Antes de ver Gomorra se sabe lo que se sabe: que es una película sobre la camorra (la mafia napolitana), que está basada en un libro de Roberto Saviano (amenazado de muerte por la hazaña), que dista mucho de las películas de mafiosos al uso (esas que tanto nos gustan, tan glamourosas, tan elegantes, con una violencia tan estilizada y con unos personajes que tienen su aquel, llámesele encanto, elegancia o épica). Antes de ver Gomorra no se saben algunas cosas: si Roberto Saviano se infiltró o no en la camorra, o si se limitó a investigar, a husmear y a recoger testimonios de primera mano; las razones por las cuales este hombre que debería desaparecer de la faz de la tierra se expone a conceder entrevistas y a fotografiarse en el estreno de la película basada en su libro; dónde exactamente fue rodada la película y en qué condiciones.
Después de ver Gomorra, uno tiene la sensación de haberse acercado por primera vez y de verdad a la realidad de una organización mafiosa. Mateo Garrone rueda sin artificios, sin trucos, sin juegos. Crudeza en todos los sentidos. Una violencia que no se regodea, que no se detiene, que no busca impactar. Unos personajes que son lo que son, ni se juzgan, ni se idealizan. Unos métodos, los de la mafia, a veces tan chuscos que resultan casi cómicos, por no decir patéticos. Chavales que juegan a ser mafiosos, mafiosos que son chavales. Scarface en la memoria, pero sólo como un espejismo al que parecerse. Porque hay que ser duro, hay que matar, hay que disparar. No hay glamour ni en el fondo, ni en la forma. Por primera vez, insisto. Y es de agradecer. Puede que la película sea farragosa, puede que algunas de las múltiples historias que se documentan no se entiendan, puede que se haga larga, puede que de entre toda la realidad se haya escogido lo más cinematográfico -los adolescentes kamikazes, el niño atrapado...-. Pero da igual. El caleidoscopio resultante es esclarecedor y real. Todo el mundo trapichea. Con lo que puede. Con lo que le dejan (ya sean drogas, trapitos o vertidos tóxicos). Algunos se ven metidos ahí casi sin querer, otros fuerzan la máquina hasta las últimas consecuencias.
La película es demoledora. Y deja una sensación brutal. Sin casi buscarlo, sin parecer pretenderlo. No hay ni una rendija de emotividad, ni un atisbo de sensiblería, ni un ápice de moralina. Y podría. El director podría habernos hecho llorar, habernos indignado, habernos obligado a bajar la mirada horrorizados ante un festival de casquería. Podría. Pero no. Sólo hiela la sangre.
2 comentarios:
Como rata que soy puedo afirmar, a través de mis colegas las ratas del subsuelo napolitano, que no hay que infiltrarse en ninguna organización para conocer los entresijos de la camorra. la 'camorra' tiene un sinónimo muy esclarecedor: el 'sistema'. por lo visto la camorra está metida en casi todas las instituciones oficiales napolitanas, es parte del día a día de la ciudad...
Saviano habrá salido de su casa en Nápoles, habrá dado la vuelta a la esquina y se habrá encontrado con su ciudad de cara, ¿No?
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http://www.robertosaviano.com/documenti/8993/129/0
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