martes, 21 de diciembre de 2010

ANOCHE TUVE UN SUEÑO



Confieso que vivo obsesionado con Wilkileaks y con Julian Assange. Lo confieso. La culpa la tiene una amiga que está enajenada (¿este sería el paso siguiente a la obsesión?) con Assange y su invento. Según mi amiga, Wikileaks, por mucho que no nos demos cuenta, va a cambiar muchas cosas. Y es, enfatiza ella que es muy exagerada, el acontecimiento definitivo que, por fin, nos ha situado en el siglo XXI por mucho, añade, que algunos periódicos nacionales parezcan hacer oídos sordos a la cosa y prefieran poner en su portada a Mota haciendo de Rubalcaba. Mi amiga que es así como muy entusiasta y peliculera me dijo que todo esto le recordaba en gran medida a V de Vendetta. Y que qué emocionante. Al día siguiente, cuando algunos se manifestaron a favor de Wikileaks con la máscara vendettista en ristre, no tuve más remedio que empezar a prestarle un poco más de atención a mi amiga. Igual iba a tener un poco de razón la chiquilla.

Hoy me ha llamado mi amiga para hablar de Wikileaks. Nada nuevo. Lo que sí me ha dicho es que quería entrevistar a Assange. Yo le he sugerido jocosamente que se invente la entrevista a lo Tommaso Debenedetti y que resuelva la parte gráfica yéndose al Ampurdán a hacerle unas fotos a Jacobo Siruela que guarda un inquietante parecido con el australiano. Mi amiga, que es de armas tomar, no se ha arredrado lo más mínimo ante mis impertinentes comentarios, y me ha confesado que ha soñado con Assange. ‘Lógico’ me ha dicho: 'estuve ayer hasta altas horas de la madrugada mirando entrevistas al hombre del año... Por mucho -ha apuntillado, que mi amiga es muy puntillosa- que la revista Time diga lo contrario... ¿Zuckerberg? Venga ya, si no fuera por Fincher...'. ‘Lógico’, pienso yo: Assange tiene el aire irresistible del libertario, el encanto del prófugo, la leyenda de un Robin Hood del siglo XXI –que trapichea, éste, con lo único con lo que aún se puede: la información-, el aura de un Martin Luther King blanquísimo. Sí. Pero lo que de verdad le gusta a mi amiga, que es mujer de contradicciones severas, es que Assange susurra con un extraño e inquietante y profundísimo tono monocorde; es que a Assange se le adivina, como a los buenos superhéroes, un lado oscurito; y que, qué demonios, parece tener contratado un estilista 24 horas. Mi amiga también me dice que lo que merece un cable, una filtración y una explicación es el porqué de los colores del pelo de Assange quien, al revés del común de los mortales, ha pasado de tener la cabellera nívea a lucir una especie de gris deslavado. Todo eso dice ella que se fija en todo.

Pues bien, mi amiga me ha contado que hoy ha soñado con Assange, que estaban en casa de su madre (la de mi amiga, no la de él, aunque la madre de él no desmerece a su hijo y viéndola, se comprende de dónde sale este personajazo) y que, en un momento dado, él la besaba. Julian besaba a mi amiga. Levemente, casi sin detenerse, pero como a cámara lenta. Todo esto me ha contado mi amiga, al otro lado del teléfono, mientras probablemente leía los últimos papeles publicados sobre Wikileaks. Lo que no sabe mi amiga es que, si se cuentan, los sueños no se cumplen.

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