domingo, 12 de diciembre de 2010

CORRE, CONEJO



Intenté Jean Echenoz con sus libros Lac y Cherokee y fracasé estrepitosamente en ambas ocasiones. Aquello me resultaba soporífero y con un interés nulo. El otro día alguien me recomendó Correr del tal Echenoz. Me dijo: 'me gustaría que lo leyeras, me gustaría saber qué te parece'. Que demanden mi opinión ya es de por sí suficiente razón, y si a eso le añadimos que el demandante en cuestión tiene unos gustos bastante asimilables a los míos, la cosa estaba hecha. Fui al Instituto Francés, uno de mis lugares favoritos de la ciudad, a sacar un ejemplar de Courir (quise ser cauto). Y bueno, ahí que empecé. Al principio, fascinado con la economía de medios de Echenoz, con lo directo y sencillo de todo. Luego, inevitablemente atraído por el protagonista de la novela: el atleta checo Emile Zátopek, conocido como La Locomotora Humana. Al instante, el personaje de Emile se te pega y te sigue, te marca el paso. Me he sorprendido con el libro aún por la mitad y a punto de dormirme pensando en Zátopek. El que corría porque no podía ser de otra manera, el que corría porque sí, el que corría porque ya no sabía hacer otra cosa, el que corría y le dolía, el que corría y ganaba. Ajeno a casi todo, a los gritos, al cansancio, al daño, a la técnica, a los unos y a los otros, a los regímenes, a la historia. Simplemente correr. Simplemente poner una pierna delante de la otra. Lo he terminado -el libro- hace unos días y aún sigo sintiendo la sombra de Emile muy cerca; aún sigo imaginando sus carreras desmadejadas, extrañas pero victoriosas.

Y el mismo y casi anónimo alguien que me recomendó Correr, me hizo llegar el otro día una cosita preciosa y encantadora. Uno de esos sobres (bendito correo) inesperados y sorprendentes. Dentro, un librito. Pequeñito, ilustrado, con letra grande. El título, El motín de Moti Guj. El autor, Rudyard Kipling. La dedicatoria, 'Para el tapir, amigo de ciertos animalillos selváticos'. El viernes me despedí de Emile, y me fui directo a la India a lomos de un elefante. Una diminuta delicia, oiga.

Desde el (casi) anonimato, ¡gracias!

4 comentarios:

Jasmín Donoso dijo...

Señor Tapir. Puestos a hablar de animalitos, le dejo, perdone usted la extensión del comentario, un poema de Bertolt Brecht: Coral del Gran Baal.

Cuando Baal crecía en el albo seno de su madre,
ya era el cielo tan lívido, tan sereno y tan grande,
tan joven y desnudo, tan raro y singular
como lo amó Baal cuando nació Baal.

Y el cielo seguía siendo alegría y tristeza
aunque Baal durmiera feliz y no lo viera,
aunque ebrio Baal, violeta era de noche,
y aunque piadoso al alba, era de albaricoque.

Entre el bullir de pecadores vergonzosos
desnudo, Baal se revolcaba en paz,
y sólo y siempre el cielo poderoso
la desnudez cubría de Baal.

Es bueno todo vicio para algo
y también, dice Baal, quien lo practica.
Vicios son, ya se sabe, lo que se quiere.
Elegíos dos vicios, porque uno es demasiado.

No seáis vagos e indolentes
pues, por Dios, que no es fácil el gozar.
Hace falta experiencia y miembros fuertes:
la tripa puede a veces molestar.

Parpadea Baal a los orondos buitres
que en el cielo estrellado su cadáver esperan.
A veces se hace el muerto Baal. Desciende un buitre,
y en silencio Baal un buitre cena.

En el valle de lágrimas, bajo lúgubres astros,
chasqueando la lengua, pace campos Baal.
Canta y trota Baal, cuando los ha agotado,
por los bosques eternos yendo el sueño a buscar.

Cuando a Baal le atrae el oscuro seno,
¿qué es ya para Baal el mundo? Está saturado.
Y guarda tanto cielo Baal bajo los párpados
que incluso muerto tiene suficiente cielo.

Cuando Baal se pudría de la tierra en el oscuro seno,
ya era el cielo tan grande, tan lívido y sereno,
tan joven y desnudo, tan raro y singular
como lo amó Baal cuando vivía Baal.

Charleston dijo...

hoy me siento espejo y, permiso señor tapir, voy a recomendar a Iréne Némirovsky. Proceso y progreso de grande en ciernes abortado por lo incomprensible. Pero su prosa exquisita, tanto como su sutileza en los rasgos psicológicos, o la vida dada por medio de sus personajes llegan. y mucho.

el brigadier dijo...

Había un libro sobre los JJOO que leía una y otra vez de niño. Aquellos nombres legendarios se grabaron a fuego en mi memoria: Emil Zatopek, la locomotora humana. Paavo Nurmi, el finlandés volador. Jesse Owens, el héroe de Berlín. Recuerdo la fascinación que despertaban en mí aquellos atletas del pasado, como también algunos viejos jugadores de la selección española de fútbol: Samitier, Ciriaco, Quincoces y, sobre todo, el mítico portero Ricardo Zamora; su porte, su bonhomía, su jersey de lana, su gorra de plato y el relato de su última parada que aún hoy recuerdo con veneración: "No ven mis ojos más que a Escolá. Le veo agrandado. En primer plano, sus pies y el balón. Inclino el cuerpo hacia la izquierda. Críspanse los dedos atenazando el cuero. ¡No ha sido gol!, oigo a mi alrededor".

Charleston, Nemirovsky es grande. La Suite Francesa es para mí comparable, en su inconclusa perfección, a las Almas Muertas de Gogol.

Charleston dijo...

Brigadier,
genial que te llegue Iréne. Y también me da ese aire que comentas: serán sus raíces, la veo cerca de los clásicos venidos del frío. Acaba de llegar a mí y supone un descubrimiento en toda regla. pena de malogrado destino