pues voy y me llevo quince, que si uy y para qué querrán tanto papel higiénico en la oficina, que si mi amigo es un zoquete pero ese despacho le sentaría genial, que si anda que están robando a ese de ahí pues casi mejor él que yo... Así que, abstrayéndome de cuestiones morales (empiezo a creer que la ética murió y permanece sólo en grupitos aislados y dispersos, por mucho que me tope con miembros de esa resistencia con cierta frecuencia), creo que en todo fulano habitan un neurótico y un ladrón. En la mayoría de los casos el neurótico tiene amordazado y maniatado al ladrón, impidiéndole cualquier movimiento y sobre todo que parlotee. En el caso de los políticos -me resisto a llamarles 'nuestros políticos' porque de míos, salvo la pasta, poco- el ladrón se comió al neurótico y no dejó ni los huesos. Así que, tras cuarenta minutos en el cercanías viendo cervatillos, llego a mi destino feliz de ser un puto paranoico.
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