viernes, 1 de enero de 2010

LA RECONQUISTA (I)



¿Cómo de gloriosa es esa sensación de, zas, de pronto, poder escuchar del tirón un disco que eras incapaz de ponerte sin echarte a llorar? ¿Cuánto de impagable hay en esa certeza de haber podido disociar, por fin, esa perfecta canción que tanto te gustaba del recuerdo de aquello último que tanto te torturó? Mejor que ir al psicólogo. Ahí sabes que estás curado, que has vencido al mal. Y sobre todo que has recuperado y reconquistado. Vuelves a hacer tuya esa parcela que lo fue en algún momento y que en otro momento posterior perdiste, te arrebataron. Plantas el banderín y de nuevo campas a tus anchas por esos territorios que te ocuparon -cediste gustosamente- sin que te sangre el costado, ni el suelo se abra bajo tus pies. Alabados sean los dioses. Te levantas y caminas. Milagro. Puños en alto. Has ganado. Olé.

Primer post del año. Sobre barrer, encajar. Sobre trozos. Sobre victorias, vaya. Sobre pequeños triunfos, que son, lo sabemos, los que de verdad cuentan.

Primer post del año. Fabricado y rescatado de la memoria de algunos amigos que tengo en suerte. La verbigracia y la generosidad es suya. Las gracias, mías.

Ahí van pues algunos relatos de algunas reconquistas que me han sido desinteresadamente donados y brillantemente escritos. Por orden de llegada y sin nombres (por aquello de que esto no se convierta en La ventana indiscreta):


I.
Siete segundos, de Sin documentos, por Los Rodríguez.

Yo era un adolescente. Una vez me quedé solo en casa. Vinieron a pasar el día un grupo de amigas, entre ellas, la chica que me gustó en silencio durante años. Estábamos todos en el salón, poniendo cds en el equipo. Ella y yo adorábamos a Kerouac, John Hughes y Los Rodríguez. Durante todo el día escuchamos sin parar sus discos, especialmente dos canciones: Dulce condena y Siete segundos.

El día que le dije que estaba enamorado de ella se encogió de hombros. Yo me deshice de los discos de Los Rodríguez, siempre relucían sus lomos en mis estanterías.

Hace un par de años escuché una versión de Siete segundos; me flipó la letra. Era como un relato de Raymond Carver con música. Busqué los acordes y la toqué en casa durante semanas. Qué canción tan buena.


II.
Tan casual como la pareja que uno tiene o tuvo (sí, a pesar de convertirla en una necesidad cósmica o del destino, ella o él es... ¡el que pasaba por allí!), tan casual es la canción que se convierte en banda sonora de la relación. En mi caso, la última casualidad se llama Suzanne, la de Leonard. Sonaba minutos antes del primer beso, sonó después en los primeros mails y primeros viajes en coche, sonó como siempre suena...

Pero si los inicios, las parejas y las canciones son casuales, los finales son bastante necesarios. Y, claro, final de relación y canción prohibida. Dolorida.

Hasta la reconquista, que en este caso fue más bien una guerra ganada, una victoria aplastante, un enemigo aniquilado y un holocausto para el recuerdo: Suzanne cantada por el mismísimo Leonard Cohen, a sus setenta y algunos, y cinco o diez mil personas que la tarareaban, silbaban o cantaban a la par en el Palacio de los Deportes, haciéndola suya y quitándomela del recuerdo...


III.
Mi primera ruptura seria se llevó consigo a los Beatles y a Bambino. Unos por los recuerdos que iban prendidos a esas canciones y el otro porque, de repente, todas las letras de desamor desgarrado cobraron sentido con una intensidad inesperada.

El caso es que no los he vuelto a escuchar, a pesar de que ambos son de mis musiquitos preferidos.

Si he de escoger, diré que de los Beatles el Abbey Road y de Bambino el tema 'Tengo miedo', especialmente. También algunos de los Pixies y la ELO, pero esos ya se me han pasado.

Mi segunda ruptura impuso el silencio, sobre todo, de 'Woke up this morning', de Alabama 3. Es la sintonía de los Soprano.

Aunque lo que más rabia me da es que la primera se llevó, además, mis ganas de cocinar.


