lunes, 11 de mayo de 2009

NORMAL, NORMAL



No, nunca he ido al Bulli. Y no, no creo que vaya jamás. Pero, qué bien me cae Ferran Adrià. Qué bien. He tenido que hablar con él dos veces por teléfono. En una lo hizo deprisa -debían ser las siete de la tarde, y el Bulli empezaba a vestirse de largo para recibir a sus clientes-, pero con una amabilidad y una normalidad casi increíbles. En otra, me pasó a su hermano, en un gesto de humildad inconcebible para un tipo de su talla. Luego, en otra ocasión, lo vi en una conferencia. Presentando algo que había hecho con no sé qué cadena hotelera. En un momento dado, mientras le llovían preguntas por todas partes, él dijo que se iba corriendo a ver a Heston Blumenthal (el chef de The Fat Duck, uno de los restaurantes gastronómicos más prestigiosos del mundo), que eso era realmente lo que había que ver y no a él. Nada había de falsa modestia ahí. Esta semana, no sé bien los motivos, Televisión Española ha hecho una oda repetida al cocinero de cocineros. Entrevistas, debates y el precioso documental (por dos veces emitido) Un día en el Bulli (que discurre casi como un thriller: el Bulli convertido en una especie de inmensa maquinaria que calienta motores desde la mañana para coger un ritmo endiablado a última hora de la tarde). Y vuelvo a pensar: qué bien me cae este hombre, qué bien. Sus experimentos, su cocina marciana, su nitrógeno líquido y su tortilla deconstruida no me quitan el sueño. No. A mí lo que me fascina es él. En un momento en el que la gente se pirra por salir en la tele, por ser famoso, por fotografiarse y por ser fashion y cool (pongamos, un Sergi Arola de la vida), Ferrán Adriá permanece. Ajeno a portadas en The New York Times, Time o Le Monde, al título del mejor cocinero del mundo, a homenajes y premios. Sigue vistiendo como siempre, sigue con su pelo revuelto, sigue con su aspecto de científico loco, sigue hablando entre dientes. Sigue. El otro día, ante ciertas preguntas de Juan Ramón Lucas, abría un poco los ojos y mascullaba alguna respuesta tipo: "¿El último plato antes de morir? Ninguno, no sé, imagino que lo último en lo que pensaré será en comer. Te puedo responder qué plato me gustaría comer hoy", "¿Si tiene más valor alguien que ha estado ahorrando años para venir al Bulli que un tipo que tiene mucho dinero? No creo. Hay gente millonaria que tiene mucha sensibilidad para la comida, y otros que no; hay gente que se tira una vida para cenar en nuestro restaurante y no sabe apreciarlo, y otros que sí", "¿Un lujo culinario que me quede por probar? No creo en los lujos. Creo que lujo es poder comer cada día lo que te apetezca, ya sea un bocadillo de jamón o un menú en un restaurante gastronómico", "No, no. En España en una década se ha dado un paso de gigante en materia de gastronomía y los cocineros ahora somos muy queridos y estamos valoradísimos". Una normalidad apabullante a la que se aferra con uñas y dientes. Una sencillez a prueba de bomba (mediática). Una resistencia fuera de lo común a convertirse en el dios que los demás quieren que sea. No se baja del pedestal porque nunca se subió por mucho que le empujen a hacerlo una y otra vez. Ferrán Adriá desacraliza, cada vez que abre la boca, lo que el resto trata de convertir en materia de culto. Qué bien.

9 comentarios:

dellamorte dijo...

Totalmente de acuerdo. El personaje, fascinante. Y el documental, mágico. Me impresionó con que mimo cuidaban a la anciana fundadora de El Bulli hasta que falleció, y las palabras de Adriá sobre ella y el fin de ciclo que suponía su muerte.

Charleston dijo...

lo normal, lo que lleva más tiempo encontrar. lo normal es lo habitual?

Anónimo dijo...

Que razón tienes. Ay la gente, siempre pretendiendo aparentar. Que razón tienes. No somos dignos de trascender más alla de nuestras miserables vidas, más alla de nuestros sueños e ilusiones, por banales y triviales que sean. Que razón tienes y que vulgares somos, que terrenales y que ingenuos. Quien nos ha dicho que somos aptos para la reflexión... y que suerte haber podido conversar con él, lejos de sus fogones y en la intimidad del cable de par trenzado, eso si que es cool.

La Rata Marcelina dijo...

¿cable de par trenzado?
mesesplique algo me perdi
desde la gruesa atalaya de la ironía
el mentecato anonimato
lanza su mensaje pacato
¿acaso confundimos 'coolismo' con sensibilidad?

Dorian Gray dijo...

De acuerdo con la sabia Rata Marcelina. "...no somos dignos de trascender más allá de nuestras miserables vidas..."??. En tu caso no deberías trascender más allá del tiempo que viven las moscas cojoneras, que afortunadamente creo que no es mucho. Cuento los días, pelmazo.

Anónimo dijo...

eres muy pesado Alberto
Y no te metas con anonimos mentecatos

murcielago ramon dijo...

Hay que ir al Bulli. Sentarse allí debe de ser como irse de viaje.

el brigadier dijo...

Mentecatos o no, hay que meterse con los anónimos. Su delito: una flagrante falta de imaginación. ¿Qué les costará redactar sus sarcásticos, despectivos o directamente insultantes textos bajo una identidad ficticia sin recurrir a esa especie de marca blanca que es el "anónimo"? ¡Cuánta pereza! Aprovechad la oportunidad de ser por un momento aquello que secretamente deseáis, o lo que más odiáis. La Elefanta Elena, Paco Montesdeoca, Rita la Pollera o cualquier cuadrúpedo si es que preferís integraros dentro de la fauna de este blog.

Poneos una máscara sobre vuestro anonimato, redios! Sólo así sabremos que decís la berdaz.

(como aquí hay mucho experto desenmascarador, tengo que decir que esto último es de Ojar Wilde)

El conejo blanco dijo...

Agraciado tapir, que puede preciarse de que bravos hidalgos se batan el cobre en defensa de su honor.