domingo, 16 de noviembre de 2008
K.
Qué buenos los descubrimientos. Qué buenas las primeras veces. Qué bueno la primera vez que escuchas a Brel, la primera que lees a Camus o la primera que ves una película de Jarmusch. Qué bueno. Acabo de descubrir a Ryszard Kapuściński (al que a partir de ahora llamaré K, para ahorrarme unos cuantos golpes de teclado, para ahorraros unas cuantas faltas, para ahorrarnos el baile de tildes). Tarde, sí, pero insisto: las primeras veces no saben de relojes. Son disfrutables. Siempre. Ahora se abre el universo K a mis pies, y hay tantos K’s por leer. La perspectiva me regocija y me tranquiliza a partes iguales. El responsable del descubrimiento ha sido "La guerra del fútbol y otros reportajes". Me dicen que no es el mejor. Que si hubiera empezado con "Ébano", directamente habría visto a dios. Puede. No sé. No importa. No me importa. "La guerra del fútbol" es un libro que se salta todas las normas habidas y por haber. Transita entre la crónica, la autobiografía y el testimonio; desprende humor, ironía, respeto, veracidad, emoción, inteligencia, brillantez, diversión y ternura; gravita entre la historia pura y dura y una historia individual: la de un reportero de casta. Pero quizá lo mejor de K sea que, contando historia reciente resulta tan emocionante como si de un thriller se tratara, pero sin usar los recursos propios del género. K tiene un ritmo endiablado. Hay que leerlo deprisa. Hay que volar sobre las páginas cuando habla del fenómeno del apartheid y los afrikaners; hay que saltar de párrafo en párrafo cuando explica las razones por las cuales Ben Bella fue depuesto de su cargo de presidente en Argelia; hay que devorar las letras cuando cuenta cómo consiguió entrar en un Congo en estado de guerra; hay que permanecer en vela cuando reflexiona acerca de África o del oficio de reportero. Eso es lo que hace enorme a K: su capacidad de contar. ¡Y cómo lo hacía! En cada capítulo, hay un recurso literario nuevo y genial. Cada crónica está escrita en un tono diferente a la anterior. No tiene el estilo efectista de la novela, pero tampoco el tantas veces aburrido y didáctico y dogmático del periodismo. K huye del "soy más listo que tú" tan generalizado en los corresponsales, siendo -como era- mucho más listo que cualquiera de nosotros. Nos hace partícipe de sus descubrimientos y conclusiones al tiempo que él descubre y concluye, y así parece que también nosotros estamos allí, que también nosotros descubrimos, que también nosotros concluimos. La palabra fluye. Engañosa sencillez. El mérito enorme de hacer fácil (facilísimo) lo difícil (dificílisimo). Maravilloso. Imprescindible. Leyéndolo uno se pregunta por qué luego cuesta tanto leerse las crónicas de internacional de los periódicos.
Nota a pie de página:
Ya de vuelta, pero qué bueno cuando los días tienen 24 horas.
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