IV.
Indiana Jones lo sabía desde su primera película: No abras el Arca. Lo que recordabas como celestial para tus sentidos, pueden ser sólo demonios aullantes y fuerzas oscuras desatadas.
Tenía prohibidísima la canción, borrada de mi mente. En una ocasión, bajo la ducha y en pleno éxtasis oí los primeros compases demoníacos, y salté hacia fuera como alma que lleva el diablo, a forcejear histéricamente con esa cobra asesina en la que, de repente y a traición, se había convertido el Ipod. Tras aquel lamentable episodio, y mientras volvía sobre mis (mojados) pasos, decidí eliminarla de todas las listas de canciones. Evaporada, como si nunca hubiese existido.
Y que se llevase consigo todo lo que llevaba dentro.
Confiaba en no volver a encontrarme con ella jamás, pero otra valiosa lección del Dr. Jones es que NADA permanece enterrado para siempre. Y no hace falta que lo hagas tú. Ya lo hacen otros. Y si no, que se lo pregunten a Belloq.
Tuvo que llegar él en persona. Que digo él: AQUÉL.
Cuando no podía estar más lejos emocionalmente de la canción maldita, llega el mismísimo Raphael a dar un concierto. El primero que da en mi ciudad en toda su vida. Y gratis.
Yo, feliz no. Lo siguiente. Y de negro que me voy a verle, nervioso como un conejillo y hecho un pincel. Cuando ya ha desgranado casi todo el repertorio, y ya me he agotado aplaudiendo y voceando “bravo”, va y dice:
“...y ahora me gustaría terminar con una canción que... no es muy conocida. Pero de todas las que me compuso Manuel Alejandro, a mi es la que más me emociona”
A mi en aquel momento se me hiela la sangre, y pienso: “No será capaz”. ¿Que no será capaz?:
“Yo no he vuelto a encontrarla jamás.... Desde aquel día....”
No había escapatoria. A ambos lados de mi fila de asientos se extendían hordas de señoras extasiadas, muchas de ellas incapaces de moverse rápido sin la ayuda de una grúa.
Y sin embargo muy capaces de romperme el cuello si se me ocurría joderles el momentazo de sus vidas.
Así que yo volví a posar mi pequeño culo en el asiento, y me quedé con cara de pajarillo ante el pelotón de fusilamiento, escondiendo todo lo que podía tras las manos.
Apoteosis final, aplausos atronando durante minutos, y silencio. Plano medio. Indy está, milagrosamente, de una pieza. Y repara en que las cuerdas que lo ataban al poste, y a Marion, se han evaporado. Y todo el mundo también. Plano general. Fundido a negro y FIN.

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En mi reconquista tapiresca particular, costaron y mucho: Fran Nixon, Lou Barlow, Leonard Cohen, Ryan Adams, Ben Watt o Jeff Buckley, entre otros. Pero, de alguna manera y en algún instante, todos dejaron de ser prisioneros y transitan ahora -casi siempre- por tierras libres.


Ah, y permanezcan atentos a sus monitores, que aún hay más...

7 comentarios:

Mylodon Darwinii Listai / Milodón dijo...

Qué post tan bonito Tapir. Y qué alivio ver que somos un montón apartando favoritos de nuestras vidas por culpa de la memoria (esa puta).
Yo he tenido que apartar varias series de televisión de mis hábitos. Y una ciudad entera, que no puedo pisar, y es una lástima, porque es una ciudad muy bonita y divertida.
A ver si no tardo mucho en lograr mi reconquista...
:-)

El tapir Nicanor dijo...

en ese caso, te deseo, mylodon, un año lleno de (re)conquistas

Charleston dijo...

Al perder, aquella parte de mí fue robada, arrancada cruelmente.
Pero no: si ese pedazo que se fue era mío, si es cierto, va a volver a serlo y ya para siempre.
Tocó llevar demasiado tiempo imágenes que aparecían tan vivas y cercanas, imágenes que me arrastraban a lo más sombrío.
Un día, un reloj parado comenzó de nuevo a andar,
y ahora digo adiós a esa atadura dañina que permanecía, a nuestro malquerido orgullo.
Porque ya no caben venganzas, y no quiero sonreír con ellas. Va a ser mejor así
Yo a lo mío y con lo mío, espero tú también.
El tiempo ha emitido su implacable, inapelable veredicto

la señorita rottenmeier dijo...

Sois unos blandos.
O será que yo no tengo nada que reconquistar.
Dicho con cariño, eh? No os vayais a enfadar.

Anónimo dijo...

Rottenmeier, tú también te ablandas al final de la serie, sólo es cuestión de capítulos!!!

Dorothy dijo...

Música arrinconada, películas enclaustradas en el plástico de la carátula, colonias condenadas al ostracismo, ropa desplazada al fondo del armario... Los recuerdos, esos grandes cabrones.

m dijo...

A mi también me costó mucho Fran Nixon. Me quedo con "cruzando la calle", por lo que fué o lo que pudo ser, yo que sé.