Admito que me causa un cierto desconfort sostener pareceres en solitario y no coincidir -según con quién y sobre qué, matizo-. La sombra de la duda se cierne sobre mí. ¿Me habré perdido algo? ¿Estará mi sensibilidad aletargada? ¿Padeceré de una estupidez alarmante? Puede ser. Alguna de las tres opciones o todas a la vez. No lo sé.
En las últimas semanas, esta punzada de desazón me ha sobrevenido dos veces. La primera con Un cuento de Navidad de Desplechin que me pareció aburrida, pretenciosa y fría. Este primer desencuentro no me preocupó en demasía. Con los que no me puse de acuerdo fueron los mismos que se volvieron locos con La cuestión humana (sí, a pesar de todo, sigo haciéndoles caso). So...
Pero, claro, la segunda vez ya, el tema me mosqueó más. Me voy a ver Man on wire. Uno me dice que es el mejor documental en tiempos. Otro que qué emocionante. Y luego la famosa estatuilla y todo el runrún que ha antecedido la historia de Philippe Petit, el tipo que andaba por los aires. Ya de primeras, yo compro. Una película sobre un gesto gratuito. No hay nada que me engatuse más que las cosas que se hacen porque sí, que lo que se emprende por mero placer, que las proezas enormes o ínfimas basadas en un absurdo y destinadas a ser flor de un día. La pasión por lo inútil. La belleza de lo efímero. Porque ya me contarán ustedes qué finalidad tiene ponerse a hacer equilibrios donde las nubes empiezan a oler. Ninguna. Pero, ay, ay, y más ay. La cosa arranca mal: dos cortometrajes de esos de agarrarse fuerte a la butaca y dejar marcas de garritas. Mi amiga dice: "deberían pagarnos a nosotros por ver esto". Pero a lo que vamos. Al lío. Durante toda la primera parte de Man on wire hago un esfuerzo considerable, titánico incluso, porque aquello me agrade. Pero ya de primeras el tal Philippe Petit cae mal, muy mal: un endiosado pagado de sí mismo con veleidades de gurú (si eso anula un poco más a tu novia, chato) y con una sospechosa necesidad de notoriedad. Pero no prejuzguemos. Esperemos al meollo de la cuestión. Pues va a ser que no llega nunca. Si lo que pretendía el documental era trazar el retrato de un tarado egomaníaco (secundado, as usual, por más tarados, éstos sin ego), sólo puedo levantarme, quitarme el sombrero y aplaudir; pero si lo que pretendía era emocionar -como cuando se ve un alpinista desfallecido coronar el Everest-, la cosa le ha salido rana. Porque para mí que lo que buscaba James Marsh -el director- no era mostrar el gigantesco afán de protagonismo que habita(ba) en el pequeño Petit, sino más bien exclamar (y con él, todos al unísono) un: "mira qué tío; mira qué arte tan extraordinario; mira, es el poeta del cielo, oh". Ya el simple hecho de querer dotar de una trascendencia ideológica, filosófica si me apuran, la 'petite' hazaña‚ es, como poco, ridículo.
Así que en la segunda parte, me relajo. Me horrorizo con la estética 'angelical'‚ escogida para reconstruir 'cómo se hizo'‚ el abordaje a las fallecidas Torres Gemelas. Miro hacia abajo para ver las caras hacia arriba de los neoyorquinos setenteros boquiabiertos ante el espectáculo suicida. Doy rienda suelta a las carcajadas que llevo tragándome un buen rato (el episodio de la groupie es grande, grande, grande). Porque, sí, Man on wire funciona a ratos como una excelente comedia. Por lo absurdo. Y, por cierto, ¿de verdad que en un documental de una hora y media sobre este 'héroe'‚ que se paseó a 400 metros del suelo sobre los 42 metros de alambre que separaban las Torres Gemelas -ahora caigo, como Jesucristo caminando sobre las aguas- no había lugar para contar de dónde sacan Petit y sus secuaces la pasta? ¿De verdad no era necesario? ¿De verdad resultaba un detalle tan superfluo como para pasarlo por alto? Porque a ver, a mí que me expliquen de dónde coño sale el dinero para los muchos viajes que hacen de París a Nueva York, para el material y para la infraestructura. Pues ni una palabra, oiga. ¿Milagro?
6 comentarios:
Hace unos días me hablaba un amigo sobre la necesidad de sublimarse ya sea a través del arte, el sexo, la religión... Grandes ejemplos hemos encontrado en el blog del tapir.
Llevo un par de días con Petit en la cabeza y me alegro de haber visto la película por las risas que me produce el personaje. Somos de carcajada. Ahí andamos, en la cuerda floja, buscando grandes motivos para nuestra existencia cuando por muy alto que subamos, siempre seremos petits.
La novia y el mejor amigo son lo mejor de la peli. Esas explosiones de llanto, esos gestos torcidos... Me hubiera gustado que entrevistaran también a sus psiquiatras.
Respecto al silencio en el tema financiación, estoy segura de que no encontraron cómo adornar la ruina en la que debió sumir este "ombril" a familiares y amigos.
Vous êtes sublimes
Nous sommes sublimes
Je suis sublime
Tu es sublime
Oh oui,je suis sublime
Vous êtes sublimes!
qué lástima tapir
yo que soñaba con ir
a ver al francés on the güayer
vete tu a saber
ahora si iré
deshojaré la margarita
bebiendo una margarita
después decidiré
Aun profesando el oficio de discrepante en ocasiones, no puedo evitar asentir a las impresiones del tapir. La pregunta que sobreviene es: ¿Sueñan los idiotas con ovejas eléctricas?
Y más preguntas:
- ¿Sólo los nerds cumplen sus sueños?
- ¿Cómo se financian los sueños de un nerd? No se cuenta.
- ¿Tan escaso está el mundo de ideas que basta con tener una para que unos cuantos nerds-al-cubo te sigan al final del mundo?
No pude dejar de acordarme de Charlie Manson y sus groupies asesinas.
Con todos ustedes el tal Petit, un supernerd con delirios de grandeza que poetiza hasta las mucosas que se extrae de la nariz.
¡Que vuelva Harold Lloyd!
Sin cables y sin ego trip.
anónimo y conejo, gracias
hacéis que el mundo parezca un lugar un poco menos solitario para este pobre tapir
y a la rata que le den.
malditos tapires
no nos llegáis ni a la altura de los bigotes...
jo, jo, rata picajosa
al no haber visionado los equilibrios sobre el alambre de este personajillo, tu comentario consuelo y compañía producirme no podían
tapires y ratas pelearse no deben
bastante asco producen ya al resto
como para sus fuerzas diezmar
con peleas de petits
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