
Las expectativas suelen ser sinónimo de decepción. Ahora, qué maravilla cuando aquellas se frustran para mejor. Domingo por la tarde. Filmoteca. "El misterio Picasso" de Clouzot. Lo que prometía ser un documental sobre el pintor se revela una pequeña y delicada obra de arte. Picasso ausente (salvo en dos o tres ocasiones, y tratado por el director de forma tan irreverente, y tratando su genio de una forma tan liviana). Sólo trazos.
A un lado, Picasso; al otro, la cámara. Entremedias, una tela semitransparente sobre la que Pablo iba garabateando. El resultado: cómo si se pintara directamente sobre la pantalla transformada en un lienzo inmaculado y gigante. Como si un pincel invisible fuera deslizándose, dejando líneas, manchas de color, siluetas. Y vemos cómo bajo un cuadro de Picasso, hay decenas. Vemos cómo se va haciendo, deshaciendo, quitando, poniendo, pegando, borrando. Un complejísimo proceso para normalmente llegar a la sencillez absoluta. Un alucinante y precioso work in progress. Cada cuadro, cada dibujo (la mayoría destruida tras la grabación), va acompañado de una pieza musical para la ocasión. Clásico, jazz o flamenco según corresponda.
Picasso y sus calzones apenas si aparecen. La palabra la tienen los pinceles. Pero cada aparición del malagueño es un derroche casi infantil de vitalidad, carnalidad, optimismo, ilusión y sencillez.