domingo, 27 de junio de 2010

ATERRIZA COMO PUEDAS



Siempre que estoy en un aeropuerto recuerdo una diatriba de un músico que gusta y gasta incorrección política. Venía a decirme que se cagaba en la democratización del acto de viajar; que, antes, coger un avión era una cosa exclusiva, al alcance de unos pocos; y, que los aeropuertos eran lugares de paz y sosiego, tranquilos y silenciosos, incluso elegantes, muy lejos de los malls ruidosos y estresantes en lo que se habían convertido ahora estas pistas de despegue y aterrizaje. Este tipo de ideas formuladas más para recocijo y chanza que para un análisis sesudo y destripante me hacen gracia. No lo puedo evitar. Esté o no de acuerdo. Las llamo opiniones fuego de artificio. No sirven de mucho, pero dan color.

Pues bien, estaba yo en el aeropuerto mirando los pasajeros (diseccionando, más bien: el tiempo de espera fue largo. Sí, volaba con Vueling. Si alguno de los presentes ha salido y llegado alguna vez en su vida en tiempo previsto con Vueling, que compre un billete de lotería, funde un partido político o monte una secta. Está tocado por la gracia de los dioses y llamado a un destino mejor) y me preguntaba qué lleva a la gente a ir vestida cómo lo hacen a un sitio donde se va a coger un medio de transporte, normalmente no demasiado cómodo (es lo que tienen las compañías low cost: optimizan el espacio que ni los planes urbanísticos más demenciales; eso por no hablar de su 'cómo sacar el máximo rendimiento a su dinero'. ¿Que tu equipaje es de color rojo? Uy, qué feo, acoquina treinta pavos más. ¿Qué se te ha olvidado traer el billete impreso? ¡Serás mendrugo, 80 leros más! ¿Que tu maletín tiene trece centímetros de ancho? Da malísima suerte en el aire, al puestito a soltar 50 del ala). Ay, que me pierdo... Observando los viajantes reparé en que, habitualmente, una nutrida parte de ellos viste de manera inadecuada. Objetivamente inadecuada. Con esto me refiero a: zapatos apretados o, al menos, de unas estrecheces espeluznógenas; tacones imposibles; ropas ceñidísimas; miles de abalorios; decenas de objetos que pitan en los arcos del metaaaaaaal tales como cadenas, botas rampantes, muñequeras de pinchos; maquillajes que más parecen óleos; prendas mínimas en verano -la temperatura aeroportil se caracteriza en época estival por ser la perfecta para congelar pollos-; y un largo etcétera. Nunca he entendido este fenómeno: da la sensación de que, de pronto, les han metido en un coche y les han dicho 'ale, te vas'. De improvisto y con lo puesto. Como ir a pillar peña para una excursión de senderismo sacándola del tirón de un after.

A mi regreso, visualicé el infierno. Tres horas y media largas de espera, radios gritando el partido de fútbol, oyentes retransmitiendo los gritos, gentes envueltas en toallas arenosas para controlar la hipotermia, pantallas escupiendo imágenes en loop, machacón tecno para acabar de completar el cóctel. En medio de la pesadilla, juro que, no sé cómo, pero juro que sucedió, encontré la paz y la gloria en el libro Retratos y encuentros de Gay Talese. Nueva York, Sinatra, trajes de mafiosos, Ali... Todo tan bien escrito, tan conciso, tan directo al objetivo, tan bien construido, tan brillante que por un rato olvidé. Métanlo en la maleta, es mejor que la Biodramina.

2 comentarios:

Mylodon Darwinii Listai / Milodón dijo...

Odio los fucking aeropuertos. Son estaciones de autobuses con pretensiones.

Soy exactamente de la misma opinión que tu amigo músico.

Y muero de ganas de leer a Talese!
:)

dot dijo...

jajajajajajaja soy adicto a ese juego en el aeropuerto. en principio pensé que volar se ha democratizado tanto que la gente va vestida como le es habitual porque, total, no van a ser tan paletos de viajar con chandal. pero no. viendo la cara de despistados, el alucine/cabreo que les entra cuando tienen que quitarse todas sus baratijas y el aspecto con el que llegan a destino, me aventuro con un comentario, tal vez fuego de artificio: deberían incluir un plus a molestos, ya sea por aspecto o comportamiento.
otra recomendación: además de llevar lectura, viajar siempre con tapones para los oidos.