miércoles, 21 de octubre de 2009

HASTA QUE LLEGÓ SU HORA



Detesto las imposiciones que pueden evitarse.
No soy partidario de terminar cosas que no te hacen feliz sólo porque las has empezado. Salvo con las películas (por aquello de no levantarse y molestar a todo el mundo), abogo por el abandono: si un libro, a la página 50 es que no, lo dejo para mejor ocasión; si un disco, en las primeras escuchas no me ha dicho ni la eme de mu, no me obceco.

Este proceder tiene dos ventajas:
1- evita el tener que deglutir cosas a la fuerza y sólo porque se supone que el libro o disco merecen la pena
2- permite retomarlos cuando de pronto tus orejas, tus ojos y tu cabecita se han abierto y se muestran receptivos
Cada cosa (bueno, vale, CASI cada cosa) tiene su momento, sólo hay que saber encontrarlo.

El otro día llegó la hora de Eef Barzelay.
Me lo compré, por insistentes recomendaciones.
Y no acabé de encontrarle el truco.
Lo intenté un par de veces.
Y parecía que no había manera.
Tocaba pared y más pared.
Un muro.
No veía la puta grieta.
Esta vez, había picaporte.
La puerta se abrió.
Me senté en el sofá.
Y qué placer.

Luego ya cogí carrerilla.
Y me pasó lo mismo.
Calcadito.
Con The Ghost of Fashion de Clem Snide.
Que también criaba polvo entre Vic Chesnutt y Club 8.



Qué gusto no empeñarse.
Qué saludable no coger manías sólo porque no está uno.
Qué bien no detestar algo disfrutable sólo por cabezonería.
Qué inteligente saber medir los tiempos, ver los espacios, respetar los ritmos, esperar los turnos.

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