sábado, 1 de agosto de 2009

LAS LÍNEAS DE LA MANO



Bukowski decía que había hombres de culos y piernas, y hombres de tetas. Él pertenecía a la primera categoría. Eso decía. Yo soy de manos. Me podría enamorar de unas manos. Sus venas, su textura, su tamaño, sus dedos, cómo agarran cosas, cómo dibujan palabras en el aire, cómo gesticulan, cómo caen, cómo reposan, cómo enfatizan, cómo marcan tiempos y distancias, acercan o alejan, aceleran o ralentizan, cómo descansan y dónde, cómo afirman, cómo niegan, cómo preguntan, cómo se excusan, cómo piden, cómo exigen, cómo imploran. Manos. Tantas veces olvidadas. Tantas veces obviadas. Y, sin embargo, tan autónomas. Tan ellas.

Cuando tus manos buscan a tientas en la oscuridad
cuando se paran las cortinas del tiempo
cuando tus dedos trenzan los hilos del porvenir
cuando bailan, cuando juegan con el viento
cuando juegan con el viento y alejan el mal
y alejan el mal, y alejan el mal.

Esta mañana fui a la exposición de Annie Leibovitz: vida de una fotógrafa, 1990-2005. Iba prevenido. Absolutamente condicionado. Alguien de manos grandes, probablemente desconocedor de mi fijación por extremidades tan animadas, me lo sopló. Fíjate en las manos. En esas manos. Acuérdate. Las manos. No sé que habría ocurrido de no haber recibido el aviso, no sé si me habría quedado ahí. Inmóvil. Mirando. Tanto rato. No lo sé. ¿Cómo hacerlo? Pero allí estaba yo frente a esa foto. El torso desnudo de Demi Moore, sus pezones grandes y oscuros y su barriga embarazada. Y en medio, en medio, las manos de Bruce Willis. Sólo eso. Unas manos. Grandes, poderosas, fuertes, vivas, seguras. Ahí. Manos descabezadas. Abrazando piel.

2 comentarios:

Milagritos Takamori dijo...

Las manos son un gran invento.

shalom dijo...

si se sabe mirarlas... hablan