martes, 24 de marzo de 2015

ESTA CASA ES UNA RUINA



Aprendo que ahora está de moda una cosa llamada ruin porn, que consiste básicamente en sentirse fascinado, atraído y subyugado por las ruinas modernas, los vestigios, los edificios abandonados y todo aquello que huela a decadencia. El movimiento se originó en Detroit, y en algunas otras ciudades ya hay rutas 'ruin porn' para turistas (por ejemplo, en Berlín) donde unos avezados guías te llevan por todos los edificios y casas abandonados, construcciones y urbanizaciones en vías de desaparición... Y parece ser que mirar todo esa desolación fascina y crea adicción. Se han escrito decenas de artículos sobre las razones científicas de tal afición. No lo sé. Tiendo a pensar que el hombre, en general, gusta -como los asesinos- de volver sobre sus pasos, de rebuscar entre los escombros respuestas o claves, y agradece, en el fondo, ese paso del tiempo por mucho que le produzca una cierta desazón.




Pero hay otro ruin porn, más casero, barato y practicable. El de visitar las propias ruinas.




El otro día, con un amigo, intentábamos poner en orden cronológico parte de nuestra biografía en común (tengo una memoria excelente para algunas cosas y espantosa para recordar asuntos como fiestas, viajes o ciertas actividades, y siempre me da una mezcla de rabia y vergüenza tener que reconocer que esos episodios se han borrado de mi cerebro ante la persona con quien, supuestamente, los viví). Aunque parecimos llegar a buen puerto, a mí se me quedó una mosca detrás de la oreja que me hacía sospechar que no, que estábamos errados en nuestras fechas, en los ritmos y en como se desencadenaron los hechos.
Así que, al día siguiente, me dispuse a esclarecer las incógnitas, y me sumergí, cual avezado espeleólogo, en mi mail. Y ahí estaba toda la información que necesitaba saber: con fechas y lugares que me dijeron más de mi yo de hace seis años que cualquier foto. Aparte del detalle (insignificante) de que no estábamos en lo cierto en la cronología de los hechos, (re)descubrí un montón de cosas que había olvidado. Algunos episodios, si no trascendentales, sí de peso, que había olvidado o pasado al torrente circulatorio de manera automática.
Cada cierto tiempo me sucede. Que, por la aparición de un viejo amigo, por alguna laguna de memoria no deseada, por simple gusto, o por practicar un poco de turismo, rebusco entre los expedientes de mis correos electrónicos. Algunos se perdieron tristemente en direcciones de trabajos que ya no existen, o fueron engullidos por la basura. Pero he tenido mucha suerte y he escrito mucho y he mantenido interminables y chispeantes correspondencias con no poca gente a lo largo de mi tapiresca vida. Y todos los correos que quedan son amables testigos de mi pasado. Y operan casi a modo de psicólogo mudo, cabal y prudente.




Así que les recomiendo que escriban, que escriban, que escriban, y que guarden, y que relean, y que rebusquen. Ver como era uno hace años le hace entenderse a uno mismo, y a los demás, ahora y después. Con un poco de suerte se sentirán mejor y más listos, o descubrirán cosas inesperadas y brillantes, o se reirán de sus hallazgos o de los de otros, o se descubrirán unos completos mamarrachos. O se sentirán superhéroes por haber salido de esta o de la otra. Pero, sobre todo, se verán desde fuera. Y ahí es donde empieza lo bueno.


2 comentarios:

Charleston dijo...

pues sí, hay melancolías útiles. otra cosa es que nos sean simpáticas o no

Silvia dijo...

¿Y adónde dice usted que se le puede escribir? Porque yo me apunto a fundar consulta psicológica "muda, cabal y prudente".