lunes, 16 de marzo de 2009

CLARO Y MERIDIANO


"Llegué a Turin bajo la última nieve, como sucede con los saltimbanquis y los vendedores de turrón". Ya está. En la primera frase, casi en la primera palabra, Pavese ya te ha hecho entrar en su mundo, ya te ha contagiado de su atmósfera triste, ya te ha colocado donde quería. Entre mujeres solas. Un libro implacable, como acostumbra; asfixiante y sin grietas. Desencanto y escepticismo. Derechazo a la mandíbula. Un extraño derechazo. Porque Pavese golpea, pero desde el recato, con distancia. Te atiza, pero con un pudor que lo vuelve casi más doloroso. Hace daño y sabe donde tiene que dar. Pero lo hace como si tal cosa. No te prepara. No te avisa. No le ves venir. Todo es tan sencillo que parece mentira que duela tanto. Menudo cabrón. Entre mujeres solas me ha traído el aire de Muerte de un ciclista, Buenos días tristeza y La dolce vita. Tres películas que seguramente no tienen mucho que ver entre sí, pero que me han venido a la mente, las tres juntitas, de la mano. Quizá porque huelan igual -a cosas feas, que se deshacen y que apestan por mucho que se perfumen- y sepan parecido -un regusto amargo-. La decadencia de una clase que fue hermosa, el esnobismo vacuo de ciertos artistas, la belleza usada para túmedasyotedoy, las fiestas con final triste, la despreocupación que acaba en deseperación. Y todo ese retrato despiadado lo consigue Pavese con una economía de recursos encomiable. Descripciones como martillos y diálogos como tiroteos. Lo dicho: un cabrón.

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