miércoles, 5 de noviembre de 2008

SIN PALABRAS


Anoche me quedé subyugada con "Amanecer" de Murnau. Sin palabras. Como el propio Murnau que era tan bueno contando con imágenes que escatimaba en rótulos hasta casi eliminarlos. Ver una peli de cine mudo es complicado. Al menos los primeros minutos. Supone olvidarse de los códigos cinematográficos con los que hemos crecido, hacer un ejercicio constante de imaginación y tener una concentración total (estamos acostumbrados a que si se nos despista un sentido, ya habrá otro que acuda al rescate; aquí sólo vale mirar, y escuchar, sí, pero sonidos y música que enfatizan, no informan). Superados estos obstáculos, el espectáculo es sublime, magistral. Cada escena semeja un cuadro, cada gesto significa algo. Nada está porque sí, nada está al azar. Eliminadas las palabras, sólo queda transmitir el máximo de información en cada fotograma. Hay que estar bien atento. Fatalidad. Romanticismo. Comedia. Dramatismo. Redención. La cosa es sencilla, pero tan bien resuelta, tan bien contada. Y tan bien rodada. La secuencia del romance con la femme fatale en el lago, la del cerdito huido -las piernas de ellas levantándose en una escena digna de un musical, las sombras proyectándose en la pared puro expresionismo alemán-, la del parque de atracciones, la de la naúfraga flotando... Cotilleando en los extras de la película, me entero que Murnau también hizo un ejercicio de imaginación: el de sortear con ingenio los muchos problemas técnicos que le fueron surgiendo a la hora de poder contar su historia. Así, construyó maquetas, usó niños y enanos en los escenarios abiertos para dar mayor sensación de profundidad, pintó rayos de luz en los decorados y -mi favorito- puso peso en los zapatos del protagonista para acentuar su sensación de culpa.
Y, todo, en 1927.

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