martes, 14 de abril de 2009
SIN SALIDA
Todo el mundo coincide: gran película, glorioso Sam Riley en el papel de Ian Curtis (gloriosamente inquietante: Sam es tan Ian como si el cantante de Joy Division se hubiera aflojado la soga del cuello para ponerse a las órdenes de Anton Corbijn). En lo que ya no todos están tan de acuerdo es en lo que es Control: excelso biopic musical (para muchos el mejor hasta la fecha), abordaje serio a una leyenda, retrato de las torturas de un artista, fresco de una adolescencia rabiosa que buscaba romper el cielo gris de un Manchester industrial... Puede que Control funcione a todos los niveles. Pero para mí es, sobre todo, una película sobre alguien que se ve desbordado. Un tipo que toma una decisión casi sin ser consciente y que, de pronto, se ve atrapado y que no sabe como desandar el camino, como volver a antes. A antes de ser Ian Curtis de Joy Division, a antes de ser el marido de Debbie, a antes de tener un hijo, a antes de embarcarse en una gira norteamericana, a antes de sus crisis de epilepisa. Regresar a ese momento en el que aún quedaba todo por escribir y nada estaba sentenciado, ni dictado. Ese momento en el que nadie esperaba, ni exigía nada de él. Ese momento en el que no podía defraudar a nadie que no fuera él mismo. Control habla de circuitos cerrados, del peso de la cotidiano, de la asfixiante rutina, del punto muerto y sin retorno, de los sueños y las fantasías, de la falta de control, de la vulnerabilidad, de lo inevitable, de la exposición, de la identidad también. Y Corbijn lo hace con una ingenua delicadeza, con un respetuoso pudor, con un sobrio blanco y negro que huye del glamour, con una limpia sencillez; manteniéndose lejos de tópicos, mitos, martirios e idolatrías. El resultado es una película hermosa, sombría, íntima, deprimente e infinitamente triste. Hipersensible. Una película cuya sensación va creciendo según pasan los días dejando un poso de serena desolación.
La película empieza en 1973 en Manchester y termina en 1980 con el suicidio de Ian. Ya en los títulos de crédito, a mi lado, una pareja (que, por cierto, se tronchaba con los espasmódicos bailes de Curtis-Riley) comenta: "está bien, pero un poco lenta". Curioso que a alguien se le puedan hacer largos siete años de vida. Aunque la tristeza es lo que tiene: se arrastra.
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2 comentarios:
Alma y corazón. Uno de los dos se ha de consumir. Ian Curtis eligió colgarse, logrando así el ingreso de su alma eterna en ese panteón donde se confunden poetas malditos y estrellas del rock. El era ambas cosas. Lo primero sin saberlo (salvo LM Panero, no creo que haya ningun poeta que se sepa maldito), lo segundo sin desearlo. Ah, si su coetáneo y conciudadano Morrissey le hubiera cedido sólo parte de sus ansias de triunfo, sin duda las discografías de sus dos respectivas bandas habrían sido mucho más amplias.
Acudí a la sala con una mezcla de expectación por la entrada del tapir y las impresiones del reverendo Powell, y cierto recelo que despierta en mí el aura prestigiosa y udosizada de Corbijn, el fotografo del rock.
La crónica del tapir es perfecta y no puedo añadir ni quitar un sólo calificativo de los que utiliza para definir la película. También acierta cuando apunta que la peli trasciende el mero biopic al narrar el cuento del niño al que se le olvidó ir echando piedrecitas que le indicaran el camino de vuelta a casa. La cosa no por conocida conmueve menos, y finaliza del peor modo posible. El más triste final del cuento, que cantaba Sergio Algora, también vecino del panteón -sección fiambres ibéricos.
También quería comentar que la selección de canciones me parece arbitraria, que eché en falta algunas muy representativas, y que el himno LOVE WILL TEAR US APART parece metido con calzador. Justo es decir que me parece perfecta la elección de Atmosphere, una de las más bellas de Joy Division, para cerrar la película.
El trato de los futuros New Order es tan esquemático como demoledor. Hook macarra, Sumner/Albrecht infantiloide, Morris insustancial. El protagonista absoluto Sam Riley me pareció muy Curtis, pero a ratos también Pete Doherty. Tiene torso pálido y flaco de rockero británico. El resto del elenco, a la altura.
Mucho se ha especulado sobre cual habría sido el futuro de JD si Ian no se hubiera suicidado. Quiero enseñar una canción que me da pistas sobre ello, Es instrumental, el rastro vocal de Ian Curtis en la música actual es harto conocido (interpol, editors).
Por mucho que los New Order se fueran a Ibiza de fiesta -cantando aquello de we sing E for England-, su fiesta ya nunca será una fiesta alegre. Perdón por el turrón pero ya avise al tapir de que me iba a explayar. Ya os dejo. Con la fiesta. La fiesta triste.
http://www.youtube.com/watch?v=Rfxf8PQi5B4
¡Amen, Brigadier! Qué decir de la Seguridad Social inglesa con su "experimente con su cuerpo que ya daremos con ello". Siempre pienso en la inmensa soledad del suicida antes de marcharse.
Triste, triste fiesta el link.
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