domingo, 3 de enero de 2010

LA RECONQUISTA (II)



Lo prometido es deuda. Aquí va la segunda tanda (sólo me resta repetir un emocionado gracias y corroborar lo que ya sabía: que sois, mis queridos conquistadores todos, muy grandes, qué digo grandes... grandiosos, enormes, monumentales):


V.
Sólo me quedaban 5.000 pesetas para pasar el resto de la vida. 5.000 de las de 1992, pero sólo eran 5.000 pesetas, que me tenían que servir para pasar el resto de la vida. Me llegó para comprar diez botellas de Freixenet y unas copas de plástico. Invité a mis amigos a mi casa. Entre los asistentes, la señorita B. S. La conocía desde hacía meses, pero apenas la aguantaba. A eso de las seis de la mañana ya no quedaba nadie en el party. Sólo ella y yo. Nos fuimos a la calle, a vagabundear por no sé dónde. Luego volví a casa solo. Cuando llegué me encontré con dos cosas: con que la casa estaba repleta de comida y bebida que los invitados habían traído motu proprio (peligrosa moraleja: el despilfarro irresponsable tiene premio), y con que yo ya estaba plenamente enamorado de ella. Pasé todo el día escuchando Dream, de John Lennon.

Me llevó nueve meses, largos como 270 chorizos, convencerla de que era positivo que uniéramos nuestros días. Cabezón, me salí con la mía.

Pasamos dos años juntos. Dos años plagados de turbulencias horrorosas. Nos dió tiempo a dos nocheviejas. Durante la útlima (Dios, sólo hubo dos) yo me vi cenando en su casa, con aquella familia suya hecha de respeto, mujeres, elegancia y sinestesias a favor. Sólo había un chico, y ese era yo (me daba vergüenza ir con mi pito). Pero me encontré, en cambio, con que habían reservado para mí un servilletero, una botella de armagnac, un sitio en la mesa, golosinas alternativas por si algo no era de mi agrado. Me sentí afamiliado como jamás en la vida.

Dos meses después se marchó de la manera más fea. Fea, pero fea. La forma tan fea que tuvo de irse fue tan fea que ni aún hoy, aquí, con todo el anonimato encima (¡qué fea!), soy capaz de redactarlo, tan fea fue. Pero tan fea que ni puedo exponerme a esa feúra siquiera recordándola.

Años después ella se dió muerte a sí misma. En fin. Hacía ya mucho que no nos veíamos, hay que decir cobardemente que menos mal. Para entonces, tras meses de no poder soportar la canción, yo ya oía Dream tan campante, si así se terciaba. Primero me sobrevenía el sentimiento de reconquista que inspira este post y en seguida la idea zozobrante de que el enemigo que ocupó las tierras a reconquistar ya no estaba en ningún sitio. Ladrillos de estupor para levantar el muro de la indolencia. Tampoco me daba demasiada pena, pero era imposible sentir alegría. Sólo queda concluir de todo esto que ojalá que seamos todos muy felices. Que lo seamos porque nos lo merezcamos. La próxima vez que me queden 30 euros para el resto de la vida me compraré una caña de lomo.


VI.
La infancia: Tardé casi diez años en poder escuchar "Puff The Magic Dragon" de Peter, Paul & Mary sin sentir una especie de melancolía imposible de frenar. Y eso que yo no soy tendente a la melancolía. De alguna manera, aquella canción, que sonaba en mi casa de niño, me reimitía a esa cosa, la infancia. O el paraíso perdido, ya sabes. Todas las metáforas y frases medio ingeniosas que yo pueda decir sobre lo que supone la infancia para una persona (haya sido esa infancia llena de felicidad o de carencias) ya están dichas. La reconquista, en este caso, fue algo amarga. Preferiría no haberla recuperado nunca. Además, estos tres eran unos blandos de cojones.

La adolescencia: "Caroline Says II" de Lou Reed y "Charlotte Sometimes" de The Cure (ambas canciones con nombre de mujer) sonaban bastante en mi primera adolescencia. Escucharlas era (es) recordar esa vida miserable que uno lleva cuando todo le parece demasiado. No recuerdo el momento en que las reconquisté, pero no tardé mucho. Ahora las oigo con una sonrisa y, en parte, son responsables de que no me guste la música afectada. Esto es lo más afectado que he podido escuchar.

La Buena Vida: Hubo un tiempo en que viví en Sevilla, cerca del Guadalquivir. Feliz y sin preocupaciones. No duró mucho. "Yo Me Quedo en Sevilla" era la canción que no podía escuchar. Luego, en otra ciudad de Andalucía, con una felicidad distinta, en un coche y viendo el mar, recuperé la canción. Y me dí cuenta de que, como te he dicho antes, tardo bien poquito de recuperarme de estas cosas.


VII.
En realidad, siempre he sentido la música como algo tan mío que nunca he dejado de escuchar nada por asociación. Ni siquiera ahora (con mi última ex la música era una de las cosas importantes que nos unían) me pasa. Miro la galleta de un vinilo con una dedicatoria suya y no dudo en ponérmelo. Soy así de bruto. No sé si conoces a Roy Harper, un cantautor folk inglés de principios de los 70 (te recomiendo con fervor su disco Stormcock); pues bien, Me and my woman es una canción suya que por diversos motivos (algunos tan evidentes como el título) tengo muy asociada a ella. Pues creo que no tardé ni una semana en volver a escucharla. Era una manera de hacerla sólo mía de nuevo. La necesidad un tanto cafre de querer hacer que todo lo compartido con alguien con quien rompes lazos de manera traumática sea de nuevo tuyo (por ejemplo, esa canción).


VIII.
Me hizo un desayuno que se tambaleaba. Lo puso en una mesa baja y patiextraña de IKEA que estaba en el salón. Café y tostadas de pan del día. Y recuerdo que todo se iba para los lados -me pregunté, mientras yo estaba en su cama, si se habría vestido con cualquier cosa, habría bajado a la calle, saltado dos manzanas, habría dicho hola buenos días, quiero una barra de pan para preparar unas tostadas, será un desayuno especial, prefiero aquella que está más tostada, será un desayuno que haré que este cabrón recuerde toda la vida, se habría vuelto a desvestir y habría preparado café para luego despertarme a bocaos, uff, qué subidón-.

Nos sentamos en el suelo, me señaló la librería y me dijo que la mitad de los libros eran robados, a otros amigos, entendí. Me dijo que aquella tarde había quedado con no-sé-quién y yo decidí por etología básica que era mentira. Otra vez. Me recorrió un escalofrío. Me pareció ver o quise ver un par de libros que me gustaron -que me habían gustado y que me gustaba que le gustasen- y le pregunté por ellos, pero no los había leído. Yo no le quería. Pero estaba ensimismado y en realidad era la primera vez que alguien me excitaba tanto y yo, por desgracia me enamoro siempre de abajo a arriba..

En realidad, hacía frío. Si no recuerdo mal tiramos el café o la mesa se tumbó y las tostadas deslizaron. Algo no fue bien porque faltaba equilibrio y todo se manchó. Rojo y negro = mermelada y café. Me dijo todavía no nos conocemos mucho pero. Y se calló.. Sin tres puntos suspensivos. Pero. Se levantó y puso una banda sonora, la de aquella película tan extraña de La cité des enfants perdus. Le dije lo yo creo que tú y yo... (con los tres suspensivos). Mira tío, me estás engañando. He actually looked at me surprised and shocked. Me has dicho que la banda sonora era de Yann Tiersen y no es.

Y no era.

3 comentarios:

Fernando López Mateo dijo...

Fantásticas las dos partes de reconquista, o las VIII partes más bien.

carlosmondovega dijo...

Joder tio, me han gustado muchísimo los post RECONQUISTA.
Eres de los mios. De los que asocian TODO, lo bueno y lo malo, a canciones.
Que culebrones...

El tapir Nicanor dijo...

gracias so young. ha sido muy divertido recopilar los relatos. y además estupendo comprobar que tengo unos cuantos amigos que escriben tan bien

carlosmondovega, la próxima vez que haga un postcolectivo, te pido uno, que seguro que le sacas punta bien afiladica